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Fabricio hace brillar su talento entre las tinieblas

  • 29 enero 2012 /

Su ceguera congénita no ha sido obstáculo para que aprenda música.

Había sido el más feliz de sus cuatro partos porque no había tenido ni la más leve complicación, por eso cuando Yolanda Leiva dio a luz a aquel niño sonrosado, de hermosos ojos color miel, no se imaginó que su vida estaría rodeada de tinieblas.

Fue hasta los dos meses de nacido que se dio cuenta que el pequeño Fabricio tenía problemas de visión, pero aún así se resistía a creer que fuera ciego.

“Noté algo raro en él porque le tomaba fotos y no parpadeaba, entonces lo llevé adonde el oftalmólogo Luis Boquín, quien me dijo que al bebé no se le había desarrollado la retina y que por lo tanto no podría ver”.

Con la esperanza de que aquel diagnóstico fuera equivocado, la madre consultó otros especialistas hasta que uno le garantizó que el problema se podía operar cuando el niño estuviera mayorcito. Mientras tanto, le recetó lentes graduados para que mejorara la visión y los ojitos no se le desviaran hacia los lados.

Doña Yolanda aún conserva aquellos anteojos “fondo de botella” que Fabricio anduvo puestos durante seis meses sin poder percibir ni el más leve resplandor.

Al fin tuvo que aceptar la dura realidad cuando otro médico confirmó el diagnóstico inicial de Boquín. Si el niño era operado, más bien le podrían dañar algún nervio causándole trastornos en el cerebro.

Ni el pequeño lo hubiera aceptado si hubiese tenido uso de razón en aquel tiempo, pues ahora que tiene 13 años; dice: “Prefiero estar ciego que loco, porque ciego al menos puedo razonar”.

El menor escucha a su madre hablar sobre aquellos días aciagos, sentado en un sofá en su casa de la colonia El Carmen mientras pasa sus dedos por una cartulina con escritura en Braille.

Recuerda la madre que tenía 20 meses de nacido Fabricio cuando descubrió que en la ciudad había una escuela para ciegos adonde lo llevó sin vacilar. Esa decisión le cambió la vida a ambos porque ella encontró un apoyo para aliviar su angustia y a él se le abrió la esperanza de poder ver con los ojos del conocimiento.

Mientras el pequeño aprendía manualidades y destrezas para desarrollar sus otros sentidos, la madre permanecía en la escuela para poder darle de mamar. Lo esperaba hasta que salía e incluso lo bañaba y cambiaba durante los recesos.

Ha sido tal su apego a la educación de su hijo, que doña Yolanda aprendió el sistema de escritura Braille con el fin de ayudarle en sus tareas.

Juntos hacen las tareas. Cuando él termina los deberes escolares en las letras de puntitos de la escritura Braille, la madre la traduce a la escritura normal para que los maestros la puedan leer.

Fabricios escribe a veces valiéndose de un punzón especial y otras en una máquina Braille que le dieron como premio por su dedicación, en la escuela especial.

Ya es locutor

La luz de los ojos que la vida le negó a Fabricio se la dio de sobra en su inteligencia, como lo demuestran los muchos reconocimientos y premios que ha obtenido no sólo en la Escuela Luis Braille, sino también en el centro privado donde hizo su primaria, y en el instituto Primero de Diciembre donde actualmente estudia locución.

Su ceguera tampoco ha sido obstáculo para que el muchacho aprenda música ni pueda jugar al fútbol con sus amigos o deslizarse con su patineta por la acera de su casa.

En un pequeño teclado que le regaló un tío toca no solamente alabanzas cristianas, sino también música tropical cuando no está en el colegio o ayudando en las labores domésticas.

“Limpia los muebles y barre, pero lo que más le gusta es trapear. No puede estar de balde, se pone irritado cuando no encuentra nada que hacer”, dice su madre.

Aunque solamente ha hecho el primer curso en el Instituto Primero de Diciembre, ya se estrenó como locutor en una emisora local donde hace comentarios y análisis de los partidos de la liga de fútbol.

Dice con orgullo que recientemente entrevistó al jugador del Maratón Ver más noticias sobre Honduras