18/04/2024
07:55 PM

El programa y la incertidumbre

La más grande enfermedad mental de la administración en general y de la universitaria en particular -pública o privada, académica, laica o de ríos dentro del Edén- es el deseo de tratar de aniquilar la Incertidumbre, inoculándola de programas que perpetúan el orden y los resultados del pasado.

Hasta finales del Siglo XX fuimos educados para vivir en un futuro predecible, pensado a imagen y semejanza de un pasado que en realidad no fue. Un error. En realidad el futuro, no ha sido, se crea.

Pero no se crea de manera determinista, desde los escritorios de los que obedecen la ciencia administrativa normal, cumpliendo ciclos y marcando tiempos.

Edgar Morin nos dice que hay que substituir la visión de un universo que obedece a un orden impecable. Y, nos sentencia que la educación del futuro debe volver sobre las incertidumbres ligadas al conocimiento.

Pensemos en nuestro mundo universitario que por momentos nos da la sensación que planifica para entonar odas a la estructura perpetuada en el programa, en detrimento de la aceptación de que el conocimiento tiene en sus entrañas la esencia de la incertidumbre. Nuevamente Morin nos recuerda que: “El conocimiento es una aventura incierta que conlleva en sí misma y permanentemente el riesgo de ilusión y de error.” Y nos repite: “el conocimiento es navegar en un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de certeza.”

En el caso universitario la enfermedad se traduce en la seducción por emular el tipo de escalafón gerencial corporativo con cadenas de mando verticales y jerárquicos en donde la expresión “calidad de los servicios educativos” no significan lo mismo vistos por la jerarquía académica, cuya mirada desciende del cielo a la tierra, que vistos a su vez por los docentes que históricamente son los más calificados para navegar en el archipiélago de certezas en el océano de la incertidumbre del quehacer académico. He estado en el mástil que sostiene la bandera de ambos y puedo compartirles que la realidad se observa de manera muy diferente.

Pero lo que históricamente se ha documentado es que en el mundo universitario, las cofradías de docentes -y en alguna medida los estudiantes-, a pesar de su pesada tendencia a perpetuar el dominio de la ciencia normal y dejar las cosas en su lugar, son las que al final producen los grandes cambios académicos, traducidos en cambios en la calidad de la investigación, del trabajo en el aula (presencial o virtual) y del establecimiento de los diversos vínculos con la sociedad.

Son los docentes los responsables directos del prestigio académico de la universidad, cuya medición primordial se traduce en el valor real que la sociedad da a los grados académicos que la institución otorga.

Pero a la incertidumbre no se le derrumba con el programa. Solo se le entiende desde una apuesta ética y consciente y desde la estrategia como recurso. Cuando tengamos que escoger entre el programa y la estrategia no podemos vacilar. “La estrategia debe prevalecer sobre el programa.”

Ya Epicuro, hace 24 siglos, nos advirtió: “En cuanto al destino, que algunos ven como el amo de todo, el sabio se mofa. En efecto, más vale aceptar el mito de los dioses que someterse al destino de los físicos. Porque el mito nos deja la esperanza de reconciliarnos con los dioses mediante los honores que les tributamos, en tanto que el destino posee un carácter de necesidad inexorable.”
El hoy y el futuro anidan el fin de las certidumbres.
*Doctor en física y académico