El papa Francisco presidió ayer el Via Crucis del Viernes Santo en honor a los migrantes y lamentó que a menudo encuentren las puertas cerradas de los países a los que intentan llegar “por el miedo y los corazones blindados de cálculos políticos”.
En corto
El rito del Via Crucis fue instaurado en 1741 por orden de Benedicto XIV, aunque su práctica cayó en el olvido con el paso del tiempo y no se volvió a celebrar hasta 1925. Fue en el año 1964 cuando el pontífice Pablo VI eligió el Coliseo romano para presidir este rito.
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“Señor Jesús, ayúdanos a ver en Tu Cruz todas las cruces del mundo... la cruz de los migrantes que encuentran las puertas cerradas a causa del miedo y de los corazones blindados por cálculos políticos”, rezó el pontífice en referencia a los migrantes.
Durante su oración, Jorge Bergoglio rechazó las injusticias sociales a las que se refirió como cruces del mundo y entre ellas citó la codicia y el poder y a “la humanidad que vaga en la oscuridad de la incertidumbre y en la oscuridad de la cultura del momento”.
En otros lugares de Latinoamérica también se vivió esta acto como en El Salvador, en Iztapalapa (México) o en Atyra, a 50 kilómetros de Asunción (Paraguay).
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Habló al mismo tiempo de los “pueblos sedientos de justicia y paz”, y se acordó de los “ancianos que se arrastran bajo el peso de los años y la soledad”, pero también de los niños “heridos en su inocencia y en su pureza”.
Como ya ha hecho en anteriores ocasiones a lo largo de su pontificado, criticó que en las sociedades actuales haya personas que son rechazadas y marginadas.
En este sentido, dirigió un mensaje a los creyentes que, teniendo fe y “tratando de vivir de acuerdo” a la palabra de Dios, “se encuentran marginados y dejados de lado incluso por sus familiares y sus compañeros”, y también a los consagrados que intentan llevar la luz de Dios en el mundo y se sienten ridiculizados y humillados.
Francisco acabó su plegaria repudiando las debilidades de los seres humanos, su hipocresía, sus traiciones, sus pecados y sus promesas rotas.
Bergoglio asistió en profundo recogimiento al recorrido de la cruz, que discurrió por el interior del Coliseo -el famoso anfiteatro Flavio, que recuerda los sufrimientos de los primeros cristianos-, continuó por delante del Arco de Trajano y concluyó en la colina del Palatino.
La cruz avanzó este camino mientras se leían las meditaciones de las catorce estaciones, que este año han corrido a cargo de la monja italiana Eugenia Bonetti, misionera de la Consolata y conocida por haber dedicado su vida a luchar contra la trata de personas.