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Remesas dan impulso a las aldeas garífunas de Honduras

  • 21 abril 2018 /

    Puerto Cortés, Honduras

    Las antiguas chozas de paredes de mimbre o caña brava y techo de manaca están desapareciendo del paisaje caribeño de Bajamar y en su lugar surgen casas que, en cualquier ciudad grande del país, cuestan varios millones de lempiras.

    Los bisnietos y los tataranietos de los garífunas que llegaron hace 220 años a la costa caribeña están revolucionando su estilo de vida y enterrando la pobreza en la misma arena por donde caminaron sus abuelos que arrivaron en la búsqueda de libertad.

    Hasta mediados de la década de 1990, Bajamar, situada a 13.3 kilómetros del centro de Puerto Cortés, era una comunidad sumergida en la extrema pobreza y golpeada por enfermedades letales, entre ellas sifilis, hepatitis B, y VIH.

    Esta aldea de pescadores estuvo históricamente al margen de la agenda de los gobiernos locales de Puerto Cortés y de la administración central. Los políticos solamente llegaban, previo a los procesos electorales, a solicitar el voto a sus habitantes y después los dejaban en el olvido.

    Pero las nuevas generaciones de garífunas de esta comunidad están logrado con esfuerzo propio y no con ayuda de los políticos borrar el drama de la pobreza.

    Apoyo
    Los garífunas en Estados Unidos también envían dinero para desarrollar obras comunitarias como canchas deportivas.

    Sin embargo, reconocen que Aguas de Puerto Cortés les instaló el agua potable (una empresa descentralizada de la Municipalidad) y el Gobierno central, por medio de la Empresa Nacional de Energía Eléctrica (Enee), les llevó la energía.

    Recientemente, el gobierno de Juan Orlando Hernández invirtió L1,446,439 en la reparación del centro de educación prebásico Martha Sara de Mena, a donde asisten todos los niños de la comunidad.

    Las viejas chozas eran sumamente pequeñas y en ellas vivía toda la familia.

    Familiares

    Para romper las condiciones paupérrimas, todas las familias han tenido que experimentar un poco de dolor con la partida de uno o más de sus miembros hacia Estados Unidos.

    “Mucha gente está mejorando las condiciones de vida porque muchos miembros de nuestras familias se fueron a vivir a Estados Unidos. De allá de los Estados, la gente está mandando a hacer las casas. Anteriormente teníamos casas de manaca, ahora tenemos casas dignas”, resume Sofía Bernárdez, esposa del presidente del patronato de Bajamar.

    Bernárdez, quien coordina el grupo cultural Tiyawana Mama, tiene en Estados Unidos 25 parientes y algunos de ellos le envían remesas.

    Al igual que Sofía, Alan Aguilar, quien ha vivido en Estados Unidos y ahora se encuentra en Bajamar, considera que “si no fuera por las personas que se vieron en la necesidad de emigrar, esta aldea no estaría cambiando”.

    “Los gobiernos nos han tenido en el olvido. Siempre estuvimos en la pobreza y por eso nos vimos obligados a dejar nuestro país”, dice.

    Mientras Aguilar era entrevistado por periodistas de LA PRENSA, en la calle polvorienta que cruza la aldea, unos diez albañiles colocaban bloques, preparaban la mezcla o repellaban el muro que en los últimos días han estado levantando alrededor de una casa construida con dinero enviando desde Nueva York.

    Denis Colón, que ha vivido toda su vida (42 años) en Bajamar, observa que “esta comunidad está creciendo gracias al sueño americano”.

    “Los garífunas que se fueron están enviando dinero para construir y nosotros logramos conseguir trabajo”, dice.

    Algunas de las nuevas casas, edificadas a pocos metros del mar, permanecen vacías y son ocupadas cuando sus propietarios visitan Honduras, como en la Semana Santa pasada.

    Con el dinero que envían mensualmente, los garífunas no solamente logran construir o arreglar las casas, sino crear fuentes de empleo y dinamizar la economía de la aldea.

    Gran parte de los jóvenes, como los que trabajan con Aguilar, laboran como albañiles o se dedican a la pesca.

    Ahora contrastan con las nuevas casas que los garífunas están construyendo.

    Negocios

    Los garífunas sueñan con convertir a Bajamar en un destino turístico importante y para alcanzar esa meta tienen previsto comenzar a desarrollar pequeños negocios frente a la playa.

    Para el caso, antes de Semana Santa, la comunidad inauguró un bar y restaurante llamado Vistamar. Este negocio le costó al inversionista más de un millón de lempiras.

    En Vistamar, cuyos propietarios viven en Estados Unidos, atiende a los visitantes Jason Máximo, un joven garífuna de 22 años que estudió mecánica automotriz, pero no encuentra un trabajo en Puerto Cortés o municipios vecinos.

    Máximo vende en Vistamar sopas marineras, sopas de caracol, platos de camarones, pescado frito y también pollo.

    “Yo trabajo aquí y también voy a pescar. Nosotros salimos adelante pescando. Si hay una buena pesca, podemos ganar L500, pero a veces solo conseguimos para la gasolina. Peo si abren negocios de este tipo, más personas tendrán trabajo”, dice.

    Máximo también ha vivido fuera del país, en México y Guatemala. Su madre, Nohemí, tiene 4 años de residir en España, desde donde manda dinero.

    Algunos edifican las viviendas de dos plantas, varias habitaciones y le agregan algunos lujos impensables por sus ancestros.

    Trabajo de hombres, mujeres y niños

    Los hombres han sido siempre pescadores. Los hombres de Bajamar y Travesía van todos los días al mar a pescar. Los peces logrados durante la jornada los comercializan en la aldea y en el centro de Puerto Cortés.

    Las mujeres venden pan de coco. Gran parte de las mujeres garífunas, además de realizar actividades domésticas, se dedican a hacer pan de coco. Los hijos de estas salen a vender el pan por las calles de la aldea.

    Garífuna y español todos los días. Los habitantes de estas dos aldeas desarrollan todas las actividades cotidianas comunicándose en garífuna. Hablan español solo con quienes no son de esta etnia.