18/04/2024
04:18 PM

Amigos inseparables, uno no camina, el otro no ve

Santos Leonardo Hernández y Antonio Mejía han formado una alianza para ayudarse mutuamente debido a sus limitaciones.

Santa Bárbara, Honduras.

En San Nicolás, Santa Bárbara, es común ver a don Antonio Mejía empujando la silla de ruedas de su amigo Santos Leonardo Hernández, sin causar mayor asombro entre los lugareños, pese a que el primero está quedando ciego y más bien necesita que lo guíen.

Santa Bárbara, ubicada en el occidente de Honduras, es uno de los departamentos conocidos por su café, mujeres bellas y gente laboriosa y que se apoya entre sí.

Ambos han formado una especie de alianza para combatir el tedio fuera de sus casas, visitando el parque central, la iglesia y otros paseos, para lo cual se vale uno del otro.

Mientras don Antonio empuja la vieja silla de ruedas, Leonardo le indica los obstáculos que van surgiendo en las calles o toca su silbato para prevenir a los conductores que tengan cuidado porque ellos van pasando. Sobre todo le molestan los túmulos y algunos mototaxistas que imprudentemente se les atraviesan.

Se conocieron desde que ambos vivían en la montaña. Ahora don Antonio tiene 93 años y Leonardo 56, pero parece que su amistad se ha ido añejando con la edad, pues no pueden estar separados.

Se encuentran de mañana en la casa que Leonardo comparte con su madre, para emprender el paseo por la comunidad que por lo general termina en el parque central bajo un frondoso árbol de anacahuite, testigo de las historias que cuentan los más viejos de la comunidad.

“Tengo muerta la córnea”, lamenta don Antonio al referirse a la enfermedad que lo mantiene entre sombras desde hace unos veinte años.

Una hija suya suele guiarlo hasta la casa de Leonardo, pero de allí salen solos los dos hacia el centro, don Antonio, apoyándose en la silla de ruedas de su amigo que le sirve como de lazarillo y este con su silbato colgado del cuello de su camisa.

De no ser por el invidente, Leonardo no saldría de su casa porque su madre pasa ocupada en los quehaceres domésticos y él solamente puede usar su brazo izquierdo, las otras extremidades se las atrofió la polio a los siete meses de nacido.

Lamentable

Si nadie lo ayuda a movilizarse tiene que arrastrarse para llegar hasta la silla de ruedas que un amigo le mandó de Estados Unidos. Cuando no anda de paseo con su amigo pasa en la sala de la casa sentado en una sillita para niños, viendo televisión y valiéndose de su mano derecha para manejar el control.

Dice que se siente feliz porque su madre dejó la montaña, pues si se hubiesen quedado allá arriba, él no hubiera podido bajar a pasear a la comunidad arrastrándose con una sola mano.

Ahora no se aburre porque al menos ve pasar a la gente, sentado afuera de la casa, cuando no anda con su socio en “el negocio” de la paseada.

En este mismo lugar adonde ahora viven, su madre logró construir una casa de bahareque cuando recién había venido de la montaña. Con el dinero que ganaba haciendo artículos de junco fui comprando uno por uno los horcones, relató la madre, Cándida Rosa Hernández.

Ahora viven en una casa de materiales que le mandó a construir una hija soltera que trabaja en un banco de San Pedro Sula. Doña Cándida ya no teje el junco, pero trabaja duro en las labores de la casa, pues le toca hasta hender leña como los hombres pese a que ya tiene 87 años.

No tuviera tanta fortaleza de no ser porque se crio haciendo milpas y otras labores con el azadón y el machete en la mano en la montaña, expresó.

Leonardo dice que él también quisiera ayudarle, pero no se lo permiten las secuelas que dejó la terrible enfermedad en su cuerpo. Si al menos tuviera una maquinita para pelar naranjas aprovecharía para vender los cítricos en el parque con la ayuda de algún cipote, pues sabe que solo no podría usar el aparato, comentó.

Pese a que no pudo ir a la escuela porque no había quien lo cargara, sabe leer un viejo reloj que compró hace veinte años en Santa Bárbara, aunque lo usa más por lujo porque el tiempo no le saca carrera. Por la noche se la pasa sentado en su silla de ruedas en la entrada de la iglesia saludando a los feligreses.

Habla más que don Antonio, quien lo escucha sin interrumpirlo como si estuviera viendo el horizonte con sus ojos marchitos.

Foto: La Prensa

Los habitantes de San Nicolás, Santa Bárbara, conocen bien la historia de estos dos populares hombres.