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Cruce clandestino Guatemala-México: inicio de un viaje 'a la buena de Dios'

  • 03 abril 2013 /

Unos 140.000 personas la inmensa mayoría centroamericanos, entran de forma ilegal a México.

'Partimos, pero quién sabe si volveremos', dice uno de los emigrantes clandestinos, a bordo de una precaria lancha que desaparece entre la neblina del río San Pedro al amanecer. Así cruza la frontera de Guatemala a México, donde comienza el último y más temido trayecto de su viaje a Estados Unidos.

En la embarcación viajan otras 13 personas con la mirada en el mismo destino. Son parte del éxodo de unos 140.000 hombres, mujeres y niños indocumentados, principalmente centroamericanos, que cada año tratan de cruzar México hacia el norte. Al menos 20.000 de ellos serán secuestrados y muchos otros sufrirán robos, violaciones, reclutamiento forzado en grupos criminales e incluso serán asesinados, según cálculos de las autoridades mexicanas.

Zarpando de 'Los Naranjos', Guatemala, los viajeros se hunden en un silencio tenso. Nadie quiere decir su nombre, ni de dónde viene ni a dónde va. La única mujer a bordo, los siete muchachos que parecen menores de edad, el hombre de barba ... todos temen que información valiosa pueda llegar a oídos de un 'halcón', como les llaman a los espías de las mafias.

El estrecho bote se va adentrando en la espesura del bosque tropical del istmo bajo un sofocante sol, cuando a lo lejos se alcanza a ver un corral con decenas de vacas de pelo blanco y miel. 'Ese es mi trabajo, el ganado. ¿Ahora qué voy a hacer?', exclamó de pronto un emigrante que lucía su sombrero de vaquero.

'En mi país hay tierra para trabajar, pero la está acaparando la gente con dinero y nosotros los pobres tenemos que hacernos a un lado. Hay que pagar un impuesto de guerra, si no, lo matan a uno las maras (pandillas)', explica a la AFP Aurelio, un hondureño de 45 años que aspira a llegar por primera vez a Los Angeles para sembrar chiles.

Aurelio no viaja solo. Le acompañan su sobrino y su hijo David, quien el año pasado emigró solo a Estados Unidos con la ilusión de trabajar como mecánico de automotores. Sin embargo, permaneció arrestado en Houston (Texas) durante varios meses antes de ser deportado.

'En la cárcel nos tenían esposados de pies y manos todo el tiempo', recuerda el joven de 22 años mientras saca empeñosamente el agua que se va a acumulando en el fondo del bote.

'Para un padre es duro perder un hijo. Es mejor acompañarlo y no quedarse', susurra Aurelio, quien no alcanza a disimular la tristeza de haber dejado sola a su esposa.

Un viaje 'duro, pues'

'Yo también conocí este viaje que los compañeros van a iniciar. Caminé y caminé hasta llegar a 'Los Pozos', un pequeño poblado de Tabasco', en el sureste de México, cuenta a la AFP Wilmer Henríquez, un lanchero guatemalteco de 32 años que lleva a la gente a la orilla mexicana, hasta un punto cercano al pueblo de Tenosique.

'Ahí la gente saca billetes y se los muestra al maquinista cuando va pasando La Bestia', como llaman al tren de carga que atraviesa México de sur a norte, recuerda sonriente.

La máquina se detiene y 'en diez segundos se florecen todos los vagones con la multitud que monta', describe este hombre, que fue arrojado por la borda al no pagar esa 'cuota'.

Su sonrisa se apaga al explicar que, una vez sobre el lomo de La Bestia, una mujer hondureña fue descuartizada por las ruedas del tren cuando intentó subir en movimiento. 'Yo le había tendido la mano y la quise jalar, pero se metió 'p'adentro' y se partió en cuatro pedazos ¡Cuánta sangre!... Duro, pues', dice.

También recuerda una ocasión en que el tren se detuvo en una estación y un grupo de hombres abrió un vagón del que salieron decenas de emigrantes. A los varones les exigían todas sus pertenencias a punta de machetazos, a las mujeres se las llevaban. 'Luego supimos que fueron Los Zetas' -la temida banda fundada por militares mexicanos que desertaron en la década de 1990- cuenta.

Algunas personas pagan a un traficante de personas para que éste a su vez le pague al maquinista del tren por dejarlos viajar en los vagones. 'Pero luego Los Zetas le dan aún más dinero al maquinista para que les entregue los vagones llenos de gente', explica Wilmer mientras maniobra su lancha en aguas plagadas de lagartos.

'¿Qué delito es buscar una vida mejor?'

Aurelio cree que la rigidez de las leyes migratorias en México y Estados Unidos obligan a los centroamericanos a viajar entre la clandestinidad y el peligro. '¿Qué delito es ir buscando mejorar su vida, y sólo para encontrar la muerte?', exclama.

En su infructuosa búsqueda del sueño americano, Wilmer tuvo que esconderse de los agentes de migración en aguas de drenaje, luego en un pantano durante toda una noche, donde quedó infestado de sanguijuelas. También enfrentó días de hambre, sed y frío; noches de angustia extrema y una lluvia de piedras lanzadas al tren por pobladores mexicanos.

No logró estar en Houston (Texas) un día completo, pues oficiales migratorios lo arrestaron mientras usaba un teléfono público.

El fin del relato de Wilmer es sólo el inicio del periplo de Aurelio, quien con un gesto solemne acomoda su sombrero antes de bajar de la lancha y adentrarse en senderos mexicanos. Ahí, un traficante de personas lo aguarda en una camioneta. 'Vamos a la buena de Dios', se despide.