13/04/2024
11:30 PM

'Dios me levantará de esta cama”, historia del estilista Manolo

El famoso estilista de San Pedro Sula recordó los tiempos dorados de su carrera.

Se vistió de sacerdote para actuar en una de las obras del Círculo Teatral Sampedrano, sin ser actor, cuando era uno de los más queridos estilistas de San Pedro Sula. Manolo sonríe al recordar aquel momento en que por decisión de los artistas de las tablas -a quienes maquillaba- le tocó sustituir a uno los actores que había sufrido un accidente.

Manuel Antonio Monterrey, más conocido como Manolo, era el “chinchín” de la sociedad sampedrana antes de sufrir el percance que lo mantiene postrado dentro de una casa del barrio Cabañas. No había dama que no se preciara de haber recibido un toque de belleza de las prodigiosas manos del estilista mejor cotizado de la ciudad.

Fue además, durante 30 años, el maquillador de las actrices y actores del Circulo Teatral Sampedrano con los que formaba una gran familia, por eso cuando hizo falta el actor que haría el papel de un sacerdote en la obra La tía Mame, todas las miradas se dirigieron a Manolo.

“No tenía ni voz ni porte de actor, pero no pude resistirme porque todos coincidieron en que yo debía ponerme la sotana”. Sólo tenía que pronunciar dos palabras en la obra, pero tartamudeaba y le temblaban las canillas, según dijo.

Su papel consistía en casar a la tía Mame, representada por Elena de Larios, quien no sabía que habían cambiado el actor oficial por el estilista. Cuando lo vio en escena, Elena Larios no pudo ocultar su asombro. “Me dieron ganas de reír, pero me contuve porque sabía la regañada que me daría don Chico Saybe, director de la obra”, comentó Manolo, acostado sobre una cama ortopédica.

Llegó de Nicaragua

Apenas puede moverse ayudado por una muchacha a quien cambió el nombre para poder llamarla. Se llama Sindy, pero como no le alcanza la voz para gritarle cuando la muchacha se encuentra fuera de la habitación, le dice Cato que suena más fuerte que Sindy.

De las paredes de la habitación decorada con un espejo del que fuera su salón de belleza, cuelgan algunos retratos en los que aparece Manolo luciendo su abundante y lustrosa cabellera como evocando los tiempos de su dorada juventud.

Dios le había concedido lo que le pidió cuando trabajaba como mesero en un hotel de Managua, Nicaragua, donde nació. Aunque por ese tiempo no era cristiano ni un ferviente católico, hablaba con el Creador para que le diera un trabajo elegante y fácil que le permitiera vivir sin estrecheces, comentó.

Pero no se quedó a esperar a que todo le cayera del cielo. Atisbaba las ventanas de las academias de belleza para observar como peinaban los estilistas y aprender lo que en el futuro le daría prestigio.

Como mesero, era feliz llevando los pedidos a la sala de belleza que funcionaba en aquel hotel cinco estrellas porque podía ver cómo le hacían los moños a las damas de la sociedad managüense.

Cierta vez, la encargada del negocio a quien Manolo describe como una mujer de extraordinaria belleza, al verlo embelesado con lo que ella hacía le preguntó si le gustaba aquello.

“No es tanto que me guste, sino que yo puedo hacerlo”, mintió el muchacho tratando de impresionar a la dama para que le diera una oportunidad. No le falló el ardid pues a los pocos días lo pusieron a prueba. Lo único que sabía de belleza era lo que había visto hacer en una academia que se había instalado frente a su casa como si Dios se la hubiese puesto en el camino.

Lo que no esperaba Manolo es que la primera clienta que le tocaría atender en el salón del hotel, fuera una elegante alemana, quien le pidió que le hiciera algo con la cabellera que le llegaba a la cadera. No se amilanó y comenzó a hacer uso de su creatividad hasta que logró hacer un moño que resultó ser una obra de arte. “Se fue muy contenta la alemana”, fueron las palabras de aprobación que le dio la dueña del negocio.

Al salón llegaron cierto día, unos hondureños que buscaban estilistas que quisieran trabajar en Tegucigalpa. Así se lo comentó la jefa a Manolo quien ni corto ni perezoso consiguió la dirección sin que ella sospechara que estaba interesado en irse a buscar otros derroteros.

Nadie lo detuvo. Fue a caer parado a la capital hondureña donde estuvo más o menos un año antes de irse a México a especializarse en estética y alta peluquería con los ahorros de su vida.

Allá recordó que una de sus clientas en Tegucigalpa era una diputada originaria de San Pedro Sula, quien siempre le sugería que se fuera a trabajar a la norteña ciudad donde hacía falta estilistas como él.

Por eso, con su cartón en la mano y sus sueños juveniles, tomó rumbo a la Ciudad de los Zorzales, donde vivió los mejores años de su carrera profesional, hasta que fue truncada por una bala criminal.

El hombre, a quien invitó a cenar a su apartamento del barrio Guamilito aquella noche de 2001, le disparó por la espalda. No descarta que aquel sujeto, a quien conoció en un canal de televisión, haya llevado su criminal acción tentado por las cadenas de oro que el estilista siempre llevaba en su pecho.

Esa noche, Manolo escuchó un golpe seco cuando caminaba rumbo a su dormitorio, tras de lo cual cayó de bruces sobre su mano derecha. Al no encontrar las joyas que buscaba, el sujeto pidió al estilista que le dijera dónde estaban. Manolo entonces contuvo la respiración y cerró los ojos para que el criminal creyera que estaba muerto. “Me tiró una toalla sobre la cara y se fue. Cuando escuché que sus pasos se alejaban, empecé a mover la cabeza hasta que logré quitarme la toalla que me estaba ahogando”.

Permaneció así desde las nueve de la noche en que ocurrió el percance, hasta las nueve de la mañana del día siguiente cuando fue descubierto por los empleados que llegaron al salón que funcionaba en el mismo inmueble. Felipe Carranza, uno de sus empleados de confianza se subió al tapial de un vecino, desde donde lo divisó y luego lo auxilió. Ahora es quien está al pendiente de él. Manolo espera un milagro para volver a caminar.