22/04/2024
12:46 AM

Diana Valladares: una mujer con cuerpo de niña

Un rara enfermedad ha hecho que esta hondureña vea la vida desde otra perspectiva y salga adelante.

Nació con sus huesos de cristal, por eso a los dos años de salir del vientre de su madre sufrió 38 fracturas en todo el cuerpo a causa de las cuales quedó chiquita, pero solo físicamente, porque mentalmente no dejó de crecer.

Aunque tiene 23 años, Diana Valladares es considerada la niña del Ministerio La Cosecha, donde trabaja como secretaria digitalizadora frente a una computadora que apenas alcanza.

Nació físicamente normal. Es más, se vino a los siete meses de gestación, sin necesidad de cesárea, porque era demasiado grande para seguir en el vientre cuando su madre la trajo al mundo en el hospital Leonardo Martínez.

“Caminé al año y a los dos ya no me quedaba la ropa porque crecía muy rápidamente”, recuerda. El problema se presentó después que le aplicaron las vacunas de refuerzo, pero no fue eso lo que causó el retardo de su crecimiento, sino una enfermedad que vuelve quebradizos los huesos.

Le empezaron a pegar unas calenturas infernales al tiempo que se le quebraban sus huesos ante el menor golpe, al grado que tuvo que ser enyesada 23 veces en el Leonardo Martínez. Finalmente quedó en una silla de ruedas con sus piernitas como enroscadas y sus brazos deformes. Su crecimiento se estancó, pero no sus deseos de superación. “Quería volver a caminar para ir a la escuela, como los niños que miraba pasar por mi casa”, dice.

Menospreciaban su inteligencia quienes trataban de desalentar a la madre para que no la mandara a la escuela porque la miraban chiquita y sin poder caminar. A pesar de las advertencias negativas, su mamá la matriculó en una escuela bilingüe y luego, por razones económicas, la pasó a una escuela pública donde Diana se desenvolvió como una niña normal.

Estiraron sus piernas

Tendría ocho años la chiquilla cuando apareció en su vida la mujer que le ayudaría a levantarse de la silla de ruedas. Aquel “ángel” se llamaba Ruth Paz, quien gestionó para que la niña fuera operada en un hospital de Estados Unidos y le consiguió el boleto de avión.

Los médicos norteamericanos confirmaron que la pequeña sufría de osteogénesis imperfecta, un trastorno genético en el cual los huesos se fracturan con facilidad, algunas veces sin un motivo aparente, por eso se le llama “la enfermedad de los huesos de cristal”.

Dio la casualidad que otros tres niños fueron operados esa vez por el mismo problema, pero de los cuatro solo ella y otro salieron bien de la cirugía. Por eso cree que Dios escuchó su plegaria, cuando a los cinco años le pidió fervientemente que la sacara de aquella postración.

Los cirujanos reconstruyeron sus piernas y las estiraron. Dice que al despertar de la anestesia sintió gran alegría al ver que tenía sus extremidades más largas.

Otra gran emoción fue llegar caminando con aparatos ortopédicos al encuentro de su madre que llegó a recibirla al aeropuerto sampedrano.

Los doctores en Estados Unidos le habían dicho que nunca se quitaría aquellos hierros que le llegaban a la cintura, pero un día sintió que la sofocaban y los tiró al carajo. Ahora camina valiéndose de un pequeño andador. “Decían que ni sandalias iba a poder usar y ahora me pinto hasta las uñas de los pies”, se ufana Diana.

Viendo hacia adelante

Siempre ha querido ir más allá de lo que le depara la vida, por eso no se conformó con graduarse con honores como técnica en computación en un colegio de la ciudad, sino que buscó trabajo y lo consiguió contra todos los pronósticos de la gente.

Incluso su madre le decía: “¡Ay Diana! , conformate con haberte graduado, no te van a dar trabajo”.

Sin embargo, ella repartió currículos por toda la ciudad, obteniendo respuestas favorables de varias instituciones incluyendo el Ministerio La Cosecha, adonde es admirada por su carisma y la rapidez con que escribe.

Como no logra alcanzar el piso con sus pies mientras está trabajando, suele apoyarlos en una batería de la misma computadora cuando se cansa de tenerlos colgados.
Nunca está de mal humor, más bien contagia a sus compañeros con su risa fácil. El apóstol Misael Argeñal le llama la niña de La Cosecha por su estatura de 1.05 metros.

“Qué hacen las niñas aquí, deberían estar jugando”, bromea Argeñal cuando la ve frente a su computadora transcribiendo los textos que a veces le piden los pastores.
Pero dentro de su cuerpo de niña hay una muchacha completa que, como tal, también se supera y piensa en casarse: Está por graduarse como licenciada en Mercadotecnia en la Ucrich (Universidad Cristiana de Honduras) y alberga la esperanza de conocer al hombre que sea el compañero idóneo de su vida.

“Tenés que buscarte un enano”, le sugirió su padre bromeando y ella replicó en el acto: “¡Yo no soy enana!, mi situación es otra”.

Es más, solo le gustan los hombres altos y cree que también les cae bien a ellos.

Eso sí, “si alguno quiere casarse conmigo tendrá que aguantarme porque soy tremenda”, dijo para dar a entender que no se deja doblegar.