18/04/2024
11:29 PM

Egoísmo al tope

Redacción.

Es difícil, y pienso que incorrecto y muchas veces arbitrario juzgar las intenciones y los actos de los demás, sobre todo cuando forman parte de su universo afectivo o conciernen a las decisiones que se toman respecto a la continuación o no de una relación sentimental, incluso cuando ha sido públicamente anunciada y su estabilidad certificada, ya sea por el vínculo legal o el religioso o por ambos.

Es decir, cuando un hombre y una mujer deciden poner fin a su pacto conyugal, a su matrimonio, los espectadores externos solemos desconocer tantas interioridades, tantas circunstancias, que difícilmente podemos ser objetivos e imparciales a la hora de opinar.

Sin embargo, lo que sí podemos afirmar, y sin hacer referencia a un caso particular sino a tantos que hoy, muy desafortunadamente, se dan; es que en muchas de las rupturas, sobre todo cuando hay hijos de por medio, hay una gran dosis de egoísmo. No olvido la sorpresa que me llevé cuando le hacía ver a un señor que la decisión de abandonar a su esposa iba a afectar profundamente a sus cuatro hijas (la mayor de 12, la menor de 2), y él me respondió que tenía derecho a buscar la “felicidad” y que sus niñas “ya se acostumbrarían” a su ausencia. Me quedó, además, la duda de si se podría encontrar la “felicidad” de la que él hablaba lejos de las personas a las que él más decía querer: sus hijas. Porque tengo la convicción de que si hay amor grande, si hay pasión que supera todas las pasiones humanas, es el amor por los hijos.

Sucede que el egoísmo nos resta objetividad, nos impide divisar el horizonte existencial, nos introduce tan dentro de nosotros mismos que nos imposibilita ver las necesidades y el sufrimiento de los demás. Pero, así estamos. El yo se ha convertido hoy en el centro de muchas vidas. Nos gusta el autobombo y exigimos que los demás nos rindan culto y nos ofrezcan incienso.

Estamos tan pendientes de nuestra imagen, de nuestro estado de ánimo, de nuestra salud, que nos la pasamos dando vuelta alrededor de nosotros mismos de la manera más maniática que se ha visto en la historia reciente y lejana. Y así no hay relación humana que perdure, no hay pacto conyugal que aguante. Porque el matrimonio y la paternidad implican entrega, renuncia, sacrificio… y en la actualidad esos conceptos suenan a malas palabras. Porque egoísmo y amor son irreconciliables.