21/04/2024
12:01 AM

A los 72 años cumple su sueño de leer y escribir

Cristina Rodríguez es alfabetizada gracias al trabajo social educativo de jóvenes de último año del instituto José Trinidad Reyes.

“Siempre me han dicho que para qué me pongo a estudiar si ya estoy vieja y no servirá de nada. Pero les digo que sí es importante. Uno nunca sabe qué día va morir, así que hay que aprovechar el tiempo”.

Esta es la convicción de Cristina Rodríguez de López, una dama marginada por los mitos de su papá y traicionada por los quehaceres del hogar y que a pesar de eso lucha por cumplir su sueño de aprender a leer y escribir correctamente aunque tenga 72 años de edad.

Por medio del trabajo social de los estudiantes de último año del instituto José Trinidad Reyes, que este año es el Programa de Alfabetización y Educación Popular, la septuagenaria ve cada vez más cerca el sueño de entender lo que toda su vida ha sido un mundo lleno de figuras sin explicación y palabras difíciles de interpretar.

Cuando era niña le fue truncado el derecho a la educación. Su padre Catarino Lara, un copaneco que ella describió como machista y celoso, prefirió mantenerla aislada de una vida normal para evitar que “la gente mala la corrompiera”. Esto en realidad fue una vida marcada por la violencia y la discriminación, que incluyó no darle su apellido.

La originaria de Cucuyagua, Copán, se mudó con sus padres a San Pedro Sula cuando tenía cinco años y solo pasaron 10 años más cuando, sin pensarlo dos veces, se casó con el hombre que, según cuenta, la rescató de la esclavitud a la que estaba sometida.

Arturo López, que en aquel tiempo tenía 21 años, se la llevó para “casarse con todas las de la ley”. Llevan 56 años de feliz matrimonio. Para ella, Arturo, que llegó hasta sexto grado, contribuyó en gran manera en el sueño de ser alfabeta.

En los noventa, Cristina emprendió cuatro intentos de alfabetizarse, pero su tarea de madre de tres hijos la alejó del tiempo que precisaba para realizarlo. Las escuelas Luis Landa y Presentación Centeno del barrio Cabañas la vieron pasar por sus pasillos, pero cada vez que llegaba junio abandonaba los estudios.

Y así pasaron los años. Además de sus hijos, 15 nietos y 7 bisnietos, que fueron su mayor interés y dedicación. Pudo hacer lo demás por medio de huellas digitales y lo poco que llegó a aprender en sus intentos fallidos por entender el mundo que muy poco la reconocía.

“En nuestras épocas, los padres eran ofuscados en sus ideas. Para ellos no tenía ningún valor que uno estudiara. Era trabajar en el campo o en la casa y con eso era suficiente. Los jóvenes de hoy cuentan con esa gran ventaja y a veces abusan de eso”, dijo Arturo, mientras observaba a su esposa hacer ejercicios de letra de carta.

Don Arturo no continuó sus estudios por enemistades de su padre que lo obligaron a salir de su ciudad y trabajar de campesino.

La gran oportunidad

En febrero de este año renació en la señora el sueño de saber usar el lápiz y el cuaderno.

Una de sus nietas, Alejandra Cristina López, que cursa el último año en ciencias y letras en el Reyes, le comentó sobre su nueva forma de realizar el trabajo social y le pidió que la acompañara. Esto para ella era más que un simple cupo lleno.

Desde el sábado 13 de abril, la luchadora anciana es parte de los 11,489 analfabetas que están siendo atendidos en todo el departamento de Cortés por los estudiantes de último año de unos 190 colegios.

Todos los sábados sale de su casa en el pasaje El Gualcho, del barrio Cabañas, y llega a la 1:00 pm al legendario instituto sampedrano para recibir, tras miles de intentos, el pan del saber durante cinco horas. Los jóvenes de este instituto utilizan el programa Educatodos para alfabetizar. Para Cristina es una gran herramienta.

La experiencia

“No ha sido fácil, pero estoy aprendiendo rápido”, relató Rodríguez y sacó el cuaderno de su cartera.

Luego de darles la bienvenida el primer sábado de clases, comenzó la jornada de aprendizaje. “Nos felicitaron a los 65 analfabetas que estábamos el primer día por haber decidido cambiar nuestra educación”, siguió diciendo mientras le sacaba punta al lápiz.

“Al principio me dolía un poco la mano para hacer los ejercicios que nos dejaban en la clase, pero poquito a poquito se me fue quitando. Me sale más fácil la letra de carta que la otra... la otra...”. Su esposo la interrumpe para decirle:

-Letra de molde.

-Sí, dice la mujer.

“Mi papá me ama”. Esta fue la primera oración que Cristina logró escribir legiblemente tras cuatro fines de semana en el programa. Ella asegura que los estudiantes y los asesores explican muy bien los ejercicios que tiene que hacer y responden a todas sus inquietudes.

“Todavía se me va la letra para un lado, pero ya la próxima semana me dijeron los muchachos que van a dejarnos tareas para hacer en la casa. Antes me sabía los números del 1 al 300, pero ya ahora estoy aprendiendo otros”. Su motivación se transmite fácilmente. Recalcó: “Si no hubiera sido por mis obstáculos familiares, yo hubiera estudiado como lo hicieron mis hijos y todo el resto de mi familia”.

Hoy en día, Cristina tiene más tiempo para practicar, aunque cuida a sus nietos y bisnietos en la casa donde habita hace 47 años. Ella envía dos mensajes: a los jóvenes de último año que alfabetizan “les agradezco por invertir en la vida de la gente que nunca pudo aprender” y a las personas que nunca estudiaron: “Nunca es tarde para aprender. Yo sé que soy vieja y voy a morir, pero no sé cuándo, así que mientras haya fuerzas hay tiempo”.

Al terminar de practicar en su cuaderno empezó a imaginar qué letras usará para escribir la carta que ha soñado enviarle a una sobrina que ama y vive en Estados Unidos desde hace varios años.