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Las manos que visten a San Pedro

  • 28 junio 2012 /

San Pedro Sula cumple hoy su 476 aniversario de fundación y los visitantes están listos para la fiesta.

Sonaban los Bee Gees: Stayin’ alive. Las mesas estaban listas, el licor a la orden del día, el humo del cigarrillo se percibía en el ambiente, las chicas por montones con trajes estrafalarios y copetes altos, llenos de laca o fijador. Entre más altos, más a la moda.

En sus días discotequeros, Julio Carballo, administrador de la Confetis, no se imaginaba que cambiaría el ruido que a diario retumbaba en sus oídos por un lugar lleno de paz y tranquilidad, donde sería el encargado de restaurar y vestir al santo patrono San Pedro.

Era la década de los 80. El fenómeno discotequero en esos días aterrizaba en la ciudad. Quién no recuerda las noches interminables de Henry’s, los deliciosos cocteles de Confetis, el ambiente divertido de Cuervos y la música de Scaramouche.

Los jóvenes de la época estaban influenciados por la película Fiebre del sábado por la noche y trataban de imitar el vestuario y los movimientos de John Travolta, el artista discotequero del momento.

-¿Pero, quién es don Julio? - preguntan los que lo buscan en la catedral para que les haga un favorcito.

-Es aquel gordito bonachón que se parece a San Nicolás, - responden sus compañeros.

En la vida de Carballo siempre han estado presentes los principios cristianos. Estudió en la escuela José Cecilio del Valle y se graduó de perito mercantil. Recibió la catequesis en la escuela de varones San Vicente de Paúl.
Una niñez difícil

La frontera no fue impedimento para que su padre Julio Carballo, que llegó de Copán, se casara con su madre Teófila Ramírez, procedente de Guatemala, y tuvieran dos hijos.

Eran los años 50 cuando su madre llegó a San Pedro Sula por razones económicas y se dedicó a trabajar unas tierras en una finca de El Merendón.

La vida de Carballo no fue fácil. A los 12 años comenzó a trabajar de conserje, vendedor y todo lo que se le presentara.

En un día normal se levanta a las 4:00 am, llega a la iglesia dos horas después y prepara el altar para la misa de las 6:45 am.

Por la tarde se encarga de ayudar al padre Saturnino Senis a distribuirles ropa, calzado y víveres a los indigentes. A las 4:00 pm alista nuevamente el altar para la eucaristía. Una hora después, llega a su casa para hacer lo que más le gusta: restaurar y pintar imágenes. Su tiempo libre lo comparte con sus hijos y sus siete nietos.

Durante su infancia, Carballo recuerda cómo su madre nacida en Quetzaltepequez, sierra de la tribu quiché -“mera india”, dice con orgullo- se dedicaba a trabajar el barro, manipulaba la masa para elaborar preciosas piezas artísticas. A su corta edad pasaba largas horas observándola detenidamente y fue aprendiendo poco a poco. Comenzó haciendo juegos de té y piezas de nacimientos como pasatiempo.

Aunque llegó a la iglesia por casualidad, reconoce que es lo mejor que le ha pasado.

“Muchas veces, los compromisos de la vida para sacar adelante a la familia nos hacen tomar decisiones equivocadas y prácticas para ganar dinero y salir de los compromisos”, comenta.
Un cambio de vida drástico

En 1999, Julio conducía su moto Yamaha modelo 80 cuando tuvo un accidente con su amigo, del que no quiso dar mayores detalles. Perdió el control de la moto. Su amigo murió al instante y Julio quedó gravemente herido, pero vivió para contarlo.

“Dios nunca nos desampara recibí ayuda de mucha gente. Me hice de mi carrito para hacer fletes. Recuerdo cómo un día me disponía a entregar una encomienda algo extraña. Al salir del lugar mire cómo los policías llegaban al establecimiento para hacer un retén del que, según cuentan, me salve de milagro. Al día siguiente, mis vecinos me comentaron que en ese lugar se vendía droga”.

Nuevamente, la mano poderosa de Dios estaba presente en la vida de Carballo.

“El momento más difícil fue cuando me robaron un carro Toyota, mi herramienta de trabajo. Solo me crucé de brazos y me pregunté ‘ahora qué sigue’.

Me apegué a la Iglesia en medio de mi desgracia. Llegué a la catedral por casualidad. Al no tener trabajo me dediqué a arreglar algunas cosas”.

Fue electricista, pintor, conserje, de todo un poco. Su primer trabajo fue restaurar las 14 estaciones del viacrucis, que estaban dañadas por el humo.
“Hasta la fecha creo que he restaurado unas 80 imágenes de diferentes lugares, Tocoa, El Progreso, Villanueva y por supuesto San Pedro Sula”.

Su mayor reto en junio de cada año es poner guapo al patrono San Pedro para los visitantes. Meses antes piensa en los colores indicados, la tela para la vestimenta, los accesorios que requieren una pintadita o las piezas que necesitan ser restauradas.

“Hace cuatro años le cambié la dentadura, le rellené las manos de cera de yeso. Al verlo terminado me sentí muy contento y satisfecho”. Este año solo ha sido necesario pintar y pulir la imagen.

“Cada vez que lo veo terminado, mi corazón rebosa de alegría y de paz interior porque nuevamente he cumplido con el santito”, comenta Julio.


La imagen llegó de España en 1931 y ha sido cuidada perfectamente.
Un renacer milagroso

“Antes padecía de insomnio y dolor de cuerpo. Solo era achaques.

Por todo me quejaba, siempre andaba de mal humor. Hoy mi vida ha cambiado. He vuelto a nacer. Me gusta lo que hago y sobre todo servir y ayudar a los más necesitados”.
Durante la entrevista, nos llamó la atención que el santo tiene entre las manos unas llaves.

Carballo nos comentó que para algunas personas simbolizan el privilegio de visitantes distinguidos de la ciudad, pero para la comunidad católica es la potestad que Jesús le dio al apóstol Pedro de fundar su Iglesia, recordando el pasaje de la Biblia en Mateo 16,18: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia”.

Los días discotequeros son apenas un recuerdo. En el profundo silencio de la catedral, las manos ásperas y fuertes de Carballo visten una vez mas al santo patrono de los sampedranos.

Es 29 de Junio y afuera los feligreses esperan ansiosos a su santo patrono.