25/04/2024
09:49 AM

Un oasis tras los muros del dolor

Las horas pesan más en el hospedaje sin techo que han improvisado en las afueras del hospital Mario Rivas decenas de personas quienes llegan de lugares distantes para estar cerca del dolor de sus parientes internados.

En este hotel no hay un administrador que asigne habitaciones a los huéspedes porque aquí cada quien se acomoda como quiere y donde quiere.

Su techo en noches cálidas es el cielo estrellado, por eso hay quienes lo llaman un hotel bajo estrellas. Es una especie de campamento abigarrado que funciona las 24 horas con sus servicios sanitarios exclusivos los cuales son administrados por una dama que cobra tres lempiras cada vez que alguien quiera usarlos.

Aquí también está el área de lavandería. Se trata de una pila de cemento que se ve abarrotada de día por mujeres y hombres quienes hacen fila para lavar los trapos ensuciados durante la estadía que dura tanto como el tratamiento de sus parientes hospitalizados.

Desprecian el confort

Aunque existe un confortable albergue de la Fundación Abrigo un poco más arriba, la mayoría de visitantes al hospital prefiere acomodarse en las hamacas que ellos cuelgan bajo los árboles o en los colchones y cartones que tienden sobre el suelo para descansar mientras llega la hora de ver a sus enfermos.

El pastor Mario Tábora quien atiende una capilla a la entrada de la Fundación Abrigo, manifestó que por no cumplir con los requisitos de este albergue, muchos parientes de los enfermos se quedan a dormir a la intemperie en el improvisado hospedaje frente a las entradas de Emergencia.

La Fundación Abrigo cuenta con un moderno edificio que parece una casa de campo porque se encuentra bajo una frondosa arboleda. Sin embargo, muchos prefieren dormir en el suelo o en una hamaca, expuestos incluso a ser víctimas de delincuentes que a veces se cuelan como pacientes en el hospital, según dijeron los pastores.

Algunos como Ronald Ramírez ni siquiera se dan cuenta de la existencia del albergue que sostiene la benéfica institución que, además de cómodas camas, proporciona alimentación gratuita y hasta ropa a los parientes de los enfermos que vienen de sectores remotos.

Ramírez hizo un espacio entre los otros huéspedes y se acomodó en espera que den de alta a su mujer quien tuvo un complicado alumbramiento.

“Cuando llueve tengo que buscar dónde meterme”, dijo el hombre procedente de El Progreso mientras doblaba una cama plegable en la que estaba acostado cuando fue sorprendido por las primeras gotas de una tormenta.

“Tengo internada a mi mujer que le hicieron una cesárea y a la niña que nació con un problema, por eso la tienen en una incubadora...” El relato fue interrumpido por la lluvia que comenzó a arreciar.

En ese momento también empezó un corre-corre de los huéspedes, algunos de los cuales buscaron refugio bajo los toldos hechos de bolsas de nailon que han levantado como especie de tiendas de campaña.

Bajo un alero

Quienes no se mojan cuando llueve, si es que no azota el agua, son los que duermen bajo los aleros alrededor del hospital, pero aquí deben estar atentos a los guardias porque es prohibido permanecer descansando como en un hotel.

“Este es el albergue de nosotros, más tardan los guardias en sacarnos, que nosotros en volvernos a meter”, dijo Carmen Díaz acostada con aparente comodidad en el duro piso, bajo un alero del pabellón de pacientes con VIH.

No sabe cuando se irá de ese refugio porque al paciente que espera le van a hacer una cirugía para reponerle una porción del labio que perdió en un accidente y no le han dado una fecha exacta de la operación.

Junto a ella están descansando otras dos personas que proceden del sector de Cuyamel. Comentaron que no quisieron buscar los servicios gratuitos del hospedaje que ofrece la Fundación Abrigo, porque allí, uno de los requisitos es que después de las seis de la tarde ya nadie puede salir ni entrar.

“No estamos aquí porque nos guste, sino por una necesidad. A veces comemos y a veces no porque la comida es más cara que en un súper”, dijo Carmen Díaz viendo una de las casetas donde se venden alimentos.

Parece una feria aquel conjunto de negocios que se entremezclan con los dormitorios al aire libre en los que comen y descansan hasta criaturas de corta edad a quienes sus padres no hallaron con quién dejar en sus casas.

Contraste

La calma total no llega ni aún avanzada la noche, porque de vez en cuando aparece una ambulancia o un taxi con una parturienta o un maribundo a bordo que, al bajarlo, pone en movimiento al personal médico de guardia. El ambiente afuera contrasta con el mundo blanco del hospital en el que el gemido de los enfermos parece escapar por las ventanas y llegar hasta el lugar donde sus familiares esperan a que llegue el momento de llevarlos sanos a sus casas, si la ciencia y la Divina Providencia lo permiten.