25/04/2024
04:53 PM

Secuelas del abuso: una vida de pesadillas

El esposo de su hermana mayor la agredió sexualmente a los 8 años. Después de tres décadas, ella sigue sufriendo como el primer día.

San Pedro Sula, Honduras.

Varias veces tomé pastillas y también me corté las venas para suicidarme. En los últimos dos años he estado internada unas tres ocasiones en el hospital psiquiátrico. Los médicos me dicen que sufro el trastorno de ansiedad generalizada y depresión.

Siempre estoy en control y tomando los medicamentos que me recetan. Si me descuido puedo tener una recaída y volver a la sala del hospital. Este sufrimiento me agobia todos los días y me provoca problemas económicos, pues, además de que debo comprar medicinas caras, dejo de ganar dinero porque me ausento de mi trabajo.

Pero eso no es nada, la situación en mi casa se complica mucho más. Mi esposo desde que le conté lo que me ocurrió cuando era niña me agrede verbalmente y se enoja demasiado cuando quiere tener relaciones sexuales conmigo.

A mí no me gusta, nunca me ha gustado. Las pocas veces que acepto es para complacerlo. Yo no siento ningún placer, al contrario, siempre que lo hago recuerdo todo lo que me hizo mi cuñado en el callejón de la casa.

Un día que yo quedé sola, mi cuñado, el marido de mi hermana mayor que tenía como 30 años, me agarró de mis manitos y me desnudó. Me usó como si fuera una muñeca. Yo, como tenía 8 años, no tenía ni la más mínima idea de lo que en ese momento me estaba haciendo. Ahora, cuando tengo 35, puedo decir que, con eso que me hizo, arruinó para siempre mi vida.

Puedo asegurar que mi cuñado comenzó a abusar de mí cuando yo tenía 6 años. Él me tocaba las partes íntimas y me apretaba. Muchas veces corrí llorando hacia mi mamá para ponerle la queja.

—Mamá, él me lastima cuando me toca, le dije una vez.

—No levantes falsos, me contestó.

Si mi mamá me hubiera creído, mi cuñado no hubiera continuado acosándome. El día que yo jugaba en mi casa, como cualquier otra niña, me atacó sexualmente. Lloré porque sentí mucho dolor e intenté, otra vez, que mi mamá me escuchara.

—Mamá, él me lastimó, le dije mientras lloraba.

—Cállate, no digas mentiras, me respondió, y con su mano me tapó la boca para que yo no siguiera hablando.

Si mi mamá me hubiera escuchado y me hubiera llevado al médico, mi cuñado hubiera caído en la cárcel. A estas alturas, después de tantos años, él estaría libre, pero yo sufriría un poco menos. Después de la primera vez, él siguió agarrándome las veces que a él se le antojó; me abusó hasta los 12 años.

Durante cuatro años estuve indefensa. Ninguna persona, ni mi mamá ni mi papá, me cuidó y, mucho menos, nadie me dio el amor que debe recibir una persona cuando comienza a vivir. Contrario a todo eso, a mí me trataron con crueldad y desprecio. Durante muchos años me pregunté los motivos por los cuales me trataron muy mal. Nunca encontré la respuesta, hasta hace poco.

Mi mamá, a pesar de que yo la quería mucho, era cruel, grosera y amargada. No era una mujer feliz. Recuerdo un día, como si fuera ayer, que mis compañeros de la escuela me preguntaron por qué tenía tantos moretes en mi cuerpo, y yo, para evitar problemas, me quedé callada. Esa vez, una de tantas, me castigó duramente con un lazo que había preparado especialmente para mí. Le había hecho varios nudos y, siempre, antes de golpearme con él, lo mojaba. Vos sos una prostituta, me gritaba.

Otro día, solo porque dejé caer los platos al suelo, me amarró con el lazo y me colgó en un árbol. Estuve colgada y llorando bastante tiempo hasta que alguien, no recuerdo quién, llegó a bajarme. Pienso que mi mamá no era una mala persona, pero, por llevar una vida llena de problemas con mi papá, ella descargaba toda la frustración en mí. Hace poco, hace dos meses, supe que a quien yo le dije siempre papá, el hombre que estuvo con mi mamá en mi infancia, no es mi verdadero padre. Ahora, cuando ya estoy mayor, no sé de quién soy hija.

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En medio de muchos problemas logré estudiar hasta la secundaria. Encontré un trabajo y he durado en él más de veinte años. En ese lugar conocí a un muchacho y me agradó. Lo admiraba mucho porque era buena persona y muy trabajador. él ha sido el único novio que he tenido y es mi actual esposo.

Al principio, a pesar de que las relaciones sexuales no son para mí, nos entendíamos bien. Me embarazó y tuve una niña. Ella, además de ser mi hija, es mi amiga y todo para mí. Solo con ella soy feliz. Creo que es cierto lo que dice mucha gente, que las cosas buenas no duran mucho. Mi esposo dejó de ser un hombre amoroso y se convirtió en una persona cruel cuando supo lo que sufrí en mi infancia. Un día, la depresión me llevó al hospital y al recibir el alta tuve que darle las explicaciones de mi enfermedad, le dije la verdad.

Desde entonces, la vida es más difícil para mí, me trata como si yo fuera prostituta. Siempre me está reprochando y preguntando sobre cuántos hombres he tenido en mi vida. Este es el precio que estoy pagando por un hecho que pudo evitar mi mamá. Yo, pienso, me iré a la tumba con este sufrimiento. Lo único que puedo hacer es proteger a mi niña, por ello no permito que ningún hombre se acerque a ella. A veces pienso que no estoy bien de mi cabeza. No sé si lo hago consciente o inconscientemente, pero aunque es peligroso me gusta caminar por lugares solitarios. Esto también me ha causado los mismos problemas, por ejemplo, una noche, después de salir del trabajo, paré un taxi para que me llevara a mi casa, pero cuando íbamos a mitad del trayecto, en una parte oscura, paró y los hombres que iban a mi lado, creo que eran delincuentes, me desnudaron…

En estos días estoy tomando medicamentos para la ansiedad y depresión. Así puedo llevar una vida más o menos tranquila, puedo trabajar y dedicarle tiempo a mi niña. Lo único que no logro evitar son las pesadillas que tengo casi todos los meses: sueño con que mi cuñado me abusa sexualmente.

Dependencia de varios medicamentos psiquiátricos
Un paciente que sufre el trastorno depresivo mayor, conocido como depresión, debe seguir rigurosamente las prescripciones médicas de los psiquiatras para evitar complicaciones.
Esto obliga al paciente a reservar una considerable suma de dinero mensual para adquirir medicamentos que tienen un alto precio en todos los mercados.
En un año, por ejemplo, un paciente, como la mujer abusada a los 8 años, consume entre 13 y 26 cajas de Prozac, cuyo precio es de L1,810; gasta más de L23,000 anualmente. Además, debe adquirir medicamentos ansiolíticos.
Entre los medicamentos prescritos en Honduras, como Prozac, figuran Altruline, Remeron, Paxil, fabricados por laboratorios Internacional. El precio de la caja es superior a los L1,500.