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Un cementerio de héroes para combatientes de la guerra de 1969

  • 11 julio 2019 /

Al menos 78 soldados hondureños muertos en la guerra contra El Salvador de 1969 tendrán, 50 años después, un camposanto donde difícilmente serán olvidados.

    Ticante, Honduras.

    Al menos 78 combatientes de Honduras que murieron en la guerra contra El Salvador de 1969 tendrán, 50 años después, un cementerio de héroes que será inaugurado el próximo domingo en Ticante, departamento de Ocotepeque, uno de los teatros de operaciones durante este enfrentamiento de 100 horas que distanció por 11 años a los dos países centroamericanos.

    El cementerio de héroes, con pequeñas lápidas, se ha levantado por iniciativa de un excombatiente hondureño, el sargento primero Maximiliano Arita, quien reside en Nueva Ocotepeque, cabecera departamental, y es fiscal de la Asociación de Veteranos de Guerra de Honduras, que integran más de 2,000 miembros.

    Memoria. El excombatiente hondureño Maximiliano Arita en el cementerio de héroes, en Ticante, Ocotepeque. EFE
    El sitio recordará a 78 soldados, clases y oficiales, 61 muertos en combate en Ticante y 17 en San Rafael de las Mataras, hasta donde llegaron las tropas salvadoreñas en su incursión por Ocotepeque, región fronteriza con El Salvador, explicó Arita mientras mostraba el cementerio acompañado de varios cabos y sargentos que combatieron en esa guerra que se inició el 14 de julio de 1969.

    Para saber
    El conflicto erróneamente en el mundo fue conocido como “La guerra del fútbol”, porque se produjo después de una eliminatoria para el Mundial de México 1970, al que clasificaron los salvadoreños.

    Tras 50 años de aquel conflicto, Maximiliano Arita se sigue preguntando “¿por qué se fueron a la guerra dos pueblos hermanos?”.
    La historia. Arita, enfundado al igual que sus compañeros en fatiga verde olivo del Ejército, recordó que en Vieja Ocotepeque el ataque de las tropas salvadoreñas comenzó con el disparo de un obús que tenían en su “centro direccional de tiro en el cerro Cayaguanca”.

    El primer blanco de los disparos fue la ciudad de Antigua Ocotepeque, que en junio de 1934 había sido destruida por una descomunal inundación del río Marchala, por lo que sus habitantes levantaron un año después, a pocos kilómetros de ahí, la Nueva Ocotepeque, que también fue sitiada por los militares salvadoreños.

    Dos pueblos hermanos se enfrascaron en una guerra que no tenía que haber sucedido

    Maximiliano Arita, fiscal de veteranos de guerra

    Ese obús nosotros nunca lo habíamos escuchado, su estruendo fue grande y empezó desde ahí la metralla, la fusilería y las baterías también de artillería”, recuerda Arita.

    Añade que los militares salvadoreños “tenían un plan de defensa que se llamaba ‘Yunque y martillo’, una operación de ablandamiento, digamos que con el yunque golpeaban y con el martillo remataban”.

    Los salvadoreños entraron con unas brigadas de infantería por los flancos, mientras que los hondureños estaban situados en otra línea al pie del cerro San José.

    Pero estratégicamente los hondureños estaban “mal ubicados”, en desventaja, dejando libres las partes altas de los cerros, que fue por donde el enemigo entró “en un fuego envolvente”.

    Artillería. El contingente hondureño en Ticante era la “primera línea”, que desde junio se había concentrado en el sector ante las provocaciones salvadoreñas antes del 14 de julio.

    “Fuimos retrocediendo a una segunda línea, hasta llegar a la tercera, que fue la final y se llamó línea de defensa general Francisco Morazán”, indicó Arita.

    Dijo además que en equipo bélico y tropas los hondureños fueron “inferiores”, además, “nosotros teníamos armamento y munición de la Primera y Segunda Guerra Mundial, fusiles Mauser. El más moderno era un M1, morteros 60 y muy raramente morteros 81 milímetros”.

    En contraste, El Salvador estaba armado con fusiles G3, de origen belga, y obuses de 120 y 105 milímetros, entre otros pertrechos.

    Durante el conflicto, versiones de la prensa local y de El Salvador indicaban que el objetivo de la columna invasora que avanzaba por el departamento de Ocotepeque era cruzar todo el occidente hasta llegar a Puerto Cortés, en el Caribe hondureño, quizá desconociendo que Honduras, pese a sus múltiples limitaciones de logística, enviaba refuerzos por vía aérea hasta Santa Rosa de Copán, de donde se desplazaban por tierra hasta Ocotepeque.

    El conflicto finalizó el 18 de julio de 1969 con la mediación de la Organización de Estados Americanos (OEA), en un ambiente de falso triunfalismo en los dos países, alentado por periodistas de ambos lados que, con algunas excepciones, durante la guerra también exacerbaron los ánimos entre los dos pueblos.

    En Ticante, también se levanta una estatua en honor al “soldado desconocido” que fue encargada en 1970 por la Asociación de Esposas de Oficiales de las Fuerzas Armadas, en una hermosa plaza, con muchos árboles, y en la que Arita y sus compañeros excombatientes también inaugurarán una capilla.

    El cementerio, frente a la capilla, era un sueño de Arita porque la mayor parte de sus 78 compañeros muertos “están enterrados en una fosa común en el Cementerio General de Nueva Ocotepeque, olvidados por autoridades pasadas y presentes”.

    Las 78 pequeñas lápidas en forma de arco, con dos fusiles cruzados y un casco, y su nombre grabado al pie, son obra de Carlos Valle Larios, un escultor autodidacta natural de Ocotepeque, quien con su familia fue prisionero de guerra en 1969 en ese sector.