¿A qué edad puedo comprar a mi hijo su primer teléfono móvil?

Pactar previamente el tiempo de uso puede ahorrar muchas discusiones entre padres e hijos.

  • 27 oct 2020

SAN PEDRO SULA.

Un teléfono móvil es el regalo soñado de cada vez más niños, pero también crece el número de expertos que alzan su voz para alertar sobre sus efectos negativos para los menores. Dos expertos nos revelan las razones por las que no conviene precipitarse en la adquisición de este dispositivo y nos explican cómo saber cuándo es el mejor momento.

Existe el riesgo de que el adolescente acceda a contenidos “que pueden ser contraproducentes para su edad o de que le soliciten información sensible que puede vulnerar el derecho a la intimidad de los demás; la posibilidad de hablar con gente que se pueda hacer pasar por otra persona; comprar con una tarjeta bancaria cualquier cosa sin prestar atención al valor de las cosas…”.

Por todos esos motivos,no se cree aconsejable en ningún caso que un niño tenga móvil propio antes finales de los 12 años de edad o hasta que cumpla los 13. Gabriela Paoli, psicóloga y experta en adicciones tecnológicas, agrega que es fundamental “ver en qué momento se encuentra el niño, es decir, analizar el nivel de autonomía que tiene frente a los estudios o al deporte, tener en cuenta su personalidad, si sigue hábitos de higiene y alimentación, si es ordenado y cuidadoso con sus juguetes… Todo eso nos dará pistas sobre si es o no el momento adecuado”. En todo caso, recuerda que muchos expertos consideran los 16 años como la edad más adecuada.

Efectos negativos de los smartphones en menores
De Cubas recalca que desde la aparición de los smartphones hasta la actualidad ya se han demostrado algunas consecuencias del mal uso de estos dispositivos sobre el comportamiento y la motivación. Estos son algunos de ellos:

-Ausencia de control del tiempo.
-Impulsividad y agresividad verbal.
-Sobrepeso u obesidad por conducta sedentaria.
-Aislamiento social y familiar.
-Los niños dejan de hacer actividades propias de su edad, como pintar, construir, jugar al aire libre…

El psicólogo hace hincapié en la idea de que un niño, cuando está jugando, “desarrolla la imaginación, la creatividad, el lenguaje, la simbología, la percepción de las cosas a través de los sentidos, las habilidades sociales y personales, etc”. Este tipo de habilidades del pensamiento creativo y la imaginación “son claves para que una persona encuentre diversas soluciones a las adversidades que la vida le va poniendo por delante”

Cuando se deja a un niño un móvil, “su cerebro presta atención exclusiva a un contenido guiado por la aplicación que esté utilizando, donde todo le viene dado y donde puede aprender cosas que ya están configuradas de una forma determinada”.

De Cubas anima a los padres a ser razonables: “Podemos dejar que nuestro hijo menor de 12-13 años juegue con un smartphone, pero este no puede ser el único entretenimiento con el que pase su tiempo de ocio”.

Paoli alude a los estudios e investigaciones que plantean que aquellos adolescentes que más participan o consumen ocio digital, mantienen horas de conversaciones por grupos de WhatsAsapp, miran vídeos, etc., “al estar expuestos a una estimulación rápida y de alta intensidad, tienen mayores dificultades para ponerse a estudiar, concentrarse y memorizar, organizarse y planificar sus estudios”.

Cómo saber si el adolescente está preparado
De Cubas explica que la madurez de un niño o adolescente se puede apreciar “en la medida que sepa expresar sus sentimientos, cuando sepa asumir su responsabilidad ante los errores que pueda cometer, cuando sea un ejemplo para sus hermanos, cuando no haya que ir detrás de él o ella para que haga las tareas que tiene establecidas…”.

El psicólogo ofrece ejemplos del día a día que pueden ayudar a constatar que un menor no está totalmente preparado para asumir la responsabilidad que representa utilizar un smartphone:
-Un niño que olvida apuntar los deberes y espera que su mamá o su papá le solucione la papeleta a través del grupo de Whatsapp del cole.
-Un preadolescente que deja su mochila después de hacer deporte para que su mamá o su papá le saque la ropa y la lleve a la lavadora
-Un niño que, como sus amigos no quieren jugar con él, se lo comunica a su profesor para que intervenga y les diga lo que tienen que hacer.

No ceder al chantaje emocional
“Papá, mamá, soy el único de la clase que no tiene móvil. Me voy a quedar aislado”. ¿Qué podemos hacer y decir ante esta presión que ejercen los niños. El experto del Hospital Casa de Salud tiene claro que estamos “ante un chantaje emocional que hijos e hijas utilizan contra sus padres y madres con demasiada frecuencia”. Considera que en estos casos “es importante entender el sentimiento que el niño esconde detrás de manifestaciones de este tipo, como es el hecho de basar su felicidad en la comparación con lo que ocurre a su alrededor”.

En esta situación es importante no dejarse arrastrar “por el consumismo sin pararnos a pensar si realmente es lo adecuado para nosotros o nuestra familia”. Es aconsejable “reflexionar sobre nuestras actuaciones durante el proceso de educación, precisamente para detectar aquellas situaciones en las que probablemente nos hemos dejado llevar por los caprichos e intereses de los niños”.

En definitiva, saber decir no es una “habilidad muy valiosa que muy pocas personas ponen en práctica de un modo asertivo”. Ante la presión que un hijo ejerce por obtener determinadas cosas, “habrá que tener en cuenta los principios y valores en los cuales se sustenta la educación de esa familia y, en concordancia con ellos, será más fácil tomar decisiones ajustadas a la realidad”.

Pactar el tiempo de uso
Nuestro hijo ya tiene más de 13 años y una madurez suficiente. Decidimos comprarle un móvil. ¿Y ahora qué? El siguiente reto es conseguir que haga un uso adecuado del dispositivo. Para ello, Paoli cree conveniente “pactar previamente, antes de dar un móvil a nuestros hijos, el tiempo de uso”. Anticiparse a este problema es fundamental para “evitar verdaderas batallas y un clima tenso en casa cada día”.

La experta aclara que no se trata de “caer en el reduccionismo de que la solución a este punto puede encontrarse en las aplicaciones que existen para controlar el acceso a internet, o bien en un tipo de contrato que controle el consumo de datos”. En otras palabras, no es una cuestión de tecnología, sino de educación. Es consciente de que muchos padres pensarán que “intentar dialogar y razonar con los hijos cae en saco roto y no se obtiene un resultado”. Sin embargo, considera que existe “la obligación de mantenerlo, además de la responsabilidad. Al final, sin duda, el mensaje irá calando”.

Una opción para evitar que el tiempo se convierta en un conflicto diario puede ser “firmar un contrato sobre las buenas prácticas a tener en cuenta y dejar también pactadas las consecuencias que acarreará su incomplimiento”.