Tener un familiar hospitalizado por COVID-19 en Honduras es sinónimos de angustia, pues aún no existe un medicamento efectivo al 100% para tratar la enfermedad. Más doloroso es el tener que despedirse de las personas que pierden la batalla contra el nuevo coronavirus, pues por protocolos de bioseguridad, solo se permiten pocos familiares en el entierro. Fotos: AFP
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Honduras reportó hasta el sábado 20 de junio 358 muertos por COVID-19 y 12,250 casos de personas contagiadas con la enfermedad.
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Un sepulturero lleva su pala para cavar una fosa para una víctima de COVID-19 en el cementerio Los Ángeles, a 14 kilómetros al norte de Tegucigalpa.
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Día a día se registran varias muertos de personas confirmadas con COVID-19 y otras con sospechas de la enfermedad; para ambos casos el protocolo es el mismo: pocos familiares y el personal del cementerio con equipo de bioseguridad.
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Un familiar ora por su pariente que es sepultado tras morir con COVID-19. En Honduras, al igual que la mayoría de países de América Latina, se acostumbran funerales concurridos con decenas de personas; sin embargo, la pandemia hace más dolorosa la despedida ya que solo un familiar o el círculo más cercano del fallecido pueden estar presentes en la sepultura.
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Varias personas han contratado mariachis para que estos lleven serenatas a sus familiares antes de ser sepultados.
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Serenatas a larga distancia y solo un familiar cerca de la tumba se ven en los entierros de víctimas del COVID-19 en Honduras. Los demás parientes llegan a los cementerios, pero por protocolos no se pueden acercar a la fosa.
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Un hombre pinta una cruz, mientras otros trabajan abriendo fosas para sepultar personas en el cementerio Los Ángeles, al norte de la capital hondureña, Tegucigalpa.
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Los sepultureos han tenido que cumplir con los protocolos de bioseguridad para enterrar a los fallecios con COVID-19.