25/04/2024
04:38 PM

Una abuelita que se faja como albañil en Santa Bárbara

Desde niña se acostumbró a realizar tareas de adulto, y ahora a sus 53 años todavía se siente con energías.

    Santa Bárbara, Honduras.

    Se colocó su gorra y el chaleco que la identifica como albañil para unirse a los compañeros que están trabajando en la pavimentación de una de las calles de Santa Bárbara.

    El sol está en su máxima intensidad, pero a Luz María Baide, acostumbrada al trabajo rudo, parece no afectarle mientras acarrea mezcla en una carretilla de mano o la riega con la pala.

    Aguijoneada por la crisis económica y con su compañero fracturado de un brazo se vio obligada a buscar trabajo “de lo que fuera”, y lo consiguió en el proyecto de pavimentación que está ejecutando el Gobierno en conjunto con la Municipalidad.

    El jefe de la cuadrilla de albañiles Eulalio Morales le advirtió que el trabajo que estaba solicitando es pesado, y lo hacen solo hombres, pero que si ella se sentía competente para realizarlo, que la contrataba.

    Luz María Baide hace trabajos rudos.

    Desde niña se acostumbró a realizar tareas de adulto, y ahora a sus 53 años todavía se siente con energías, así que decidió tomar la pala y la cuchara para entrarle duro a la chamba de albañil.

    Antes de partir a su trabajo le prepara algo de comer a su compañero René Rivera, quien se queda solo en una casa blanqueada que alquilan en un barrio de la periferia. El hombre, de 80 años, ha tenido que dejar su ocupación como vendedor de frutas a causa de una fractura que se hizo en el patio de esa vivienda.

    A don René lo conoció poco después de separarse de su primer marido con el que procreó tres preciosas hijas, quienes la convirtieron en abuela de seis criaturas cuyas edades son de entre ocho y once años.

    Su vida ha estado marcada por el sufrimiento desde que su madre la regaló a uno de los empleados del hospital de Santa Bárbara a los dos días de haber dado a luz.

    Ahora agradece al hombre que la crió como hija, aunque resiente que no le haya dado ni la educación escolar, a consecuencia de lo cual le ha tocado emplear la fuerza bruta para ganarse la vida.

    El encargado de la obra le advirtió que el trabajo era pesado.

    En vez de ir a la escuela se quedaba en la casa haciendo los trabajos domésticos que corresponden a una persona mayor. Así creció hasta que le tocó enfrentar por su propia cuenta la vida, lavando y aplanchando ropa ajena, incluso pintando casas por contrato.

    Algunos familiares suyos no están de acuerdo en que haya llegado al extremo de empuñar herramientas de hombres, pero ella responde con una frase popular: el trabajo no deshonra a nadie. “La necesidad es jodida y uno tiene que hacerle ‘gancho’ a la vida como sea”, dice la mujer de amplia contextura.

    Los 200 lempiras que gana a diario como albañil le sirven por lo menos para pagar el alquiler de la casita. Su sueño de tener su propia vivienda lo ve muy lejano, aunque abriga la esperanza de ser favorecida por esos programas sociales que desarrollan los Gobiernos.

    Su plan es “reunir unos centavitos para ponerle una chiclera a René”, a fin de que se defienda cuando esté repuesto, mientras ella sigue en la lucha.

    Acá un ejemplo de su dura y noble labor.