25/04/2024
03:50 PM

Realismo mágico

Se fue García Márquez. No estará nunca más entre nosotros. En su lugar ha quedado el vacío que trataremos de llenarlo con lo que él sembró en nuestras vidas desde que apareció Cien años de soledad, ese día en que buena parte de los críticos colombianos comentaron con sorna algo que, por supuesto, no entenderían sino mucho tiempo después, cuando aceptaron que la realidad de la vida no está hecha solo con acontecimientos y cosas concretas, lógicas, comprobables. Nosotros, jóvenes estudiantes, no dudamos en introducirnos en Macondo como en ese lugar que hacía falta para entender y vivir de otra manera, no opuesta a La Peste, ni siquiera paralela, sino complementaria. Macondo apareció como el otro lado de la existencia académica, real y lógica, absurda y desesperanzadora. García Márquez nos exigía que descubramos una realidad otra que también nos habita y en la que lo fantástico complementa la existencia, un mundo en el que todo es posible, en el que solo lo mágico provee de sentido a las cosas duras que hacen la cotidianidad. En Macondo se sufre y se goza, se imagina y se crea, se espera y se desespera. Se muere, pero es posible ir en cuerpo entero al cielo, o vivir cien años de soledad fabricando; sin embargo, pececitos de colores y convirtiendo cualquier baratija en oro. Otras realidades verdaderas que se enfrentan a lo que propone el poder que no cesa en su pretensión de hacer que la vida sea tan solo una cosa real, lógica y legalmente reglada.

En Macondo existe otra manera de vivir y de interpretar el mundo, otra forma de sufrir la peste y la muerte, totalmente distinta a la propuesta de Paneloux, el cura moralista de La peste para quien únicamente los malos ciudadanos son víctimas de la epidemia que es castigo de Dios. En Macondo, la vida es tan profundamente alegórica y mágica como real e incluso cruel. En Macondo la realidad, para ser tal, no puede despojarse de lo fantástico y de lo fantasmal. Cada sujeto no es solo historia de acontecimientos fácticos, comprobables e insertos en el calendario, como quiere la ley. Es también aquello que imagina, que crea, que supone y sueña, lo que se desarrolla en otra escena, en el mundo fantasmagórico de los sueños. Cada sujeto podría fabricar la verdad de realidades imaginarias para añadir un plus de placer a lo duro de lo cotidiano, porque la verdad no es solo lo comprobable sino también lo imaginado. Detrás de la piel de lo real, cada uno es capaz de llevar consigo al mejor de todos los alquimistas como para convertir las desesperanzas en sonrisas, los dolores, los hundimientos y las amarguras en caminos al reino de la esperanza y de la risa que quizás se encuentra ahí, al otro lado de la puerta. Macondo representa la exigencia personal y social de metaforizar la vida y el poder para no vivir presas de la pesadez absurda de reglas incuestionables, de éticas universales y de verdades absolutas. (HOY)