Tuvo que dejar sus estudios en la universidad y convertirse en escritora, no para alcanzar renombre y prestigio, sino para poder ayudar a su hija de ocho años que nació sorda y ciega. Madre Especial, es el nombre de la publicación que la señora Juana Emérita Rodríguez ha estado vendiendo en el teatro Francisco Saybe a las personas que acuden a ver la obra El Milagro de Ana Sullivan, la cual tiene similitud con la historia de su pequeña Laura Jazeel.
Por esa semejanza de dos vidas especiales, Juana, y su esposo José Indalecio Soto, dispusieron instalarse con Laurita en el lobby del teatro cada vez que se presenta la obra con el fin de vender el libro que trata sobre la situación de esta Hellen Keller catracha, como llaman a la niña.
Laurita nació en el hospital Mario Rivas de San Pedro Sula cuando Juana, más conocida como Jenny, casi perdía las esperanzas de ser madre después de haber sufrido dos abortos espontáneos. La niña estuvo solamente seis meses en el vientre materno, debido a lo cual al nacer tuvo que recibir un tratamiento severo que le provocó el desprendimiento de sus retinas.
Estuvo 45 días en la incubadora, donde le suministraron un poco más de la dosis de oxígeno y eso hizo que se desprendieran sus retinas, dijo la madre. Debido a que Laurita nació antes de tiempo, los nervios que conectan a la cóclea, situada en el oído interno, con el cerebro, no se habían desarrollado al cien por ciento. Esa fue la razón para que también naciera sorda, le explicaron los médicos.
Sorpresas y angustia
Los padres se dieron cuenta que la niña no podía oír hasta varios meses después de haber nacido, cierta vez que estaba dormida y no se despertó pese al intenso ruido que hacían unos albañiles al realizar trabajos de construcción en un apartamento contiguo, cuando la familia vivía en la colonia Sitraalus.
“Laurita ya estaba dando sus primeros pasitos y se paraba solita agarrándose de su cunita. Pero las sorpresas tan solo comenzaban; y así fue que un día mi amado me dijo: Amor, ¿por qué será que la niña duerme mucho y no se despierta con los ruidos?”, comentó la madre.
A los padres les empezó a inquietar también que ya habían transcurrido diez meses y sus ojitos no los ubicaba sino que se le iban de un lado hacia otro y no fijaba la mirada ni tampoco seguía objetos en movimiento.
La pareja entonces buscó al neonatólogo Samuel Santos, del hospital Mario Rivas, quien mandó a hacerle a la niña unos exámenes especiales llamados potenciales auditivos evocados.
“También le colocaron unos sensores de chispas ante los ojos y no hubo ninguna respuesta”. El duro golpe de los resultados se los dio de forma grosera un oftalmólogo al que fueron remitidos por la doctora que hizo los exámenes, según el relato de la pareja.
“Están jodidos, esta niña está sorda y además está ciega”, les dijo el especialista luego de abrir el sobre con los resultados de los exámenes.
No obstante aseguró que le podía devolver la vista a la paciente con una operación que les costaría 50 mil lempiras. Como la pareja dudaba, el médico les dijo que “si no les parece díganle a su Dios que les haga el milagrito”. “Esto no le gustó a mi amado quien me tomó del brazo y me dijo que nos fuéramos”, manifestó Jenny.
Lo que aquel médico quería era dinero, porque después les dijeron a los angustiados padres en el hospital Rodolfo Robles, de Guatemala, que el glóbulo ocular de Laurita no hubiera resistido una operación por su estado gelatinoso.
Gracias a consultas hechas a los especialistas de ese centro asistencial los padres abrigan ahora la esperanza que con un implante coclear que le practicarían en Guatemala, la pequeña podría aumentar en un cincuenta por ciento su comunicación con el mundo exterior.
“Laura podría optar a un implante coclear que le haría recuperar su audición y aprender a hablar, pero cuando nos dijeron que el aparato valía veinticinco mil dólares, el mundo se nos vino encima”, dijo Jenny.
Sin embargo, aferrada a Dios se impuso, como madre especial, enfrentar el reto de escribir un libro sencillo, pero lleno de fe, para ayudarse de alguna manera a recaudar ese dinero. “Yo no soy escritora, tú Señor vas a usar mis manos para escribir el libro”, pedía en su oraciones.
Drama de la vida real
Garrapateando primero en un cuaderno y escribiendo después en una computadora que le regaló una amiga, logró en tres meses terminar el libro en el que narra y explica lo difícil que es tener una hija con una doble discapacidad.
Antes de entrar a ver la obra teatral, el público no se interesa por el libro de Jenny hasta que sale impresionado por haber visto cómo Anna Sullivan consigue que Hellen Keller, su alumna sordociega, se abra al mundo.
‘Yo creí que eso era solo una obra, pero ahora veo que fue un caso real como el de su hija’, le dijo a Jenny un espectador al comprar su libro.
Para cambiar la vida de Laurita, los padres tendrán que vender la casa de la colonia Real del Campo en el sector de Jucutuma donde viven, pues será necesario residir en Guatemala para que la niña asista a una escuela especial, donde la pareja espera aprenda a hablar en el término de tres años.
Mientras llega ese momento siguen prodigándole amor y tratando de penetrar a su mundo de sombras y silencio con la sabiduría y paciencia de Anna Sullivan.
Vivió una cadena de momentos dolorosos
Lo único que recuerda Jenny Rodríguez del nacimiento de su hija Laura Jazaeel es que cerró los ojos y miró a su alrededor. “Miré lámparas, gente vestida de verde y de blanco y escuché un radio que sonaba a lo lejos y una voz que decía, mire es una niña y es bien chiquita”.
Poco después decidió con su esposo ponerle de nombre, Laura. El segundo nombre se lo puso un pastor evangélico.
“Nos dio una larga lista de nombres bíblicos pero él nos dijo que le gustaba mucho Jazeel y a nosotros nos gustó porque en hebreo quiere decir Fuerza de Dios y mi niña estaba luchando por vivir, ya que se vino antes de tiempo”. Eso la hacía sentirse a ella culpable por no haber podido retener aquella criatura por más tiempo en su vientre.
De repente presentía que su hija no viviría cuando veía en la antesala de neonatología unos diminutos cuerpos envueltos en papel de estraza con rótulos que decían angelito o angelita. Allí colocaban envueltos a los niños que fallecían.
Cierta mañana a Laurita le estaba costando respirar, la enfermera de turno le informó que la niña había tenido una noche muy difícil porque el estómago rechazaba el alimento que le daban por medio de una sonda. “Le estamos poniendo plaquetas porque está anémica y necesita mucha sangre”.
Entonces Jenny tocó las manitos chiquitas como de una muñequita, le dijo que la amaba y oró por ella. Era el comienzo de una serie de incidentes dolorosos antes de saber que había nacido sordociega.