23/04/2024
05:48 PM

Roberto Barh, el piloto que se relacionó con Carías y 'Pajarito”

El sampedrano transportó desde muertos hasta municiones en su avión privado.

En su adolescencia vivió en la casa del general Tiburcio Carías Andino y años más tarde le tocó transportar en su avioneta al presidente en Toncontín.

Allí estuve tres años en los talleres de mecánica, pero no me dieron la oportunidad de ser aviador porque no tenía la preparación académica necesaria”.

Le explicaron que en aviación se requieren muchas matemáticas y él solamente había hecho el quinto grado, no por negligencia, sino por una mala racha que tuvo su padre en los negocios.

El general Carías aceptó las razones por las que el muchacho no fue aceptado en la academia de aviación y ordenó que lo llevaran de regreso en un avión de guerra a San Pedro Sula.

Cuando el piloto quiso regresar a la capital, el aparato no se movía para atrás ni para adelante. Entonces fue a buscar a Bahr, que ya estaba en la casa, para que revisara la aeronave. “Me subí en el avión, lo encendí y lo hice correr por la pista. El piloto me preguntó intrigado qué tenía. Nada, le dije, simplemente que tenía puesta la emergencia”.

Lo esperaban las alturas

Aunque el destino le tenía reservada una larga trayectoria en los aires, Bahr tuvo que pasar por muchas situaciones en tierra antes de obtener su primera licencia para volar. No se sintió desalentado por no haber ingresado a la escuela de aviación ni aún con el padrinazgo del poderoso hombre de Zambrano, sino que buscó otros derroteros. “Me metí a camionero asalariado transportando madera”.

En eso estuvo hasta que su cuñado, el doctor Pilo Hernández, el médico de los pobres, le sugirió que comprara su propio vehículo para trabajar. Fue un consejo acertado porque, con cinco mil lempiras que le prestó el médico, Bahr compró un camión y como el negocio era bueno llegó a tener una flota de 12 unidades.

Estaba realizado económicamente, pero en su mente seguía rondando la idea de aprender a volar un avión. “Agarré dinero y me matriculé en el Aeroclub que funcionaba en el aeropuerto La Mesa. Para ser piloto había que tener 15 horas de vuelo, pero lo logré en solo tres horas gracias a lo que había aprendido en la Fuerza Aérea”.

Su primera avioneta fue una Cessna que compró en Miami, más para pasear con la familia que para hacer vuelos comerciales. “Una vez volamos a Belice, a la feria, solo para ver las luces de bengala”.

Cuando la avioneta estaba viejita se la entregó a una agencia de Tegucigalpa, la cual con un ribete le entregó una Piper Sheroky para siete personas.

Hizo la transacción en Tegucigalpa, pero fue a traerla a Miami con su primo, el coronel Héctor Caraccioli, quien fue uno de los miembros de la Junta Militar de Gobierno que derrocó a Julio Lozano Díaz en 1956.

A este nuevo aparato le sacó el jugo haciendo toda clase de vuelos privados, pero también le sirvió para ayudar en casos de emergencia como cuando estuvo llevando municiones a los soldados hondureños que se habían quedado sin tiros en San Marcos de Ocotepeque durante la guerra contra El Salvador.

Hasta para transportar muertos a comunidades remotas lo buscaban personas particulares. Una vez se llevó tremendo susto un hombre que lo contrató para que transportara un muerto a Atima, Santa Bárbara.

Resultó que el difunto eructó cuando el avión estaba en las alturas. “¡Está vivo!”, gritó el hombre asustado.

Bahr solamente sonrió porque sabía que ello se debía a que la baja presión atmosférica de las alturas había causado una abrupta salida de aire del cuerpo sin vida.

Uno de sus pasajeros distinguidos fue el doctor Ramón Villeda Morales, a quien solía trasladar a la capital desde La Esperanza, Intibucá, adonde Pajarito llegaba para pasear en la propiedad de la familia Mejía Arellano y el piloto a dejar a un norteamericano que tenía un aserradero en ese sector. “En el trayecto a Tegucigalpa platicábamos de todo con el doctor, menos de política”, dice Bahr.

Poco después de aquellos viajes, a Bahr lo contrataron unos funcionarios de la Municipalidad sampedrana para que los llevara a Olanchito, a los funerales de un líder liberal a los que también asistiría el doctor Ramón Villeda Morales.

Los funcionarios se quedaron de una pieza cuando el Presidente se apartó de su séquito para ir a abrazar al piloto que esperaba aparte a que terminaran las exequias.
Manifestó Bahr que a los diez años de tener la avioneta la vendió para retirarse porque los dos estaban viejos. “Además, en aviación solo una vez se falla y ya uno es hombre muerto. Yo no quería esperar a que esa fallara ocurriera”.

Socorrió a religiosos heridos

Como piloto privado, a Roberto Bahr le tocó brindar sus servicios gratis cuando se trataba de causas nobles y humanitarias.

Una vez voló expresamente de San Pedro Sula a Callejones, Santa Bárbara, para socorrer a monseñor Antonio Cadevilla y a cuatro monjas que se habían accidentado cuando se dirigían a Santa Rosa de Copán.

Cadevilla, por ese tiempo obispo de San Pedro Sula, y las religiosas recibieron los primeros auxilios en una clínica de La Flecha. Lastimosamente, una de ellas falleció.

Era necesario trasladar a un centro asistencial de San Pedro Sula a los heridos porque su estado era delicado. Las condiciones de la carretera por ese tiempo eran deplorables y no había un buen servicio de ambulancia. Fue entonces cuando el recordado monseñor Jaime Brufau le pidió a Bahr que fuera a traer de emergencia a los lesionados. Sin mayor dilación voló en su avioneta a aquel sector llevando como copiloto al mismo Brufau.

Cuando el religioso le pidió la cuenta, Bahr le contestó: “El dinero que me va a dar mejor déjelo para la curación de los heridos. De todas maneras, ese dinero lo recupero aumentándoles las tarifas a los turistas extranjeros que llevo a pasear a Islas de la Bahía”.

Brufau quedó tan agradecido que una vez que vio a Bahr en la iglesia se bajó del púlpito para saludarlo ante el asombro de los feligreses, que sabían que el sacerdote no era muy expresivo.

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