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Tres historias ocurridas en Japón

  • 22 noviembre 2014 /

Compitiendo con americanos

Al visitar Japón, para la promoción de El Peregrino de Compostela (Diario de un Mago), le pregunté al editor Masao Masuda cómo los japoneses habían conseguido conquistar mercados que antes eran de los americanos.

—Muy sencillo —respondió Masuda—. Los americanos tienen una idea, se encierran en una sala con datos de encuestas, toman decisiones, y gastan una energía enorme en demostrar que tenían razón. Nosotros no queremos probar nada a nadie: dejamos que cada ser humano manifieste sus necesidades, e intentamos solucionarlas. El resultado práctico es que cada uno acaba comprando lo que ya deseaba antes.

»Quien solo desea demostrar que tiene razón, acaba actuando de manera equivocada.

El verdadero respeto

Durante la evangelización de Japón, un misionero fue hecho prisionero por samuráis.

—Si quieres seguir vivo, mañana tendrás que pisar la imagen de Cristo delante de todo el mundo— dijeron los guerreros.

El misionero se fue a dormir, sin ninguna duda en el corazón: jamás cometería semejante sacrilegio, y estaba preparado para el martirio. Se despertó en mitad de la noche y, al levantarse de la cama, tropezó con un hombre que dormía en el suelo. Casi se cayó de espaldas: ¡era Jesucristo en persona!

—Ahora que ya me has pisado, ve ahí fuera y pisa mi imagen —dijo Jesús—. Porque luchar por una idea es mucho más importante que la vanidad de un sacrificio.

Destruyendo y reconstruyendo

Me invitan a ir a Guncan-Gima, donde hay un templo del budismo zen. Cuando llegó allí, me quedó sorprendido: la bellísima estructura está situada en medio de un inmenso bosque, pero tiene un gigantesco terreno baldío al lado. Pregunto por la razón de aquel terreno, y el encargado me explica:

—Es el local de la próxima construcción. Cada veinte años, destruimos este templo que ves, y lo reconstruimos al lado. De esta manera, los monjes carpinteros, albañiles y arquitectos tienen la posibilidad de estar siempre ejerciendo sus habilidades, y enseñarlas —en la práctica— a sus aprendices. Mostramos también que nada en la vida es eterno, y que incluso los templos están en un proceso de constante perfeccionamiento.