19/04/2024
12:39 PM

Don Daniel Quezada vive el pasado de San Pedro Sula

Don Daniel Quezada recuerda fielmente pasajes memorables en la vida de San Pedro Sula que el próximo viernes estará de fiesta.

Las baleadas no habían hecho su debut en San Pedro Sula cuando Daniel Quezada iba al salón Camagüey a saborear una media luna y un refresco, con solamente veinte centavos. El Camagüey era por esa época uno de los centros de recreación de lujo pero a la vez muy popular que había en la ciudad.

Con solamente veinte centavos los jóvenes, que eran sus principales clientes, se tomaban una gaseosa y comían la mitad de un emparedado de jamón y queso llamados media luna.

El propietario del negocio era Osvaldo Fernández, un cubano bonachón conocido como Camagüey por ser originario de esa ciudad de la isla caribeña, recuerda Quezada. Su altruismo y su amor por San Pedro Sula lo puso de manifiesto Camagüey a través de diferentes gestiones de servicio público, entre ellas la fundación del Cuerpo de Bomberos.

Quezada no era un cipote vago pero conocía bien la ciudad porque los diferentes empleos que tuvo le permitían recorrer sus calles, además de que era una urbe que comenzaba a abrirse al desarrollo.

Mientras trabajaba como conserje del abogado Renán Pérez le tocaba ir todos los días a los diferentes juzgados a traer y llevar escritos. Cuando no estaba en la calle, barría el despacho y limpiaba el carro del conocido profesional del derecho quien posteriormente se trasladó a Tegucigalpa.

Otro de los salones muy populares entre la juventud de aquel entonces era el Bell, famoso por sus tacos tostaditos y sus vacas negras, una mezcla de “Ice cream” con refresco cola. Fue la primera cafetería en dar servicio directamente en las ventanillas de los vehículos, dice Quezada.

Era el salón preferido de los estudiantes del Instituto José Trinidad Reyes, mientras que el Robert que funcionaba donde ahora está La Pamplona, lo era de los estudiantes del San Vicente de Paúl que también estaba en el centro.

Muchas parejas que ahora son esposos, allí se enamoraron frente a dos interminables vasos de refresco.

“En ese tiempo nadie oía hablar de baleadas, solo se hablaba de sandwichs y hamborgas a las que después llamaron hamburguesas”.
Cargaba las películas

El muchacho se hizo amante del cine por inercia, pues le tocó trabajar en los cines Colombia y Clámer donde hacía de todo. Del Clámer salía a la carrera para el Colombia con los rollos de película. El caso es que la primera película que presentaba el Clámer la presentaba el Colombia en segunda tanda, ya que ambos cinemas eran del mismo dueño.

Por lo general trabajaba por la noche repartiendo los programas de las películas que se exhibían en la semana, entre las personas que asistían al espectáculo. “Nunca pagué por ver una película”, dice.

Eran cinemas con tres categorías de sala: galería, luneta y palco. Galería por ser la más barata era la preferida de los vagos que se lucían haciendo toda clase de bromas vulgares entre ellos mismos. Esta clasificación de salas pasó a la historia luego de que fuera inaugurado el 17 de abril de 1959 el cine Tropicana deslumbrando a los sampedranos con sistema de aire acondicionado y asientos pullman que hasta ese momento no tenía ningún cinema.

Daniel Quezada tuvo que conformarse con ver desde afuera el acontecimiento. “Llegó gente de mucha influencia, jefes militares, funcionarios, todos elegantemente vestidos”.

Años después, cuando habían pasado los tiempos de las vacas flacas, los administradores del Tropicana le dieron un pase de cortesía por un año a Quezada, porque había conservado el periódico donde se publicó la inauguración de ese cine.
Coleccionista

Aunque nació en Yoro en 1943, Quezada es un apasionado de la historia de San Pedro Sula que a él le tocó vivir, tanto así que mantiene un pequeño museo en su empresa del barrio Santa Anita con reliquias representativas de la ciudad.

Carteles de las películas de su época infantil y juvenil, programas de cine, telegramas amarillos por el tiempo, radios antiguos, álbumes de vistas de los años cincuenta y otros tantos recuerdos forman parte de su colección.

Algo que ahora resulta asombroso por los tiempos en que vivimos es que en aquellos años era muy común ver a conocidos comerciantes pasear tranquilamente por el parque central o las calles de la ciudad, dice Quezada.

Las tiendas instaladas a ambos lados de la tercera avenida o calle del comercio, servían también de vivienda a sus propietarios. En la parte baja estaban los negocios y en la de arriba vivían con su familia. A veces salían al balcón a solazarse en los días de calor o a ver un desfile.

Esos hombres, dueños de las principales tiendas, salían a pasear a pie con sus hijos pequeños algunos de los cuales ahora son empresarios. “Los vi incluso barrer las aceras de sus negocios, yo lo miré, nadie me lo ha contado”.

¡Cuidado con decir palabrotas!

Daniel Quezada es actualmente un empresario quien tuvo que vender hasta jabón de pelota en las calles para ayudar al sostenimiento de la casa ya que a su madre no le alcanzaba el sueldo de obrera ni para alquilar una vivienda digna.

“En 1966 yo ya ganaba 18 lempiras a la semana y entonces le dije a mi madre: ya no trabaje, yo voy a sostener la casa”, refiere Quezada, dueño de una empresa de refrigeración automotriz.

Después de trabajar en el bufete del conocido abogado Renán Pérez se fue para donde don Carlos Martínez quien tenía una joyería porque le ofreció pagarle 30 lempiras al mes. Con el abogado solamente ganaba 25, aunque no era tanto lo económico que lo motivaba sino que quería aprender relojería, dice. En su memoria privilegiada conserva momentos trascendentales en el desarrollo de la ciudad como cuando fue pavimentada la primera calle.

El cipote iba a ver los tractores trabajando en lo que ahora es el bulevar Morazán para preparar la infraestructura que luego sería calzada con el lustre negro del asfalto.
Tuvo la paciencia de coleccionar fotos antiguas de la ciudad y de mandar luego a tomar otras gráficas de los mismos ángulos para hacer una comparación entre el San Pedro de ayer y el de hoy.

Comenzó su educación primaria en la escuela Lempira de Cofradía y la terminó en la Ramón Rosa con notas sobresalientes. Allí le enseñaron buenos modales. “Si un alumno decía una mala palabra, la maestra le metía media barra de jabón en la boca”.