24/04/2024
10:25 PM

'La bestia me atrapó; nunca volveré a jugar fútbol ni a correr”

José Ricardo Elvir, quien apenas cumplió 16 años, regresó de México sin la pierna derecha tras caer del tren en un intento de llegar a EUA.

Tapachula, México

José Ricardo Elvir, un joven capitalino, cumplió 16 años el pasado 12 de mayo y ese mismo día, sin decirle a su familia ni amistades, tomó la peor decisión de su vida: emigrar en busca del sueño americano.

El día empezó normal para sus padres, pero Ricardo, consideró que ya tenía suficiente edad para viajar a Estados Unidos y sacar adelante a sus padres.

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“Mi sueño desde pequeño era llevarme a mi familia a otro lugar. Mi casa queda en un hoyo; son muchas cuestas para salir y entrar. Mi madre está enferma y me da miedo que por el sacrificio que hace al caminar más de media hora le pueda pasar algo”, relató el menor.

La familia Elvir reside en la colonia Nueva Esperanza, sector La Vega, en Tegucigalpa. Habitan una humilde vivienda de madera.

El viaje

Con solo 35 lempiras en la bolsa del pantalón, Ricardo salió a la carretera al norte de Honduras, donde esperó varias horas hasta que un camionero le dio jalón.

“Yo estaba decidido. No regresaría a Honduras hasta haber trabajado mucho para construir la casa en un lugar seguro. Llegué a Chamelecón, donde sabía que alguien más me llevaría a Agua Caliente”, relató.

A diario, miles de personas de diferentes partes de Honduras llegan a los puntos fronterizos de Agua Caliente, en Ocotepeque, y Corinto, en Cortés. “Al día siguiente ya estaba en Guatemala. Uno duerme donde lo agarra la noche y se aguanta hambre, pero por la ilusión de avanzar en la ruta muchas veces se olvida la hora de comer”.

Ricardo contó que con un grupo de personas pasó la frontera entre Guatemala y México en lancha para evitar que los policías los detuvieran porque actualmente están haciendo muchas detenciones de migrantes.

Al octavo día de viaje, Ricardo y otros dos jóvenes hondureños que conoció en el centro de migrantes caminaron 102 kilómetros a Tabasco, por donde pasa uno de los trenes que acercan a la frontera norteamericana.

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“Esperamos el tren siete días porque no pasa seguido, hasta que comenzaron a gritar que ya venía y agarramos la mochila y corrimos a la vía, donde había cientos de personas. Yo miraba migrantes hasta donde me llegaba la vista”.

Cuando el tren para, las mujeres y niños comienzan a subirse. “Algunos caballeros les dan preferencia y esperan que suban; otros no entienden de modales y la desesperación los hace empujar hasta que logran subirse a los techos de los vagones”.

Ricardo y otras 400 personas estuvieron cuatro días arriba del tren, soportando frío por las tormentas y quemaduras por los rayos del sol.

“En mi mismo vagón iba una madre con un niño de meses. Me daba dolor ver a ese pequeño porque lloraba mucho y su madre lo amamantaba. En la noche no se puede dormir porque los trenes van más rápido y da temor caerse. Arriba del tren se come solo mango. Por algunos lugares, la gente de las comunidades nos tiran frutas y así uno logra alimentarse un poco”.

Al cuarto día, el tren se paró a 20 kilómetros de Coacalco. Ricardo tomó su mochila y empezó a caminar por toda la orilla hasta llegar a una casa del migrante, donde pasó cuatro días más.

El día de tragedia

Por la desesperación de seguir con el camino, Ricardo regresó en la madrugada a la vía donde les pedían dos mil pesos para subirse al tren, pero al no tener dinero se escondieron y cuando vieron que el tren venía, él y otros tres hondureños salieron corriendo para intentar subirse.

El menor había hecho dos intentos de treparse en un vagón, pero no pudo agarrarse y al ver que los otros se habían subido, lo intentó por última vez y ahí logró colgarse.

“La velocidad del tren levantaba mis piernas y mi mano derecha se zafó. Desde ahí sentí que daba vueltas y me solté, sentí que me pegaron con una herramienta en el pie y el tren me seguía jalando, pero dos hombres me agarraron. En el momento pensé ‘solo es un raspón’”, contó con voz entrecortada.

El menor dijo que al estar en la orilla cerró los ojos y vio pasar toda su vida, desde que era bebé. “Después de eso me desperté y sentí más el dolor y el zapato aún me colgaba de los cordones y el jean estaba cortado y ensangrentado”.

Al ver el accidente, los migrantes que estaban en el lugar pidieron ayuda a un carro vendedor de jugos que pasaba por el lugar, por lo que el menor fue llevado a Jaltipan, Veracruz.

“Cuando llegué al hospital estaba consciente porque recuerdo que la paila del carro se llenó de sangre.

Cuando me acostaron a la camilla me desmayé y, según los doctores, por algunos segundos me quedé como muerto, pero ellos hicieron que mi corazón reviviera y me metieron al quirófano”, relató angustiado.

“Al día siguiente me desperté y al verme sin la pierna se me partió el alma. Yo sentía la pierna y me quise levantar porque tenía la sensación de tener las dos piernas y al pararme de la cama me caí al suelo”.

Los médicos mexicanos aconsejaron a Ricardo y le dieron fuerza porque aún tenía vida. Estuvo 20 días en recuperación en el centro médico y luego fue trasladado por ocho días a un albergue. A final lo deportaron.

“Yo había escuchado de la Bestia, pero jamás imaginé que ella me iba a atrapar. Nadie se imagina que le va pasar esto. No puedo creer que esté sin pierna. Nunca volveré a jugar fútbol ni a correr”.

Ahora, el menor solo espera que le donen una prótesis para levantarse y salir adelante en Honduras.

“Quiero trabajar para apoyar a mis padres y ponerme a estudiar porque quiero ser un médico cirujano, para ayudar a otra gente como lo hicieron conmigo”.

Entre lágrimas, el menor dijo que sabe que será más difícil, pero logrará sacar a sus papás de esa casa. “Le hago un llamado al presidente Juan Orlando Hernández y a la primera dama Ana García para que vengan a mi casa y no les pido ayuda para mí, sino para mis padres. Sé que las autoridades son buenas y no me dejarán solo”.

Aunque Ricardo trata de ser fuerte y quiere demostrar que no se siente afectado, en la noche, cuando está solo, llora en silencio por su tragedia.

Higinia Reyes, madre del joven, dijo que nadie les ha ofrecido ayuda y por sus condiciones económicas su hijo no está recibiendo tratamientos médicos ni sicológicos.

“En las noticias he visto a la primera dama y tengo fe de que me ayudará. Mi primer hijo murió en Estados Unidos y casi pierdo al otro”, lamentó la mujer.