18/04/2024
12:02 AM

'Los cañones de los rifles echaban humo bajo la lluvia”

Reunidos en la 105 Brigada, adonde funcionó el Tercer Batallón de Infantería, los viejos combatientes revivieron la historia.

San Pedro Sula.

Los muchachos que hace cincuenta años fueron llamados al frente de batalla y lograron sobrevivir a la pólvora del contrario se reencontraron la semana anterior en los predios de la 105 Brigada Militar de Infantería para recordar sus hazañas.

Llegaron, unos con el cabello cano y otros sin cabellera, pero todos animados como cuando se subieron a los camiones militares que partieron de esos mismos predios hacia la frontera traspasada por el enemigo.

El grupo de cipotes, como ellos mismos se consideran, estaba encabezado por el presidente de la Asociación de Veteranos de Guerra de Honduras, sección de San Pedro Sula, Arnulfo Zúñiga.

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sobrevivientes de la guerra, tanto del frente de occidente como del frente sur, formaron la Asociación de Veteranos de Guerra de Honduras.

No estaban todos los que fueron al combate. Faltaban los que ofrendaron sus vidas por la patria, otros que murieron de viejos y los que no pudieron llegar por diferentes razones. Fotos Franklyn Muñoz.

Este recordó los hechos bélicos con toda claridad como si hubiesen sido ayer, a veces sonriente a veces nostálgico. “Al hablar ahora sobre esto todavía me causa escalofríos. Recordar lo que pasamos ahí en el campo de batalla, solo quien estuvo en ese momento peleando sabe cómo fue. Los soldados que teníamos enfrente venían con la misión de arrasar con todo y nosotros teníamos la misión de defender nuestra patria y no dejar pasar al enemigo”, recordó.

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David Cardoza, otro de los excombatientes, llegó con su uniforme de militar de aquel entonces, pero aclaró que no era el de combate, sino el que usó en la ceremonia de reconocimientos después de la guerra.

Cojeaba levemente a causa de un balazo que recibió en el combate librado en San Rafael de las Mataras, Ocotepeque. “La bala me penetró por la pierna derecha y me salió en la nalga”, dijo con un gesto más de orgullo que de lamento.

La flota de Corsarios jugó un papel heroico al atacar puntos estratégicos.

Otro de los que sobrevivió a la guerra fue Juan Ramón Madrid que ahora lucha contra el gorgojo descortezador en El Merendón como representante de un programa municipal.

Confesó que tuvo temor de no regresar con los suyos cuando viajaba en una unidad del Tercer Batallón de Infantería para enfrentarse a desconocidos que, en lo personal, no le habían hecho ningún daño. “Era como ir a pelear a sangre fría con un enemigo fantasma”, dijo Madrid.

El coronel Ricardo Luque y Arnulfo Zúñiga ven un antiguo ejemplar de LA PRENSA

Cuando, siendo adolescente, dejó las tareas de labranza en Copán para trasladarse a la costa norte con un morral de ilusiones, Madrid no se imaginó que su destino sería el frente de guerra.

Tenía ocho meses de soportar los rigores del servicio militar obligatorio cuando estalló el conflicto bélico con el vecino país que daría otro vuelco a su vida.

Muestran un póster con gráficas de lo sucedido y de héroes caídos.

Las risas, bromas y palmadas de aliento que recibió de amigos y familiares que llegaron a despedirlo al Tercer Batallón se fueron transformando en sentimientos de angustia y temor a medida que el camión militar avanzaba hacia lo desconocido por la carretera de occidente. En ese tiempo el Tercer Batallón funcionaba donde hoy es la 105 Brigada.

Tormenta de granadas.

El miedo le heló los huesos más que el frío de El Portillo de Teotecacinte que les dio la bienvenida la madrugada de un domingo, al llegar a los linderos de la zona de combate en Ocotepeque.

Era natural que lo invadiera aquella ansiedad extrema como al resto de sus compañeros, si veía de cerca la muerte, según dijo. Lo vergonzoso hubiese sido que saliera huyendo cobardemente, dejando botado su fusil, como hizo un subteniente que en el batallón infundía miedo y cuyo nombre no reveló por ética. “Teníamos órdenes de disparar contra el compañero que desertara de la línea de combate, pero a él no lo vimos, si no quién sabe qué hubiera pasado. Lo que supimos es que después de la guerra lo castigaron conforme al reglamento militar”, comentó.

Ya habían bajado a pie de El Portillo a la planicie de Ocotepeque cuando recibieron una tormenta de granadas y obuses lanzados con artillería de largo alcance, que caían hasta en las casas abandonadas. Mientras tanto, la tropa hondureña trataba de defenderse con fusiles M1 y 75 milímetros en una lucha desigual que terminó al caer una lluvia por la tarde. “Nuestras armas hacían humo al caerles el agua a los cañones calientes de tanto disparar”, recordó Madrid.

Después de que los oficiales ordenaron la retirada hubo tanto desconcierto que muchos soldados se perdieron en la noche y algunos de ellos fueron a dar a Guatemala por el paso de Agua Caliente. Al día siguiente, el comandante José Ernesto Zepeda mandó a colocar panes con queso en la orilla de los caminos para que los soldados extraviados los recogieran cuando pasaran buscando reagruparse, como finalmente lo hicieron.

Madrid dice que 44 compañeros cayeron abatidos entre esta batalla y la de Las Mataras, entre ellos los suboficiales Alex Edgardo Alanís y Miguel Ángel Bonilla.

Voluntarios, entre ellos, Rubén Solano, Arturo Rendón Pineda y Luis Elvir.

Después de que terminó la guerra persistió la psicosis entre los que quedaron resguardando la frontera.

Cuenta Madrid que una noche vieron una sombra que se movía en el campamento y como nadie respondió a la pregunta “quién vive” le dispararon. Resultó ser una vaca perdida que devoraron al día siguiente.