24/04/2024
06:33 AM

Hondureño sintió su alma separarse de su cuerpo

Cuando explotó el artefacto sentía que le faltaba el aire para respirar y de pronto vio su cuerpo tirado en el suelo.

San Pedro Sula, Honduras

Los médicos le dijeron a un hermano de Vinmar Nectaly Irías Montes que mejor alistaran el ataúd porque el paciente no pasaría de esa noche. Una ambulancia lo había llevado al hospital del Seguro Social con su brazo derecho cercenado, su rostro quemado, sin ver y sin oír a causa de la explosión de una bomba de alto poder que destruyó parte de los juzgados sampedranos, los cuales funcionaban en un céntrico edificio de la ciudad.

Aquel 19 de abril de 1988 el demonio quiso poner otra marca en la vida del muchacho quien por ese tiempo estudiaba en el Centro Universtario Regional del Norte, pero Dios le permitió que siguiera viviendo, según su testimonio.

La primera marca se la puso el maligno estando en el vientre de su madre, porque ella no quería salir embarazada y de allí le vino una serie de maltratos físicos por parte de su progenitora, resintió el hombre de 47 años.

Dos ángeles

A los cuatro o cinco días de estar en cuidados intensivos, llegó un señor que se identificó como el juez Rivera Cálix, del Juzgado de Paz de lo Criminal, quien le notificó que su presencia en el hospital se debía ‘a la bomba que explotó en los juzgados’.

Hasta ese momento el encamado se dio cuenta que había sido víctima de una explosión, porque lo único que vio en el momento en que sufrió el accidente, fue un relámpago como la luz de un flash, aseguró.

En el edificio funcionaban además las oficinas del Ministerio del Trabajo para el cual trabajaba Irías Montes, quien había llegado a las 6:15 de la tarde a recoger unos documentos que se le habían olvidado. En ese momento sucedió el trágico episodio.

Caminaba por uno de los pasillos del tercer piso cuando “vi algo así como la luz de un flash de cámara y después no escuché más nada”.

Sentía que le faltaba el aire para respirar y de pronto vio su cuerpo tirado en el suelo como si su alma se hubiese desprendido de su humanidad. “A pesar de que hasta ese momento no había tenido una experiencia cercana con Dios, el Señor tuvo misericordia de mí y puso en mi boca sus mismas palabras: Señor que se haga tu voluntad”.

Después se dio cuenta que una ambulancia de la Cruz Verde había recogido su cuerpo quemado y cercenado, para trasladarlo al hospital del Seguro Social. Estaba tan quemado que en un principio, en la confusión se dijo que la víctima era un hombre de la raza negra.

Relató que estando hospitalizado, a medianoche tuvo una revelación: llegaron a visitarlo dos mujeres a quienes no lograba distinguir bien debido a que todavía no había recobrado su visión. Lo único que podía ver es que estaban vestidas de blanco.

Después de que las dos damas le preguntaron si quería reconciliarse con el Señor, Vinmar contestó “mejor lo acepto” y comenzó a llorar como un niño.

Luego preguntó a las enfermeras quiénes eran aquellas mujeres. La respuesta fue que a su habitación no había entrado nadie esa noche, por lo que él cree que eran ángeles enviados por el Señor.

Del hospital al penal

“Ah, entonces fue una bomba” pensó Vinmar cuando el juez le informó sobre el motivo de su visita a la sala de cuidados intensivos, sin sospechar que en su portafolio traía un auto de prisión contra él.

Sorprendido escuchó la resolución judicial que le leyó el togado en la que se le acusaba por el delito de “terrorismo en contra del Estado de Honduras”.

A las seis semanas fue remitido al Centro Penal Sampedrano, todavía con las secuela físicas de la explosión. Hasta la fecha no ve bien, ni escucha perfectamente con su oído derecho.

Estando en el presidio, su caso fue trasladado al Juzgado Tercero de Letras de lo Criminal que, al no encontrar indicios en contra del encausado, dictó sentencia absolutoria.

Sin embargo, cuando el expediente fue enviado a la Corte de Apelaciones de San Pedro Sula, tres de los magistrados cambiaron el veredicto y sentenciaron al universitario a 15 años de prisión.

“No tenían una tan sola prueba, basaron su argumento en presunciones o lo que es lo mismo en sospechas”, sostiene todavía.

Dice que cuando su abogado Lesli Carbajal le notificó sobre la sentencia, se fue a su bartolina a orar. “Señor, no entiendo por qué has permitido esto, pero tú no me has llamado a entender las cosas, sino a aceptarlas. Solo te pido que no me desampares”.

A medida que pasaba el tiempo, la familia se fue ausentando y sus amigos lo abandonaron. Pero él cree que “era necesario que eso sucediera para que aprendiera a caminar de la mano del Señor”.

Ya se había resignado a que saldría libre hasta el 2003, pero cuando menos lo esperaba, el 8 de agosto de 1991, recibió su carta de libertad por una amnistía del Estado.

Salió dejando atrás tres años, tres meses y 17 días de angustia y encierro y se fue para Canadá, gracias a la ayuda de personas altruistas como Leo Frade, de la Iglesia Episcopal, a quien dijo, agradece infinitamente.

Ahora que está de nuevo en Honduras solo espera que se cumpla la promesa que le hizo el Señor de hacerle justicia. Vinmar tiene la certeza en su corazón que eso será pronto. “Entonces el Estado de Honduras tendrá que reconocer públicamente que se equivocó al darme una sentencia condenatoria por algo que no hice”.