17/04/2024
01:05 AM

'Me fui ilegal, viví un infierno, pero lo volvería a hacer por ver a mi familia': inmigrante hondureño

Delincuencia, hambre, calor y frío no hacen que el hondureño Cristian López abandone el sueño de volver a ver a su familia.

San Pedro Sula, Honduras.

El cuarto estaba frío, tanto que hacía doler hasta los huesos y crujir los dientes, recordó con tristeza Cristian López, de 24 años de edad, quien hace unos meses se aventuró en busca del 'sueño americano'.

Cristian y dos amigos más permanecieron dentro de la 'hielera', una cárcel de Texas, Estados Unidos, por varios días.

El hondureño habló en exclusiva con www.laprensa.hn y contó que durante su permanencia en ese lugar trataba infructuosamente de quitarse el frío tapándose con mantas de aluminio, que les fueron proporcionadas por los agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos (ICE, por sus siglas en inglés).

Pero nada de ese sufrimiento importó; en su mente solamente se dibujaba una imagen: la de su padre, su madre y su hermana esperándolo en el país del norte.

campesino

Mitigando el hambre...

Hace 14 años, cuando Cristian vivía junto con los seis miembros de su familia, en una comunidad rural del departamento de Santa Bárbara, zona occidente de Honduras, su situación era precaria. Su padre apenas conseguía unos cuantos lempiras para poder mitigar el hambre, la escasez de trabajo en la zona no permitía aspirar a una mejor vida.

'Mi papá, precisamente, se fue por darnos una mejor educación a nosotros, por mejorar nuestra calidad de vida. Nuestra situación económica antes de que él llegara a los Estados Unidos era crítica. Con un huevo y unas cuantas tortillas de maíz comíamos todos', relató con voz entrecortada el joven, que en ese momento tenía solo 10 años.

Frustrado y decepcionado, el 24 de mayo de 2004, el padre de Cristian alistó su mochila y dividió a la mitad 1,800 lempiras (75 dólares al cambio actual) que había logrado conseguir, una cantidad considerable en aquel momento. Recordó que le dejó L900 a su madre para la comida de sus hermanos y de él. El resto lo usó para cruzar la frontera a Guatemala, México y el desierto de Arizona, y lograr cumplir el 'sueño americano'.

Contó que cuatro meses después recibieron noticias de su padre: consiguió llegar a los Estados Unidos sano y salvo. Una vez ahí, trabajando de jardinero, logró sacar adelante a su familia en Honduras. Y fue con ese apoyo que Cristian se graduó de bachiller en Ciencias y Letras; sin embargo, su verdadero anhelo era volver a ver y abrazar a su progenitor.

Rio Usumacinta Guatemala

Fue tras su padre, la 'bestia' y la delincuencia, sus primeras pruebas.

Ese deseo de ver a su familia lo llevó, sin importar el peligro, a emprender el viaje más duro de su vida: se fue de 'mojado'.

En agosto de 2017, Cristian recibió una llamada a su teléfono celular con las últimas instrucciones del coyote para comenzar el viaje que lo llevaría a cumplir su deseo más grande, pero que lo marcaría para toda la vida.

Unos meses atrás, su madre y hermana se habían reunido con su padre en los Estados Unidos. Él esperaba conseguirlo también.

'Fue la experiencia más dura que he vivido. Junto con otros amigos conseguimos a una persona que nos llevó a la frontera con Guatemala', contó el hondureño. Esa fue su primera parada.

En Guatemala tuvo que pagar sobornos a los agentes locales para que lo dejaran seguir su trayecto. Semanas después consiguieron llegar a México. En Tenosique, Ciudad de México, se subieron a la 'bestia' y llegaron hasta Coatzacoalcos. En ese momento vivieron su primera pesadilla: los intentaron secuestrar.

'En México nos quisieron secuestrar unos hombres, pero gracias a Dios logramos escapar y seguir nuestro trayecto', narró el hondureño.

La Bestia

La ruta que se debe seguir en ese país está controlada por grupos delictivos que se aprovechan de la vulnerabilidad de los migrantes.

Tuvo que seguir su trayecto escondido en la cabina de un furgón, pero cada vez que se acercaban a los sitios donde se hacen retenes se bajaban para esconderse entre el cargamento.

Recordó que en una de esas ocasiones, junto con sus dos amigos, tuvieron que soportar más de ocho horas dentro de un contenedor. Solo podían respirar mediante un pequeño orificio que habían abierto para ello, por momentos sentían que desmayaban cuando el aire no se filtraba bien.

Por fin lograron llegar hasta el río Bravo y lo cruzaron, pero unas horas más tarde fue apresado por los agentes de Migración. Allí comenzó la etapa más dura de su travesía, fueron víctimas de racismo y desprecio por ser migrantes.

'Tuvimos que cruzar el río Bravo a pie, el agua nos llegaba al pecho. Caminamos por el desierto durante dos noches hasta que Migración nos encontró, estuvimos cerca', expresó Cristian.

Añadió: 'Nos siguieron con helicóptero, perros y patrullas como criminales peligrosos. Corrí desesperado, hasta que resbalé por un barranco de al menos unos 10 metros de altura, eso es lo que recuerdo. Al caer me fracturé la pierna, pero seguí corriendo como pude, luché hasta el último minuto; pero me atraparon. Fue frustrante'.

Hieleras

Purgando penas.

Una vez en custodia los llevaron hasta un centro de detención donde lo metieron a una 'hielera', como él le llama, un cuarto frío que permanece a temperaturas extremadamente bajas. Unos gruesos grilletes amarraban sus pies y manos. Permaneció allí seis días intentando mantenerse vivo. Con tristeza dijo que un salvadoreño, con el que compartía la celda, no lo logró, murió solo con él como testigo.

Asegura que mientras estuvo preso tuvo que 'tomar agua del inodoro y enjuagarme con ella', ya que no había en los lavabos.

'Ellos no tienen piedad con los centroamericanos', denunció.

Contó que la mayoría de los inmigrantes, cuando los agentes les permiten hacer una llamada, se comunican con sus madres. 'Siempre se ponen a llorar al escuchar su voz', es difícil no hacerlo, pero la llamada les da fortaleza para resistir los maltratos que sufren durante el proceso de deportación que puede durar meses.

Cristian esperó cerca de un mes y medio para poder retornar al país, unos días después volvió a intentar cruzar la frontera sin éxito.

Nueva Frontera

Un amor que se fortalece

Ahora, Cristian se dedica a labores del campo para subsistir en un pueblo olvidado de Santa Bárbara, Nueva Frontera, donde asegura que al menos tres personas de cada familia han intentado alcanzar el tan ansiado 'sueño americano'.

'Si se invirtiera más en educación y se invirtiera en empleos todo sería distinto, mi familia estaría unida, pues con una sociedad bien educada la cosa cambia; pero lamentablemente son muy pocas las oportunidades', lamentó el hondureño, que aún no pierde la fe de reunirse con su familia.

'Me fui ilegal, viví un infierno, pero lo volvería a hacer por ver a mi familia', dijo decidido.