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La última carrera de Marieke Vervoort

  • 03 septiembre 2016 /

De los Juegos de Río a la eutanasia: La belga de 37 años ya tiene firmados los papeles para la eutanasia.

Bélgica

Marieke Vervoort cumplió 37 años hace tres meses, pero ya sabe dónde quiere que lancen sus cenizas cuando muera. Tiene un rostro juvenil, el cabello corto y rubio y la risa fácil. Tiene dos medallas olímpicas, un perro llamado Zen del que apenas se separa y una figura de un Buda que le inspira paz.

También la mitad inferior del cuerpo paralizado, una visión reducida al 20%, dolores que le impiden dormir durante largas noches y un papel con su firma que autoriza a un médico a ponerle una inyección para acabar con su vida cuando lo desee. Pero eso aún es cuestión de unos años. Su cuerpo dirá cuántos.

Antes tiene una misión para la que se prepara concienzudamente seis días a la semana: quiere volver a colgarse una medalla en los Juegos Paralímpicos de Río representando a su país, Bélgica.

Foto: La Prensa

Vervoort sufre dolores insoportables por una enfermedad degenerativa pero antes quiere hacer historia en las olimpiadas
Marieke llega a la pista de atletismo en un coche decorado con una gigantesca foto suya del momento en que se proclamó campeona olímpica de los 100 metros lisos en los Juegos de Londres 2012.

Gafas de sol y cronómetro al cuello, Rudi Voels, de 52 años, está habituado a mandar sobre el tartán. Es uno de los técnicos más reputados de Bélgica y sabe lo que es ganar una medalla olímpica como responsable del equipo de relevos en Pekín 2008. Marieke es la única atleta paralímpica a la que prepara. “Nunca quiere perderse un entreno. A veces viene con mucho dolor y la obligo a irse a casa”.

Su deseo

Ya ha decidido que los Juegos serán su último reto deportivo. La enfermedad degenerativa que padece dificulta cada vez más su recuperación y hay noches después de una carrera en las que apenas duerme. Tras más de una década compitiendo prefiere disfrutar de las pequeñas cosas de la vida. Las comidas con las amigas. Las conversaciones en el jardín de casa.

Antes de su retirada estará en la línea de salida de Río en los 100 y los 400 metros, dos distancias explosivas, sin tregua, para las que se prepara encadenando una serie tras otra. En ambas pruebas se verá las caras con su gran rival, la canadiense Michelle Stilwell, con la que se repartió oro y plata en Londres en una tensa pugna. “¡Aquí mucho y aquí nada!”, bromea entre risas sacando músculo y moviendo la mano del bíceps al pecho.

También ella se somete al examen de las autoridades antidopaje. Hace un par de semanas un control la despertó a las seis de la mañana, y fármacos como la morfina solo puede tomarlos bajo expresa autorización médica. Cuatro veces al día, una enfermera la visita, vigila su salud, la acompaña al baño y la ayuda a cambiarse de ropa. En caso de ataque epiléptico o dolor insoportable solo tiene que pulsar un botón para que alguien acuda a ayudarla a cualquier hora.

Su vida no siempre fue así. Todo empezó con una dolorosa inflamación en un pie a los 14 años. Problemas que se extienden a las rodillas. A los 20 ya depende de una silla de ruedas y decide abandonar sus estudios. La pérdida de movilidad en el tren inferior aceleró su dedicación empezando por el baloncesto en silla de ruedas y el triatlón hasta llegar al atletismo. Las medallas de Londres, su momento cumbre.
Tomado de El País

La eutanasia
Bélgica es el país del mundo con las leyes sobre eutanasia más permisivas. Cinco personas deciden morir allí cada día por este método e incluso los menores de edad pueden acabar con su vida si cuentan con el consentimiento de sus padres y un informe psiquiátrico que lo avale. Eso no significa que sea un rápido trámite administrativo. Para poder estampar su rúbrica en el documento que protege su derecho a morir, Marieke tuvo que convencer a un psiquiatra de que su decisión no respondía a un estado de ánimo puntual y probar a tres médicos diferentes que los dolores son tan intensos que no puede vivir con ellos y no hay ninguna esperanza de mejorar. Ha dejado una carta para que la lean cuando su corazón deje de latir y quiere una celebración alegre, con músicos. Luego desea ser incinerada. “Quiero que lancen mis cenizas en Lanzarote, donde la lava se une con el mar. Un lugar que me transmite paz y tranquilidad. Quiero terminar allí”.