28/03/2024
11:11 AM

Patricia Paz, Una mujer aguerrida que no sabe de límites

Patricia cuida la mayor parte del día al pequeño Manuelito y a su sobrina valeria, a quien también lleva a la escuela en su silla de ruedas eléctrica.

No es madre, pero desempeña ese papel como la mejor entre muchas pese a su limitación física que la obliga a conducirse en una silla de ruedas. Tenía solamente año y medio Patricia Paz cuando sufrió una extraña enfermedad que la dejó incapacitada de sus extremidades inferiores, mas no de su mente, pues no tiene complejos de ninguna naturaleza.

La rutina de Patricia, una mujer de sonrisa fácil que vive en la colonia Buenos Aires con su madre, comienza antes de las siete de la mañana, hora en que tiene que llevar a su sobrina Valeria a la escuela en una silla de ruedas eléctrica que le mandó un hermano que vive en Estados Unidos.

Luego regresa a su casa, distante unas cinco cuadras de la escuela, para hacer los oficios domésticos.

Ella es la que barre y trapea la casa como le enseñó su madre desde pequeña. También sale a la pila a lavar la ropa, sentada en su silla de ruedas.

Tiene una silla mecánica en la que desarrolló fuerzas en sus brazos de tanto darle vuelta a las ruedas, y la silla automática que, con gran sacrificio le envió uno de sus cinco hermanos.

El año pasado que Valeria estaba haciendo su preparatoria en la Escuela de Aplicación Musical, de la colonia Colvisula, el esfuerzo para trasladarla era mayor porque Patricia tenía que hacer un recorrido de unos dos kilómetros y cruzar el bulevar que conduce a Puerto Cortés.

Subía a la niña a la silla y así la trasladaba de la casa a la escuela y viceversa. Ahora la pequeña camina a su lado aunque a veces se cansa y se va parada en una pequeña plataforma que tiene la silla.

Como la madre de la niña trabaja en una maquila, Patricia se encarga de cuidarla todo el día. También tiene bajo su cuidado a un niño de dos años quien la quiere como si fuera su propia madre. Si no la ve se pone a llorar. Por la tarde lo baña y lo pone a dormir hasta que llega a recogerlo su madre biológica quien también trabaja como obrera. “Siempre me he dedicado a cuidar niños. A Manuelito lo cuido desde que tenía 40 días”, dice la dama al referirse al pequeño.

“No me apena nada”.

Patricia se crio en el regazo de su madre Amelia Paz, una mujer “de hacha y machete” que se fajó vendiendo horchata y pastelitos, al quedar viuda, para mantener a sus seis hijos, tres hembras y tres varones.

Doña Amelia miraba a Patricia como a sus otros hijos. No porque tuviera un impedimento físico le daba un trato especial, por eso la niña fue creciendo sin complejos.

“Nunca mi mamá me miró con lástima, será por eso que ahora no me da pena nada”, confiesa Patricia.

La trajo al mundo con partera en la misma casa de la colonia Buenos Aires donde todavía viven. Nació bien, sin ningún problema, pero como al año y medio, cuando la niña ya caminaba, le sobrevino una enfermedad que los médicos identificaron como Guillain Barré, cuyo origen se desconoce.

Una mañana que la madre fue por ella a la cama para darle de comer se encontró con que la pequeña no podía incorporarse.

Inmediatamente la llevó al hospital del Seguro Social donde, tras muchos exámenes, los médicos le dijeron que la niña difícilmente podría volver a caminar porque había sido afectada por un trastorno en el que el sistema inmunitario del cuerpo se ataca a sí mismo.

En la Fundación Teletón adonde la llevó para que le hicieran terapia, le confirmaron la terrible realidad, Patricia ya no volvería a caminar porque la enfermedad le había causado parálisis en sus piernitas.

Regresó llorando a su casa, pero finalmente los juegos infantiles transformaron sus lágrimas en risas.

No obstante su limitación física, Patricia dice que tuvo una infancia feliz. Asistió a la misma escuela donde ahora estudia su sobrinita. Al principio la llevaban en un cochecito, pero luego, su madre obtuvo una silla de ruedas donada en la que se transportó Patricia hasta que terminó su educación primaria.

Tuvo sus novios

Como toda muchacha tuvo noviazgos en su juventud, que por cuestiones del destino no culminaron en matrimonio, aunque dice sonriendo que a sus 35 años todavía está a tiempo.

Más que casarse lo que desea es tener un hijo a quien prodigarle el amor que le da a los niños que otras madres dejan bajo su cargo. Piensa que aunque a estos los adora con el alma, quisiera tener un hijo propio a su lado las 24 horas del día.

Mientras cuida al pequeño Manuelito y hace los deberes de la casa junto con su madre, está pendiente del reloj. A las once en punto tiene que estar en el portón de la escuela 15 de Septiembre recogiendo a su sobrina.

No puede entrar como otras madres, porque el edificio escolar no tiene una rampa para que pase su silla de ruedas. Esto mismo sucede en otras instituciones a las que suele acudir para hacer alguna diligencia, como los bancos, según expresó.

La pequeña es una de las primeras en salir para no hacer esperar a la tía, quien aguarda afuera protegiéndose de los rayos del sol con una sombrilla. Luego emprenden juntas el regreso a casa. Aunque el sol de febrero quema, es preferible a que llueva porque entonces no hay forma de evitar mojarse.