21/04/2024
03:19 PM

24 Horas con Lidia Carolina, la maestra del año 2013 en Honduras

LA PRENSA convivió una jornada de labores y quehaceres en la vida de la docente del año nombrada por Educación.

San Pedro Sula, Honduras

Desde los 6 años dejaba las huellas de su profesión marcadas con yeso en la puerta de madera de uno de los pequeños cuartos en su vivienda del barrio La Providencia de Choluteca.

Esa era la pizarra improvisada con la que enseñaba a sus vecinos menores a leer y escribir palabras. Desde entonces, latía en su corazón la pasión de educar y cambiar las vidas de las personas que tenía alrededor, sin imaginar que muchos años después impactaría a chicos y grandes con su cátedra de superación.

El sueño de Lidia Carolina Rodríguez Gutiérrez fue siempre ser docente. Lo logró en 2011 y a pesar que las autoridades departamentales no le facilitaron las condiciones, en 2012 logró obtener una plaza temporal en el colegio donde estudió a distancia su carrera de Letras.

Nunca se ha dejado vencer por los obstáculos que ha tenido que enfrentar durante sus 34 años de vida. Ni siquiera, la distrofia muscular que encadenó su cuerpo lentamente desde los 7 años y la sentenció sin compasión a perder la habilidad de moverse, primero usando muletas y luego en una silla de ruedas que la moviliza a todos lados.

Su menudo cuerpo está dormido, no puede mover ni sus manos, pero su espíritu se aviva con el paso del tiempo pues ya alcanzó alturas que muy pocos con sus cuatro extremidades hábiles han conseguido. Todo esto, le acreditó el nombramiento de la Secretaría de Educación como la Maestra del año 2013.

LA PRENSA acompañó 24 horas a la virtuosa instructora que asegura que “la peor discapacidad que un ser humano puede tener es la mental”. Constatamos su heroico estilo de vida que deja boquiabierto a cualquiera.

Comienzo

Su día inicia antes de las seis de la mañana. El ambiente pacífico, común en el departamento y en el barrio La Providencia que alberga algunas 40 familias, es el ingrediente que inspira a la docente a emprender su complicado día en el que solo utiliza su rostro para dirigirse.

Entra en escena su asistente y fiel amiga; Esperanza Gutiérrez, su madre, quien la moviliza a todos los lugares que necesita.

El amor de doña Esperanza hacia la segunda de sus cuatro hijos es insuperable, es la sierva empeñada en cumplir cada uno de los objetivos de su “amada maestra”. Nada sería igual sin la fuerza incondicional de su madre. La computadora portátil es la segunda amiga de Rodríguez, utilizando un lápiz en su boca y con su quijada revisa sus correos, su cuenta de Facebook y lee los diarios, esas son sus primeras tareas en el día.

Después de ser reconocida como la maestra del año, su actividad se ha vuelto más intensa, le lleva un par de horas más de lo normal. “Me escriben felicitándome y trato de responderles a todos”, cuenta con entusiasmo.

Al terminar de desayunar un café y pan que le sirve pacientemente Esperanza, a las ocho de la mañana revisa con diligencia el plan de trabajo que utilizará en la clase de español que comienza a la una de la tarde.

Ningún detalle se le escapa. Con el lápiz aún en su boca voltea las páginas; su madre de nuevo corrobora que esto sea así.

Trabajo

Cuando son las once de la mañana, el dúo de féminas está lista para irse a trabajar. Tras el ejercicio de almorzar a las diez de la mañana bañarse y vestirse, regresa a su silla para abordar “el bus de Juan Carlos”, el transportista que lleva muchos meses movilizándola de su casa hasta el Chilo, como le dicen en Choluteca al colegio José Cecilio del Valle.

El recorrido de hora y media que hace el motorista en su anticuado bus blanco y lila para recoger a más de 30 estudiantes de los barrios Julio Midence, Suyapa, Los Mangos, 9 de Enero, entre otros, es un viaje que Carolina disfruta y del que está acostumbrada.

“A veces me da un poco de sueño, pero lo disfruto”, dice mientras Juan Carlos la acomoda en el asiento que está entre el copiloto y el chofer junto con doña Esperanza. “Yo la traslado desde el portón de su casa hasta el bus, voy midiendo si sube o baja de peso”, comenta el sureño entre risas.

