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Aurelio Martínez, el tolupán que da clases en el rincón de una iglesia

  • 27 septiembre 2014 /

El Maestro del Año en Honduras clama por ayuda para construir un aula para sus alumnos.

Montaña de la Flor, Francisco Morazán, Honduras.

Lejos de las cámaras de los medios de comunicación que lo asediaron cuando fue condecorado en Tegucigalpa, Aurelio Martínez, el Maestro del Año, vive una dura realidad para poder ejercer su profesión en su tierra natal.

Aunque en lugar de pupitres tiene bancas de ocote, y en vez de recursos didácticos tiene las ventanas de adobe y bloques de barro a su alrededor, el deseo por sacar adelante a sus 14 pequeños alumnos le permite ingeniar cualquier actividad para que estos se vayan a su casa encantados de haber recibido clases.

Trabajar en estas condiciones podría ser algo inaceptable, pero para Aurelio es la última y mejor oportunidad de preservar su lengua y las raíces que muchos hondureños desconocen.

Por esta y otras razones, el joven docente tolupán fue elegido el pasado 17 de septiembre como el Maestro del Año, galardón otorgado por el Gobierno de Honduras a un docente destacado anualmente. Sin embargo, el premio se queda corto al conocer la dura realidad a la que el maestro se enfrenta a diario en la abandonada Montaña de la Flor, ubicada en el municipio de Orica, departamento de Francisco Morazán.

El maestro ruega a los hondureños por ayuda para poder construir el aula para su kinder y también para sacar de la miseria a su tribu.



Ardua jornada

Tener que impartir clases en el rincón de una pequeña iglesia en el caserío de Hierba Buena, en San Juan, dentro de la montaña, no priva a Aurelio de ejercer su profesión con ímpetu y pasión.

El tolupán inicia labores a las 3:00 am y termina a las 10:00 pm. No solamente prepara la clase para sus pupilos en el retirado caserío, también es un padre de familia responsable que estudia con su primogénito Edin Aurelio, y apoya con las necesidades del hogar a su esposa Suyapa Martínez.

A pesar de tener una casa construida del mismo material que la mayoría de pobladores de la tribu, mantiene impecable su patio y su pequeño huerto de maíz, tomates y frijoles. El orden y la disciplina que ha implementado en su familia cobra mayor realce debido a la ubicación de su vivienda, en la parte más alta de la zona, todos los tolupanes reconocen donde vive “el inteligente profesor”.

Foto: La Prensa



A las 5:00 am, cuando solo el rumor de la quebrada helada, el canto de los pájaros y la danza de los pinos se oye en toda la montaña, el educador sale a emprender el desgastante recorrido que lo lleva a su lugar de trabajo, el jardín Edith Marisela Figueroa.

Una taza de café recién tostado y una tortilla con huevo, son el sustento con que se aventura a caminar 30 kilómetros ida y vuelta, subiendo y bajando varias colinas durante tres horas.

Antes de penetrar el denso bosque que lo lleva a Hierba Buena, saluda a cuanta persona de la tribu de La Ceiba se encuentra en el camino. Parece conocerlos a todos y ellos lo saludan como si fuera un hermano que no ven hace tiempo.

-“¡Profe, que tenga un buen día!”-, le dice un poblador que viaja con machete en mano hacia una construcción en otra tribu, él responde con una sonrisa tímida pero a la vez sincera diciendo “gracias, usted también, que Dios le bendiga”. En otros casos, entabla conversaciones breves en su lengua natal, tol.

Una vez entrando a la selva, se prepara para poner a prueba su delgado y resistente físico cruzando un río y tres quebradas que abastecen de agua pura a tres tribus. En el camino escucha más de alguna motosierra talando árboles, pero asegura que “son pobladores de la montaña que tienen autorización”.

Foto: La Prensa



“Nosotros los indígenas estamos bien organizados para saber si alguien está robando o no en nuestras tierras”, explica a medio camino el reconocido líder juvenil de su etnia.

Ya para de llegar a Hierba Buena, se ubica en una zona de la colina donde hay señal telefónica, saca su modesto celular recién comprado para consultarle a los padres de sus alumnos si ya están llegando a su centro de reunión.

En la tribu de San Juan existe la Asociación Educativa Comunitaria (Aeco) compuesta por padres y pobladores, que se encargan de constatar si los docentes llegan disciplinadamente a dar clases.

La clase

Agotado por el recorrido, llega a la primera casona del caserío de Hierba Buena para tomar agua. Alex, Digna, Darvin, Irma, José, Keny, Lenin, Marcos, Maryuri, Melvin, Milton, Nancy, Rosa y Sinthi (sus 14 estudiantes de preescolar), le esperan en la iglesia Luz Resplandeciente para comenzar la clase.

Dar clases a menores de 5, 6 y 7 años no es tarea fácil, pero Aurelio se transforma en las horas que le toca impartir el pan del saber. Esos 14 preescolares permanecen inmóviles en su banca de ocote escuchando con atención la lección del abecedario y de los medios de transporte impartida por su querido profesor.

Incluso los padres presentes quedan atónitos con la enseñanza del catedrático. Salta, canta, hace muecas e incluso cambia su tono de voz en reiteradas ocasiones para maravillar a sus pupilos mientras aprenden.

“Sabemos que la improvisación no es el mejor recurso para dar la clase, pero ante las precarias condiciones no tenemos alternativa”, confiesa Aurelio sobre sus métodos de enseñanza.

Al final de la clase, toma de la mano a los 14 y agradece a Dios por el tiempo transcurrido. “Dios permítenos poder venir a clases mañana, amén”, concluye y se despide de sus “ovejas”. En el fondo su plegaria es pidiéndole a Dios por algún día tener instalaciones propias para darle clases a los estudiantes.

Foto: La Prensa



Popularidad con propósito

“Soy un tolupán orgulloso de mis raíces y sinceramente prefiero apoyo para mi tribu y para mi centro educativo más que una entrevista para elogiarme”, confesó el disciplinado docente con su característico temperamento flemático.

Admite que ha disfrutado los aplausos, el saludo del presidente Juan Orlando Hernández y las dádivas de parte del Gobierno y otros buenos samaritanos, pero confía que su popularidad, producto de su vida llena de sacrificios y desafíos que logró vencer, motive a todas las personas que conozcan su historia para apoyarle en sus metas trazadas a futuro.

Aunque ahora lo felicitan en todos lados donde va, el joven profesor no pierde la humildad y asegura que luchará para graduarse de licenciado e incluso lograr una maestría.

Antes de despedirse, utilizó una frase en tol para referirse a las personas que lo han apoyado y quienes lo harán en el futuro. “Tuis naja micas”, que quiere decir, “gracias, amigos”.