La política de tolerancia cero contra los indocumentados en Estados Unidos está generando un gran hueco entre las familias. Al menos 2.000 menores inmigrantes fueron separados de sus padres en la frontera con México en un plazo de seis semanas, informaron las autoridades estadounidenses.
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Entre el 19 de abril y el 31 de mayo, un total de 1.995 menores de 18 años fueron separados de los familiares adultos que les acompañaban, de acuerdo con datos del Departamento de Seguridad Nacional (DHS, en inglés).
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La drástica medida del Gobierno de Trump ha causado indignación en EEUU y el mundo. En tanto, el fiscal general Jeff Sessions se escudó en la Biblia para defender esta política.
'Las personas que violan la ley de nuestra nación están sujetas a enjuiciamiento. Te citaría al apóstol Pablo y su mandato claro y sabio en Romanos 13 de obedecer las leyes del gobierno porque Dios las ha ordenado para que haya orden', dijo Sessions.
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El pasado 31 de mayo, abogados y ONG liderados por la Texas Civil Rights Project pidieron a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA que sus estados miembros tomen acciones contra esta práctica que denominan 'tortura'.
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El hondureño Edilberto García creyó que perdería a su hijo para siempre cuando lo separaron de él en un centro de detención de inmigrantes en Texas. 'Sentí mucho temor', dice.
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Ambos viajaron por tierra desde Honduras para que Kevin, de 17 años, siguiera su sueño de ser mecánico. Con el agua al pecho, cruzaron el Río Grande que separa México y Estados Unidos. Pero la patrulla fronteriza los detuvo el lunes y los separó.
'Ese fue uno de los días más duros para mí, porque sentía que perdía a mi hijo', dice este trabajador textil de 46 años.
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Edilberto y su hijo tuvieron suerte: un tribunal migratorio decidió derivar su caso a Idaho, donde tiene un primo. Y por eso Kevin no fue enviado a un albergue de menores o un campamento.
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Edilberto, Kevin y decenas de indocumentados permanecen en un refugio católico en McAllen, una ciudad pobre, caliente y polvorienta en el casi mexicano sureste de Texas, donde las vitrinas de las tiendas exhiben vestidos de quinceañera y botas de cowboy.
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Voluntarios del refugio Humanitarian Respite Center de McAllen preparan las donaciones que recibirán los inmigrantes que acaban de ser liberados: sopa, fórmula de bebé, artículos de higiene personal y ropa. Mientras, otros voluntarios brindan asesoría legal para los inmigrantes que solicitan asilo en EEUU.
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Los adultos reciben un grillete con GPS en el tobillo y luego son enviados a las casas de sus familiares en Estados Unidos. Cada uno se lleva un sobre con su nueva dirección y el siguiente mensaje en inglés, en caso de que se pierdan: 'Por favor ayúdenme, no hablo inglés. ¿Qué bus tengo que tomar?'.
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Luego, los indocumentados como esta hondureña junto a su hija de 4 años, deberán asistir a sus audiencias migratorias, donde se definirá si reciben el asilo o son deportados de EEUU.
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Con la política 'cero tolerancia', tanto los inmigrantes que entran ilegalmente como quienes lo hacen pidiendo asilo son separados de sus hijos, si bien los segundos no han cometido ningún delito.
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Mientras tanto, la desinformación y la incertidumbre tiñen la vida de los inmigrantes en la frontera como una mancha de tinta que se expande en el papel.