La maestra nacida en Namasigüe, Choluteca, es tan perfeccionista que antes de abordar al bus sabe que justo a las 12:20 de la tarde estará frente al centro educativo donde labora. El cálculo no le falla y se cumple tal cual.

Al llegar a su destino, el mozo la baja del bus y la deja en su silla de ruedas para irse junto con su madre hacia el aula de clases, donde 30 jóvenes de tercero de ciclo le esperan. Las peyorativas condiciones de las aulas e infraestructura en general del Chilo siempre han sido motivo de preocupación de Carolina, aunque poco a nada ha podido conseguir.

Esfuerzo

Los alumnos la ven como un ejemplo de vida. Su nobleza, paciencia, cariño y dedicación se ha ganado la empatía de los adolescentes.

Sus compañeros maestros la acogen con cariño y con saludos cordiales la hacen sentir en casa. Más de alguno no le expresa cariño, pero esto no significa cosquilleo alguno para la valiente catedrática.

De vez en cuando, a mitad de clase, su cuerpo le recuerda la realidad que enfrenta. Después de varios minutos de hablar en voz alta, su entorno comienza a girar sin razón alguna durante varios minutos. Todos en el aula lo saben porque su voz se detiene y comienza a sudar con más intensidad. Para quien presencia tal situación por primera vez es preocupante, pero basta con que su mamá -quien la acompaña en sus clases- o uno de los alumnos tome su rodilla y la mueva por varios minutos para que el mareo que sufrió pase y después de un respiro profundo y un abrir y cerrar de ojos lento continúa con la clase.

“No nos vamos en el bus al regreso porque salimos a las cuatro de la tarde y este pasa hasta las seis de la tarde. Caminamos varios kilómetros para regresar a casa y ahorrarnos media hora”, nos cuenta su madre antes de comenzar el maratónico recorrido a pie de regreso a casa. Durante ese tiempo, es vista por cientos de habitantes de Choluteca que se han convertido en sus admiradores.

“En un desfile que hicimos para las fiestas patrias una señora llegó donde nosotras y me dijo: ‘profe, usted es una inspiración para mí y toda mi familia’, y pienso que si tengo 30 estudiantes y puedo marcarles la vida a 15 de ellos, yo me siento exitosa y si puedo hacerlo a 20 o 30, me doy por bien servida”, expresa Carolina cuando está a punto de llegar a casa.

A casa

Si es jueves, su padre la recibe porque es el día que regresa de sus tierras donde cultiva todo tipo de vegetales que le ayudan a sostener su familia. Cuando llueve él la toma entre sus brazos desde la entrada y la lleva a la sala. “Me siento privilegiada de tenerlos a los dos”, dice con orgullo la docente.

Cuando el sol se pone, la pequeña maestra es acomodada por su padre en la silla de cuerdas de gomas que tiene, le coloca la tabla de madera a la altura de sus hombros y se sumerge en el mundo informático con su portátil. Toda esta ardua jornada se repite los cinco días de la semana y la obliga a descansar a las nueve de la noche para recobrar energías.

Además de su labor como pedagoga, Lidia Carolina asiste los fines de semana a la Iglesia de los Santos de los Últimos Días y recibe cursos intensivos de inglés. Antes de ser profesional, dirigía un programa radial que alcanzó alta cantidad de radioescuchas.

Por si fuera poco, la apasionada de la música de Cristian Castro, busca incansablemente obtener su maestría y su sueño es tan real, que luchó por obtener un índice de 85% en su licenciatura en Letras de la Universidad Pedagógica.

Casarse nunca ha estado fuera de la lista de sus metas, aunque no ha tenido novio, espera encontrarse “un hombre sincero que la ame totalmente”. No importa si es feo, gordo, flaco o negro, dice entre risas.

Además de eso, asegura que buscará mecanismos para acondicionar su centro de trabajo para que los estudiantes tengan mayor calidad educativa y también para que las personas con limitaciones físicas puedan recibir educación y trabajar en el área así como ella.

Por ahora, su siguiente reto es viajar a San Pedro Sula en noviembre para estar un tiempo con sus hermanos que desde hace varios años viven allí. Pero su deseo más grande es impartir talleres de motivación a las personas de la zona norte que consideran imposible sobrevivir en nuestro país. Es la maestra de la vida, que le ruega a las personas con retos físicos jamás doblegarse a la discriminación y los obstáculos. Y a las personas que cuentan con todas las facultades físicas les pide dos cosas: nunca dejar de creer en los discapacitados y nunca dejar de creer en ellos mismos.