17/04/2024
11:57 PM

Sin cirugía botó 168 libras de sobrepeso

Adquirió la adicción del cigarrillo y las cervezas. El fin de semana salía con los amigos a dar un rondín de comilonas acompañadas con cervezas.

San Pedro Sula, Honduras

En sus años de escuela y de colegio, cuando era un comelón empedernido, le decían apodos feos que ahora el camarógrafo de televisión, Glenn Maynor Mejía no quiere recordar.

Desde chiquito era gordito. Si esa condición física fuese un mérito escolar para ganar puntos, todos los años hubiese figurado en el cuadro de honor de la Escuela Manuel de Jesús Valencia de la colonia La Paz, de La Lima, donde hizo la primaria, porque siempre fue el más robusto de la clase, recuerda.

Cuando tenía 12 años, aparentaba tener 15, pues aparte de ser gordo era bien proporcionado de estatura. “De pequeño no le tomaba mucha importancia a mi sobrepreso, me parecía que era normal, sobre todo porque la gente me miraba como un niño saludable”.

Se iba a la escuela sin desayunar porque no le daba tiempo, pero al salir a recreo corría a la cafetería a vaciarla. “Comía tajadas con carne molida, Sambos con repollo, refrescos de los grandes y otras chucherías que fueran baratas, porque lo que quería era llenarme”, dice.

A la hora de la salida, pasadas las 12 del mediodía, ya la tripa le estaba pidiendo más comida, pero no había problema porque sabía que en la casa lo esperaba su abuela con un abundante almuerzo.

“Me servía siempre en un plato grande en el que no faltaba la carne con sus respectivos complementos que a veces consistían en tres huevos fritos. Tampoco faltaba un rimero de 10 a 12 tortillas”. Esta abundancia de carbohidratos estuvo presente en su dieta hasta que decidió cambiar su estilo de vida porque empezó a tener problemas serios de circulación sanguínea al pasar la adolescencia.

Por ese tiempo había levantado el nivel de ingesta de gaseosas de las cuales se tomaba hasta cuatro litros y medio al día. “Cuando comenzaba a salir la litro y medio tenía la costumbre de terminar de llenarme con refrescos después de comer. Me tomaba una al mediodía con el almuerzo, otra por la tarde y otra por la noche para cenar con chucherías”.

No lo subían los taxistas

Había comenzado a trabajar como camarógrafo cuando su forma desordenada de comer también empezó a pasarle factura. La insuficiencia arterial le provocó una erisipela que se aferró a la piel de sus piernas, arriba de los tobillos, poniéndolas negras. “Sufrí mucho con la erisipela, pero seguí igual comiendo pizza, pan, donas y chucherías que comprábamos con los compañeros de Canal Seis en una pulpería cercana”.

“Tenía graves problemas para subirme a los buses y a los taxis, porque no cabía en los asientos, a veces tenía que pagar doble pasaje. Algunos taxis no paraban cuando les hacía señal de parada”.

Comenta que cuando llegó a pesar 410 libras, se sintió abatido. “Me cansaba rápido, pasaba con sueño y amargado todo el tiempo. Ya no podía ni agacharme”. Luego se fue a trabajar a Canal 33, pero no cambió su forma desaforada de comer. “Según yo, todo funcionaba bien, porque dejó de molestarme la erisipela”, pero fue una falsa percepción porque al poco tiempo tuvo dos recaídas de la enfermedad.

“Se me hincharon las piernas debido a la mala circulación o talvez por andar calcetines apretados porque no había tallas más grandes para mí”.

Los médicos lo trataron fuertemente con antibióticos y le aconsejaron que adelgazara porque todo eso que tenía se debía al sobrepeso, según le dijeron.

Se preocupó momentáneamente, pero luego siguió en lo mismo. “Cuando estaba en Canal 11 llegué a comerme un combo familiar yo solito. Después que terminaba la grabación, con mis compañeros comprábamos hasta 9 bandejas de pollo frito con tortillas y varios litros de refrescos para seis personas. Como yo era el más comelón, agarraba hasta dos bandejas”.

‘Pónganse vivos porque si no este nos deja sin nada”, decían los otros.

De repente el mismo organismo le dijo: basta y fue cuando comenzó un plan para adelgazar, sin ton ni son, estando trabajando como director de cámaras de Campus TV en la Usap.

El plan consistía en rebajar las porciones de comida. Por ejemplo de 12 tortillas, pasó a comerse solo cuatro, mientras que los refrescos los dejó en forma definitiva. Logró rebajar pero luego vino lo que los nutricionistas llaman el rebote, que consiste en volver a ganar peso cuando la persona se siente bien.

El camino hacia su verdadero bienestar comenzó el día que encontró a una pareja de amigos que estaban bajando de peso a base de suplementos alimenticios y ejercicio, quienes lo invitaron a dar una caminata por El Merendón.

También lo invitaron a entrar a un club de nutrición. Mejía aceptó con ciertas reservas porque no creía en productos para adelgazar, aunque realmente se trataba de suplementos alimenticios. “La Primera semana sentí un cambio en el aspecto anímico, ya no tenía sueño y me sentí más animado”.

Luego hizo un cambio radical en su vida, estuvo tres meses sin baleadas, sin pollo frito y sin pizza, dijo.

Paulatinamente fue bajando de peso, hasta perder 168 libras en total. Solo le faltan cincuenta para alcanzar el peso adecuado a su estatura de 1.87 metros.