24/04/2024
12:27 AM

El locutor de la sopita en botella

Roberto Rodríguez “de la Cruz” dejó a un lado los bates y ahora está entregado solamente a la locución. Con su esposa da charlas matrimoniales.

Se llama Roberto Rodríguez Ventura, pero es más conocido en el ámbito radial y deportivo como Roberto Rodríguez de la Cruz porque siempre exhibía en la solapa de la camisa una cruz de oro que le regaló su abuela cuando hizo su primera comunión.

El recordado cronista deportivo César Quezada le puso el falso apellido cuando Roberto Rodríguez, en su adolescencia, llegó a buscar trabajo como locutor en Radio El Mundo. El muchacho, quien había tenido una infancia saturada de sacrificios, presentía que su destino estaba detrás de un micrófono y se lanzó a buscarlo.

No logró colocarse en Radio El Mundo en aquella ocasión, pero luego se abrió paso en el mundo de la locución a lo largo de un camino que inició en 1965 en Radio Corona, que con los años se convirtió en Radio Tiempo.

Dejó también su huella en los diamantes de softbol y béisbol como jugador y dirigente, pero los años fueron apagando su pasión por ese deporte y ahora solamente se dedica a la radiodifusión, donde ha hecho de todo, desde narrador hasta entrevistador.

Actualmente es el animador de los programas rancheros de Radio Conga La hora de Vicente y México canta en la Conga, que adereza con un peculiar estilo y un inconfundible tono de voz.

Por el don que tiene de imitar voces, ha grabado documentales y anuncios comerciales en los que hace el papel de muchos personajes masculinos y femeninos.

“En el programa Panorama deportivo que dirige Tito Handal se oye de vez en cuando en el fondo la voz de un niño que llama a los periodistas. Esa es mi voz”, dice Rodríguez.

Aunque no es dado a presentarse al inicio de sus programas, el auditorio lo identifica por su tonalidad y sus dicharachos, mientras va complaciendo a las personas que solicitan sus canciones por teléfono.

“Cuando escucho esta canción me parece que voy llegando a Palo Copado, Santa Bárbara, compadre”, suele decir con un acento muy suyo en el momento en que comienza a sonar la canción solicitada.

“Qué huele a sopita en botella”, expresa cuando complace a sus amigos aficionados a empinar el codo. Esto le recuerda los tiempos en que él también se tomaba sus cocteles.

Son mensajes simpáticos, como los que le envía a su amigo Roberto Chávez, “el único avicultor que tiene gallinas negras que ponen huevos blancos de yema y media”.

Aunque es muy conocido entre los sampedranos por el largo tiempo que tiene como locutor y animador, no falta quien solamente lo conozca por sus programas radiales.

Comentó que recientemente llegó a la Conga una señora porque quería conocerlo en persona y fue atendida por el director de la emisora, Tito Handal. En ese preciso momento entraba él, pero Tito no quiso decirle a la mujer que quien iba llegando era la persona que buscaba. “Llevámela a ella a la cabina porque quiere conocer al animador de las cinco de la tarde”, le pidió Tito a Roberto, al tiempo que le guiñaba un ojo.

Roberto condujo la visita a la cabina y a los pocos minutos empezó a animar el programa frente a ella. En cuanto lo escuchó la señora, que ya pintaba canas, exclamó: “¡Ave María Purísima, creí que era un cipote!”.

La locución y el amor

La radio también le dio a Roberto Rodríguez de la Cruz la más feliz oportunidad de su vida: conocer a la que ahora es su esposa, Disney Onelia Burdeth, con quien procreó tres hijos. él ya tenía dos con su primera esposa ya fallecida.

Disney Onelia trabajaba como secretaria de una empresa sampedrana cuando se le ocurrió pedirle su melodía favorita al locutor, que en ese tiempo laboraba en Emisoras Unidas.

No se ha dado cuenta que me gusta. La canción de Roberto Jordán que había solicitado parecía una insinuación de amor, pero fue pura coincidencia porque a Rodríguez la muchacha solo lo conocía por la voz. La relación amorosa comenzó cuando ella le agradeció a Roberto por haberle complacido y él respondió con un cortés estamos a la orden.

Un año después de aquel contacto telefónico se celebró la boda en la iglesia San Vicente de Paúl. La pareja ahora da testimonio, en esa misma parroquia, sobre lo felices que son en sus 40 años de casados.

Aprendió a defenderse

Rodríguez recuerda sin amargura los años duros de infancia que vivió en el barrio Paz Barahona cuando tenía que ponerse un hacha en la espalda para cortar leña en los potreros aledaños.

No se alegraba si le daban feriado en la escuela porque sabía que a las cinco de la mañana su padre lo despertaría para que fuera a cortar leña al monte. Tenía solo siete años.

Su padre era un indio de Texiguat que había sido soldado de Carías, por eso era rudo con él, pero también le enseñó a defenderse de los grandulones que quisieran agredirlo.

Una vez Roberto le rompió el “ayote” a un compañero de la Escuela Ramón Rosa porque le arrebató unas vistas de álbum mientras jugaba con ellas. Eran estampitas de colección con las que los niños de aquellos tiempos apostaban lanzándolas en parejas al aire.

Cuando los maestros fueron a la casa del niño a poner la queja, el padre no solo lo defendió, sino que amenazó a los profesores diciéndoles que, si le pasaba algo a Robertito, se las iban a ver con él. El niño regresó a la escuela sin problemas.

Para costear sus estudios en el Instituto Debe y Haber tuvo que vender revistas que eran fletadas en avión desde Tegucigalpa.

“Mamá, ya no sigás haciendo nacatamales, yo voy a pagar mis estudios”, le dijo a su madre antes de meterse al negocio de vender Bohemia Libre y Life, gracias al cual conoció a muchos sampedranos.

La radio y el deporte hicieron crecer su círculo de amistades. No hay quien no lo salude en la calle o en el bulevar de los caminantes, donde se ejercita para sobrellevar con salud sus 64 años.

“Solo nos falta oficiar misa”

Desde hace 24 años, Roberto Rodríguez de la Cruz y su esposa Disney Onelia sirven en la parroquia San Vicente de Paúl de diferentes formas.

Los feligreses los han visto evangelizando en los barrios marginales, sirviendo como ministros de la eucaristía, celebradores de la palabra y acólitos. “Solo nos hace falta ponernos la sotana para dar misa”, dice don Roberto para resaltar toda la labor que hacen dentro de la Iglesia.

También son miembros de la Comunidad de Oración y Servicio Monte Tabor.

Unas de las cosas que más los entusiasman es dar charlas matrimoniales y servir como ejemplo de matrimonio, ya que llevan 40 años de feliz vida matrimonial.

“Nos encontramos con parejas que tienen diferentes caracteres y por lo tanto es difícil que se entiendan, pero hemos logrado que muchos matrimonios estén congregados”, manifestó Rodríguez.

El matrimonio considera que el respeto y el diálogo son fundamentales para que una pareja viva en armonía, pero que sobre todo tengan como principal invitado a Dios.

Por esa trayectoria de fe y devoción que don Roberto trae desde que era niño, hasta en sus programas radiales les recuerda a sus oyentes la importancia de aferrarse a un ser superior.
Incluso, en su programa La hora de Vicente, antes de empezar eleva una oración en la que pide no solamente por los radioescuchas, sino por los enfermos, el clero y los funcionarios para que lleven el país por buen rumbo, dijo.