<div id='DTElementID-650978' class='WebText'<p class='Texto capitular'<span class='Capitular Bree'E</spann el cruce de la avenida Gabriel Mancera y el callej&oacute;n Escocia, a menos de doscientos metros de mi departamento, hay un par de inmuebles en el suelo. Es como si la muerte me hubiera salpicado. <p class='Texto lenguilla'Sobre la una y treinta de la tarde, la Colonia del Valle en Ciudad de M&eacute;xico es un hormiguero nervioso y disperso. Mis manos han cobrado vida fuera de m&iacute;, una r&eacute;plica a nivel personal del temblor de magnitud 7,1 cuyo epicentro, al sureste de Axochiapan, estado de Morelos, se ubica a una profundidad de 57 kil&oacute;metros. Leo los datos en la p&aacute;gina del Servicio Sismol&oacute;gico Nacional; es lo &uacute;ltimo que voy a poder revisar antes de que mi celular se apague y las comunicaciones colapsen. <p class='Texto lenguilla'Con la tragedia en la esquina, la solidaridad es un tr&aacute;mite que puedes hacer a pie. Los edificios son pulpa, como un pan que desmigajas con los dedos. Los rescatistas profesionales piden silencio, el gent&iacute;o azorado obedece y desde el fondo de esa masa de escombros se escucha un golpe seco, luego dos, ambos muy d&eacute;biles. La se&ntilde;al es un arma de doble filo. Puede que solo haya una persona consciente sepultada porque los dem&aacute;s residentes no se encontraban a esa hora en sus departamentos o puede que algunos de ellos est&eacute;n igualmente sepultados, pero ya muertos. En mi edificio &eacute;ramos cuatro: un vecino, yo, y sus dos perras hist&eacute;ricas. Ellas m&aacute;s asustadas que yo, &eacute;l m&aacute;s asustado que ellas. <p class='Texto lenguilla'La calle es ahora un desaguisado de cintas amarillas, ambulancias de la Cruz Roja y voluntarios, en principio, torpes, con protectores nasobucales debido a la fuga inminente de gas. Armamos cadenetas de manos para pasarnos los escombros, pero a&uacute;n estamos muy lejos del coraz&oacute;n del desastre, a un oc&eacute;ano de veinte o treinta metros de distancia de las v&iacute;ctimas. <p class='Texto lenguilla'Nada provoca tanto envejecimiento en tan corto tiempo como un terremoto. La convulsi&oacute;n es s&uacute;bita, le viene a la ciudad desde la boca del est&oacute;mago. <p class='Texto lenguilla'Despu&eacute;s de una hora de trabajo, el volumen no parece disminuir. Es un d&iacute;a en que tu insignificancia cobra cuerpo no solo por el nivel de desprotecci&oacute;n f&iacute;sica y la sensaci&oacute;n de fin inminente a la que quedas expuesto con el temblor, sino tambi&eacute;n porque el rescate se desarrolla apenas piedra por piedra, un despojo a la vez. <p class='Texto lenguilla'Pasan lascas de cemento, trozos de columnas rotas, pedazos de mamposter&iacute;a, cubos de piedra y cal. Es un desfile inanimado, cosas que no te dicen nada, hasta que vences la primera l&iacute;nea de desechos. De tanto en tanto, despu&eacute;s de una fila de cuarenta metros, empiezan a llegar a tus manos un DVD, una gaveta con un asa de cobre (sabes que alguien guardaba algo ah&iacute;) y un coj&iacute;n verde en el que cualquiera estuvo sentado hace dos horas o ayer en la noche, bebiendo un t&eacute;, leyendo el hor&oacute;scopo, revisando Instagram. Es probable que solo en un rato aparezcan ya objetos m&aacute;s &iacute;ntimos, como joyas o ropas, y luego puede incluso que el tesoro de una persona viva. <p class='Texto lenguilla'La sinfon&iacute;a de los voluntarios, todo esos ruidos y gritos que asustan, se interrumpe cuando los rescatistas vuelven a pedir silencio. Nadie logra definir con exactitud desde qu&eacute; punto de las entra&ntilde;as del edificio colapsado vienen los toques de auxilio, pero todav&iacute;a se escuchan con cierta claridad, a pesar de que cada vez son m&aacute;s d&eacute;biles. Es l&oacute;gico, nos vamos alejando de ellos. <p class='Texto lenguilla'Seguimos aqu&iacute;, la misma calle y la misma direcci&oacute;n, solo que nosotros ya estamos en las una y cuarenta de la tarde, y luego en las dos y diecisiete, y luego en las tres menos cuarto, y las v&iacute;ctimas siguen ancladas a la una y catorce, no se han movido de esa hora en que la brecha s&iacute;smica se las trag&oacute;. <p class='Texto lenguilla'Cerca de las cuatro, dicen, logran sacar a la primera persona, y a las cinco y media ya van nueve sobrevivientes. Yo solo alcanzo a ver a una se&ntilde;ora en camilla, moribunda, maquillada por el polvo, queriendo sacar humedad del roce de sus labios, pero sus labios est&aacute;n secos y se traban en una mueca inconclusa. <p class='Texto lenguilla'Una de las &uacute;ltimas cosas que cargo es la mitad del marco de una puerta, con una llave a&uacute;n colgada de la cerradura. ¿De qu&eacute; lado qued&oacute; el due&ntilde;o de esa llave? ¿Logr&oacute; abrir y escapar como pudo o el susto le trab&oacute; la mano? <p class='Texto lenguilla'En mi caso fue justo al salir del edificio cuando sent&iacute; que una ola de p&aacute;nico ven&iacute;a subiendo, mi momento terrible, y yo me dec&iacute;a a m&iacute; mismo que intentara atajarla y pensar, que intentara enfocarme en la cerradura y olvidarme de m&iacute;, toda la gravedad posible puesta en un asunto tan prosaico, pero mi mano no acertaba y la cerradura se mov&iacute;a de un sitio a otro. <p class='Texto lenguilla'Los huracanes son un fen&oacute;meno horizontal, una larga pieza de teatro que hasta cierto punto puede predecirse. Uno asiste a su evoluci&oacute;n: se fortalecen en aguas c&aacute;lidas, arrasan durante su trayecto, declinan en tierras continentales y finalmente se diluyen. Pero el terremoto es sorpresivo, viene rompiendo de abajo hacia arriba como un v&oacute;mito. Su latigazo breve y fulminante tiene la forma de un haik&uacute;. <p class='Texto lenguilla'Este de Toko, por ejemplo: “Los poemas a la muerte son enga&ntilde;os. La muerte es la muerte”.</div