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Valdebebas fue una fiesta

  • 30 septiembre 2014 /

He podido estar el pasado sábado veintisiete, junto con un grupo de jóvenes hondureños, en Valdebebas, una zona residencial en desarrollo al noreste de Madrid. Ahí, una multitud multicolor, más de doscientas mil almas, se reunió para ser testigo de la permanente vitalidad de la Iglesia y de cómo esta pone ante nosotros ejemplos eminentes de santidad para que los cristianos tengamos puntos de referencia seguros y entendamos que los altares no están llenos de personajes acartonados, sino de hombres y mujeres de carne y hueso que tienen mucho que decirnos a los ciudadanos del siglo XXI. En Valdebebas, monseñor Angelo Amato, en nombre del papa Francisco, declaró beato y, por lo mismo, modelo de santidad e intercesor ante la Providencia, a don Álvaro del Portillo y Diez de Sollano, obispo, primer Prelado del Opus Dei.

En el sitio se reunió gente de todas las profesiones, niveles culturales, edades y de los cinco continentes. Familias completas de Kenia, Hong Kong, Chile, Australia, etc. formaron un auténtico mar humano que se extendía a lo largo y ancho de varios kilómetros y que siguió la ceremonia de beatificación con un silencio y un respeto impresionantes. Don Álvaro atrajo a miles de personas del mundo entero que estos días han hecho de Madrid entero una cita con él.

La gratitud de tanta gente con don Álvaro se debe en parte a que mientras él hizo cabeza en la Prelatura del Opus Dei impulsó muchísimas iniciativas de promoción social en diversos lugares del planeta: escuelas de hostelería, clínicas, dispensarios, escuelas técnicas, en fin, obras con las que se busca elevar el nivel material y humano de aquellos y aquellas que por diversas razones han sido marginados por la sociedad. En Honduras, en la comunidad de Zambrano, y solo para poner un ejemplo cercano, existe, desde hace varios años, la clínica Aragua, un dispensario al que acuden al año miles de lugareños que reciben atención médica de calidad por pagos simbólicos.

Y es que don Álvaro, siendo sacerdote católico, no solo se preocupaba por el componente espiritual de las personas, sino por su mejora integral, por su alma y por su cuerpo. Así, en él, todos podemos encontrar la preocupación de un hombre santo que amaba profundamente a la humanidad entera, que sabía estar cercano a las necesidades de los demás y que veía en cada hombre y mujer un hijo de Dios al que había que elevar en todos los sentidos.