19/04/2024
10:48 PM

'No hay día que no haya salido al cerco a ver si mi hijo volvía'

Ramón Pérez es uno de los 149 parientes de los reos que murieron en Comayagua que aún esperan por los cuerpos.

La noticia de la tragedia en el presidio de Comayagua registrada hace un mes no solo llevó luto a cientos de hogares, sino que marcó el inicio de un calvario que parece interminable para decenas de hondureños que aún esperan por los 142 cuerpos que no han sido identificados.

En el campamento humanitario Esperanza, ubicado en el Infop (Instituto Hondureño de Formación profesional), hay todavía 149 personas que representan a 92 familias que aguardan para llevarse sus lugares de origen a los suyos para darles cristiana sepultura.

Los alimentos, medicinas, catres, colchonetas y atención psicológica se siguen dando sin interrupción a los albergados, la mayoría de Comayagua.

Sentado en un catre color verde, cabizbajo y muy pensativo en la orilla de una tienda de campaña estaba don Ramón Martín Pérez (47).

Cansado, sediento y muy ansioso comentó que solo es cuestión de horas para que le entreguen a su hijo Jason Pérez (24), víctima del incendio en el centro penal.

Ocho días preso

Desde el día de la tragedia, hace un mes, don Ramón prefirió no quedarse en el albergue Esperanza, ya que su hijo no aparecía en ningún listado, ni de sobrevivientes ni de fallecidos, por lo que en el fondo de su corazón albergaba la esperanza de que estuviera prófugo.

“Desde el incendio no hay día que no haya salido al cerco de mi casa, allá en Comayagua, para ver si mi hijo regresaba. Le dije a mi señora que las esperanzas se me acabaron este lunes, Jason ya no regresó y por eso me vine a

Tegucigalpa. Cuánto le pedí a Dios porque mi hijo se hubiese fugado, pero ya se me acabó la esperanza”, lamentó don Ramón.

El destino de Jason, según su padre, ha sido muy duro para su familia compuesta de cuatro hijos. Los relatos de su padre recuerdan a un Jason un poco inquieto dedicado a la albañilería.

“Lo que más me duele en el alma es que Jason sólo tenía 8 días de estar preso, la Policía lo agarró fumando marihuana en el cementerio. Él no se corrió porque andaba estrenando bicicleta y no la quería perder, lo agarraron y se lo llevaron a la posta. Llegué a buscarlo y un policía me dijo que se lo habían llevado ‘al grande’, como le llaman a la granja”.


Un clavo en la cadera

Un mes después de la tragedia, don Ramón carga un recibo de la compra de un clavo clínico que le fue introducido en la cadera de Jason hace tres años, luego de haber sido atropellado en Comayagua. “Ese clavo es el que me va a permitir reconocer a mi hijo, yo voy a abrir el ataúd, voy a revisar si tiene ese clavo, el forense me dijo que me lo iba a permitir y que ya está reconocido por ese clavo. Gracias a Dios por ese clavo me voy a llevar a mi hijo para enterrarlo con dignidad”, contó don Ramón.

Horrorosa realidad

El padre de Jason tuvo la oportunidad de ingresar al lugar destinado para los cadáveres en la Anapo (Academia Nacional de Policía), en las afueras de Tegucigalpa.

“No sé ni cómo explicar lo que vi, hay muchos cuerpos en bolsas, había como 40 cuerpos en el suelo, destaparon uno que hasta agua estaba echando. Mi hijo se merece una vela y un entierro. Si ha estado ahí un mes, por qué no puede estar con su familia”, expresó sollozando.

La peor espera está por venir para los familiares. Según expertos forenses, los últimos cuerpos son los más difíciles de identificar, ya que han perdido huellas dactilares. La esperanza son las pruebas de ADN que continúan llegando desde el extranjero. Mientras tanto, el campamento Esperanza seguirá funcionando las 24 horas del día con personal disponible de Copeco, las Fuerzas Armadas y la Cruz Roja Hondureña.