26/03/2024
02:06 PM

Pastor predica en silla de ruedas tras perder los brazos y una pierna

Marvin Mejía es predicador evangélico en Tocoa, Colón. sigue activo pese al accidente.

Respira profundo, luego con fuerza y sin detenerse da un brinco desde el mueble hasta la silla de ruedas, apoyándose sobre el pie izquierdo; el único que tiene.

Hace dos años a Marvin Munguía, pastor en una iglesia de Tocoa, Colón, le amputaron sus dos brazos y la pierna derecha, luego de recibir una descarga de 19,500 voltios que casi lo deja sin vida. Antes del accidente ya era un ferviente predicador de la Palabra.

Ahora con mayor efervescencia en sus predicaciones frente a los miembros de la iglesia Maná del Cielo, habla del amor y la misericordia de su Dios que le salvó la vida. Para médicos y conocidos es un verdadero milagro que no falleciera electrocutado con semejante descarga.

“Yo sé que cuando muera iré al cielo, y el Señor, como el mejor de los fabricantes, me tendrá allá los repuestos de los miembros que me faltan. No sé cómo me los pegará, pero si de algo estoy seguro es que así será”, dijo entre lágrimas ante la concurrencia en una prédica.

Todas las noches al finalizar la enseñanza, sus hijos corren a ayudarlo para que baje del escenario, que aunque solo mide cuatro pulgadas de alto. Hacerlo por sí solo, se le hace imposible.

Trasladarse al pasado y recordar ese doloroso proceso es algo que el religioso muy pocas veces ha hecho. “Es difícil volver a ese día, evito hacerlo porque por más que lo piense nada cambiará mi realidad y es importante ver las cosas buenas que tenemos, no las malas”.

Su mirada parecía perdida, y haciendo un esfuerzo contó que el día del desafortunado accidente, hace dos años y medio, estaba parado sobre un andamio instalando unas canaletas para construir el techo de la casa de una amiga suya, cuando rozó un cable de alta tensión.
Munguía rara vez se encargaba de realizar ese tipo de labores, pues el taller de soldadura que fundó con mucho esfuerzo estaba prosperando y tenía algunos trabajadores, quienes eran los encargados de hacer esas tareas. Pero ese día no pudo comunicarse con ninguno de ellos, por lo que decidió hacerlo él mismo.

“Estaba terminando, era la última canaleta, le grité al muchacho que me asistía que me la pasara, pero al levantarla rozó con el cable, y la potencia de la electricidad me arrojó al suelo, caí desde una altura de dos metros”, recordó.

Trinidad Ramos, su esposa con quien lleva 13 años de casado y procreó tres hijos de 12, 10 y 8, fue la primera en llegar en su auxilio. “Al verlo tirado e inconsciente, caí arrodillada frente a él, no podía dejar de llorar, le puse la mano en el corazón y le pedí a Dios que no lo dejara morir”.

Munguía fue trasladado hacia una clínica en El Progreso, Yoro, con quemaduras de tercer grado en todo el cuerpo. Diez días después de haber sido internado, los médicos le informaron que tendrían que amputarle la pierna izquierda, porque se le estaba gangrenando y le podía causar la muerte si no actuaban rápido.

“Cuando me pidieron mi autorización para cortarme la pierna, sentí un terrible dolor, pero para mí tener la posibilidad de ver crecer a mis hijos era más importante”. Una semana después de esa operación los familiares de Munguía, desesperados al no ver mejoría y quedar sin dinero para cubrir los gastos médicos, lo trasladaron al hospital Mario Catarino Rivas de San Pedro Sula. Ahí le dijeron que tenía daños irreversibles en su brazo izquierdo y que era necesario cortarlo por completo.
“Nuevamente estaba ahí, dando la autorización para que me intervinieran”, dijo con un gesto de tristeza.

Hoy, cada vez que mueve sus hombros, las mangas enrolladas de las camisas dejan al descubierto las profundas cicatrices en lo que apenas le quedó de sus brazos.
Con voz titubeante relató que fue en el Hospital Escuela el último lugar donde estuvo internado y fue ahí donde le intervinieron la mano derecha.

“Mi esposa se acercó a la cama del hospital y me explicó que tendría que operarme nuevamente. Ese día hice un pacto con Dios de servirle para siempre si me permitía seguir viviendo”.

Recordó que cuando lo llevaban hacia el quirófano, su esposa le dijo al oído: “aunque hayas perdido tus dos manos y tu pierna, recuerda que tendrás las mías”. Desde ese día Trinidad lo atiende con paciencia y amor. Se levanta tempranito a bañarlo, vestirlo, cepillar sus dientes y a darle de comer.

“Es una maravillosa mujer, muchos decían que me iba a dejar, pero su amor ha sido más grande que cualquier problema, jamás podría pagarle lo que hace por mí”.
Mientras recibía tratamiento, los pronósticos sobre la recuperación de Marvin eran reservados. Los doctores pensaron que no resistiría esa última intervención, pero su fuerza de voluntad y su fe en Dios le permitió que lo que parecía imposible se hiciera realidad, según dice.

Entre suspiros detalló que el día que regresó a su casa, su hijo menor, quien llegó unos minutos después de él, corrió hacia el cuarto desesperado por verlo.

“él me pedía que lo abrazara. Las lágrimas se me rodaron porque eso es algo que jamás podré volver a hacer. Los primeros días me levantaba por las mañanas y quería quitarme la cobija, y entonces caía a la realidad que eso era algo imposible para mí”.

Pese a su impactante historia, cada día da evidencia de su fe.

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