23/04/2024
10:06 AM

'Los medio sepultaron; sus botas se salían de la tierra”

Alba Murillo (de 66 años) recuerda la guerra entre Honduras y El Salvador.

San Pedro Sula, Honduras.

Las memorias de los civiles que padecieron el conflicto que bañó de sangre las fronteras de Honduras y El Salvador resurgen medio siglo después.

Por cuatro días, del 14 al 18 de julio de 1969, la guerra de las 100 horas cobró la vida de más de 5,000 personas y dio inicio a un distanciamiento de los países hermanos que duró más de una década.

El 20 de julio de hace 50 años entró en vigor la negociación que dos días antes había hecho la Organización de Estados Americanos (OEA) donde exigió a los salvadoreños desalojar Honduras. En los primeros días de agosto, las tropas se retiraron.

MEMORIA. El fotográfo Raúl Morales, de LA PRENSA, captó para la edición del 14 de julio de 1970 a Alba Murillo (entonces de 17 años) con Hilda Cardona mostrando dónde encontraron despojos de soldados un año después de la guerra. Luego de medio siglo, Murillo mira el álbum de recortes de los diarios de la época que hizo su madre.

Mientras Ocotepeque estaba tomado por el Ejército de El Salvador, cientos de familias encontraron refugio en escuelas y lugares comunitarios del occidente hondureño y Guatemala.

Inundación
El 7 de junio de 1934, el río Marchala, que nace de la reserva biológica El Pital, dejó caer su furia sobre unos 4,000 habitantes de Antigua Ocotepeque.

Las noticias del cese de la guerra motivaron a los pobladores a retornar a sus hogares. Entre aquellas familias de Nueva Ocotepeque estaban los Murillo Cantoral, quienes volvieron el 9 de agosto.

“Cuando llegamos a Ocotepeque, nos causó gran impacto ver la casa por fuera llena de balazos y por dentro todo destruido. Lo que no se llevaron, lo hicieron pedazos. La ciudad era una pestilencia”, relata Alba Murillo (de 66 años), la tercera de cinco hermanos.

En un breve recorrido por el municipio, visitaron el cementerio que estaba convertido en una fosa común. “Habían medio sepultado a los muertos, ni siquiera los habían enterrado bien. Recuerdo que sus botas se salían de la tierra”, relata la ocotepecana.

TERROR: “Aquí pasaron los ángeles del infierno”, estaba pintado en el muro de una casa de Ocotepeque tras la guerra de las 100 horas. Otras viviendas quedaron hechas ruinas por el conflicto.

Murillo tiene muy presente la imagen de cartas personales y otros documentos tirados en las calles de una ciudad apenas reconstruida 34 años antes tras la inundación del río Marchala que destruyó todo, menos la iglesia.

Al año de la guerra, LA PRENSA visitó Ocotepeque y en un reportaje publicado el 14 de julio de 1970 evidenció que la ciudad se había recuperado paulatinamente. “Sus lugares públicos lucen alegres y sus gentes más comunicativas y despreocupadas”, describía el pie de una fotografía de Raúl Morales del parque.

Pese a ello, las heridas del conflicto aún estaban abiertas. Para la conmemoración del primer año, los pobladores aún encontraban restos mortales de los soldados en las calles del municipio.

CONMEMORACIÓN. Un año después de los cuatro días del combate sangriento entre los países hermanos, los lugares públicos de Ocotepeque volvían a lucir alegres, señalaba un artículo de LA PRENSA del 14 de julio de 1970. Pese a ello, aún había una gran cantidad de restos humanos que no habían sido identificados en fosas comunes.

En una de las fotografías de Morales aparece Alba Murillo (entonces de 17 años) e Hilda Cardona señalando el lugar donde descubrieron los despojos de dos soldados, que no se sabía si eran hondureños o salvadoreños.

Los recortes del diario de la época están guardados en un álbum que hizo su madre Alba Clementina Cantoral (QDDG) como una memoria gráfica de las horas sangrientas que marcaron la vida de todos los ocotepecanos.

“Para todas las familias del municipio, nada volvió a ser lo mismo. La guerra fue un antes y un después; nunca debió haber ocurrido”, sentencia Murillo.

Alba Murillo (quinta en la foto) en 1973 junto con sus hermanas y amistades en el parque de Ocotepeque.