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'Boté a la basura la primera edición de La Hojarasca'

  • 17 abril 2014 /

Eva Castillo Fries reside en San Pedro Sula y tras la muerte de Gabriel García Márquez recuerda su historia con Gabriel García Márquezl.

San Pedro Sula, Honduras

Esta historia fue narrada por primera vez casi en una medianoche de 1982 a través del programa radial colombiano La Noche, que era conducido por el periodista Antonio Ibáñez.

Entonces no muchos le pusieron atención, además de la hora, porque Gabriel García Márquez acababa de recibir su premio Nobel.

La historia volvió a ver la luz en las páginas de LA PRENSA en marzo de 2007, con ocasión de los 80 años del escritor. Hoy, tras la muerte de 'Gabo', renace una vez más.

El curioso relato de Eva Castillo Fríes es como las obras de García Márquez, inmortal. Persiste en la memoria de la colombiana de 90 años y que desde hace varios reside en San Pedro Sula.

“Yo nunca conocí a Gabriel, pero mi esposo Eduardo Fries Herrera y su primo Roberto Herrera Soto sí lo conocieron. Ambos habían nacido en Santa Marta, Colombia, y como todos los costeños que vivían en Bogotá, eran compadres entre ellos'.

'Fue Roberto el que se encontró a Gabo”, recuerda Eva tras casi 70 años de haber pasado el momento en que el entonces escritor aprovechaba la oportunidad para decirle a Roberto que necesitaba imprimir un libro.

Roberto le dijo al principiante que su primo Eduardo trabajaba en una imprenta en el centro de la capital colombiana. 'Entonces, los tres conversaron y llegaron a un acuerdo para imprimir el libro, el primero de Gabo, un joven del que no se conocía nada y que vivía sin cinco centavos”, aduce Eva.

Recuerdos

Fue así como sin mayores pompas, “La Hojarasca” empezó a imprimirse en un taller de la calle 13, entre las avenidas 6 y 7 del centro de Bogotá, que era propiedad de don Carlos... “del apellido no me acuerdo, pero sí sé que era una bella persona, que trabajaba en los talleres con los empleados mientras mi esposo conseguía los contratos”.

Con “La Hojarasca” las únicas ilusiones de Eduardo 'eran ganarse unos pesos, que serían pagados a medida que el libro se vendiera', y llevar un trabajo más a una tipografía en crecimiento.

“Entonces se hizo el libro, salió y empezó a repartirse en las librerías. Yo no me metí en nada, pero mi esposo me pedía muchos consejos. Estaba muy entusiasmado. Fuimos a las vitrinas a mirar las carátulas, que eran avivadas con fotos de hojarasca para que todo estuviera a tono. No recuerdo cuántos libros se imprimieron, pero no eran muchos, y gracias a Dios fue así porque no se vendió ni uno'.

Eva cree que el único que se comercializó fue el que “Gabo” le dio autografiado a Eduardo 'como regalo por haberlo ayudado'.

'La edición estuvo en las vitrinas no sé por cuánto tiempo, pero fue el suficiente para que Eduardo se diera cuenta que La Hojarasca había sido un fracaso total. Al ver eso, mi esposo habló con Gabo para saber qué hacer porque las librerías necesitaban el espacio y el escritor le dijo: queme esa m... Fue lo único, y yo lo repito textual'.

Tras el fracaso en ventas Eduardo recogió los libros 'y a mi casa fue a dar toda la primera edición'. Los libros no iban en cajas, sino en bolsas plásticas.

'Con Trina, mi ayudante de aquella época, llenamos como tres costales con los libros y esperamos a que pasara el camión de la basura para que se los llevara. No los podíamos quemar porque en las casas de Bogotá no se permitía. Así terminó la primera edición de La Hojarasca: toda en la basura. Los amigos de nosotros se reían por haber tenido que botar la primera edición”.

El único libro que se salvó de la edición fue uno autografiado y que permaneció en la biblioteca de los Fries hasta que un día de crisis fue vendido en una compraventa de textos, algo muy común en Bogotá.

“Entre los que vendieron, ese libro se fue. Quién sabe si existirá todavía o si terminó en la basura”.

Eduardo Fries, quien no volvió a ver a García Márquez, y su primo Roberto Herrera, que sí lo volvió a ver porque era un hombre de tertulia literaria; siguieron con la imprenta hasta que ésta dejó de funcionar muchos años después.

Gabriel García Márquez, mientras tanto, escribió otros libros en busca de la perfección literaria que logró años después. Doña Eva, por su parte, siguió viviendo asombrada, aún hoy, por ser la mujer que le tiró a la basura la obra a un Nóbel de Literatura, quien a punta de realismo mágico conquistó el mundo.

“Cuando Gabriel ganó el premio, mi esposo ya no vivía. Eduardo murió en diciembre de 1976. Sin embargo, cuando Gabito empezaba a triunfar unos años antes, yo le decía a mi esposo que fuera y le cobrara lo que había quedado pendiente por pagar de la impresión, pero eso se quedó así, la deuda era muy poca”.

La ironía radica en que Eva tuvo que comprar el libro para leerlo, y reprocha que nadie, ni siquiera ella, hubiera visto la magia del joven que hoy llora el mundo entero.

“Basura. Al fin y al cabo tenía que ser hojarasca. Eso decía la gente de esa época. Quién sabe si Gabriel lo recuerde. Yo tuve ganas de llamar a Gabriel y decirle que yo había botado a la basura su primera edición, pero nadie me acolitó. Lástima que no hubiéramos creído en él”, concluye la mujer que de todas formas suspira al dar su opinión

La noche en que Cien años de soledad y su autor recibieron el Nóbel, doña Eva contó todo a la medianoche. Hoy 32 años después, el relato de Eva Castillo Fries, la mujer que llegó a Honduras tras los pasos de sus hijos Elsa María, Gerardo y Julio, los de su nuera Nubia y los de sus nietos Juan David y Nicolas; revivió tras la muerte del premio Nobel.

'No se puede decir nada más. Gabo se fue primero que yo, y eso que soy mayor. Ojalá haya dejado escrito algo adelantado para otro libro'.