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El auge de Perú amenaza su riqueza arqueológica

  • 11 septiembre 2014 /

La expansión inmobiliaria, minera y de infraestructura tras años de bonanza económica daña el patrimonio cultural.

Lima, Perú.

Durante 4.000 años, las pirámides de un complejo ar­queológico en Lima sobrevivieron terremotos, conquistadores espa­ñoles y hasta una revolución san­grienta. Pero poco pudieron hacer contra las inmobiliarias que tra­tan de aprovechar el auge econó­mico de Perú.

El mes pasado, varios fiscales presentaron cargos contra el due­ño de dos inmobiliarias que, se­gún las autoridades, destruyeron en 2013 una pirámide de seis me­tros con una retroexcavadora en la huaca El Paraíso, y que planeaba hacer lo mismo con otras tres para construir viviendas.

Los arqueólogos señalan que incidentes como ese destruyen cada vez más el patrimonio cul­tural de Perú, que incluye el im­perio inca, uno de los más gran­diosos del mundo, y varias otras civilizaciones destacables.

El rápido ascenso de la econo­mía moderna, sostienen, choca con los restos de sociedades mi­lenarias de tal manera que mini­miza los saqueos que por mucho tiempo han vandalizado las ruinas peruanas. “Yo creo que ahora es mucho más grande que el proble­ma de los saqueos”, dice Walter Alva, un arqueólogo peruano que ha realizado algunos de los des­cubrimientos más importantes de los últimos 30 años en el país. “Es muy difícil compatibilizar la protección del patrimonio con el interés económico”.

Durante la última década, Perú ha registrado un crecimien­to anual promedio de más de 6%, el más acelerado de Sudaméri­ca. La inversión extranjera en este país rico en minerales pasó de US$1.600 millones en 2004 a US$10.000 millones en 2013. Con­forme la clase media impulsó la demanda de viviendas y automó­viles, la tasa de pobreza cayó de casi 60% a 24%.

No obstante, la protección de fortalezas y pirámides andinas se ha quedado atrás, dicen funciona­rios y arqueólogos, que en parte culpan a un presupuesto para la arqueología que apenas llega a los US$7,3 millones.

Menos de 20% de los 14.000 si­tios arqueológicos en la base de datos del Ministerio de Cultura han sido mapeados por el gobier­no para determinar sus límites precisos. Sólo 133 sitios han sido incluidos en un catastro de tierras que les otorga mayor protección.

Las Líneas de Nazca, los enor­mes jeroglíficos marcados en el desierto al sudeste peruano hace 2.000 años, han sido dañadas por la urbanización, la minería informal y la construcción de carreteras. El Ministerio de Cultura planea pre­sentar al menos 10 denuncias pe­nales contra los responsables.

Arqueólogos que estudian el complejo fortificado de Chankillo, que alberga un observatorio solar de 2.300 años de antigüedad y que se ubica unos 400 kilómetros al norte de Lima, han luchado contra minas de oro informales y carre­teras construidas por agricultores de espárragos que destruyeron parte de un cementerio prehis­tórico, cuenta el arqueólogo Iván Ghezzi, que encabeza la investiga­ción en Chankillo y cree que al me­nos 30 sitios arqueológicos están cubiertos de espárragos.

Más de 190 kilómetros al norte de Lima, el complejo de Cerro Colo­rado, parte de la civilización Caral- Supe, la más antigua de América, fue dañado en 2012 por la minería y la construcción de carreteras. El gobierno ordenó a la empresa que dejara de operar en la zona tras los pedidos de los arqueólogos.

Los defensores de la preser­vación de la historia peruana insisten que los daños a estos y decenas de otros sitios son irre­parables. “Es como quemar un libro que nunca más nadie va a leer”, asevera Ruth Shady, una arqueóloga peruana y experta en la civilización Caral-Supe. “Estás perdiendo la información que el libro contiene”.

Proteger el patrimonio cultural es un desafío global. El año pasado, una pirámide maya fue arrollada con una excavadora en una cons­trucción en Belice. Sitios prehis­tóricos han sido tan dañados por la guerra civil en Siria que Nacio­nes Unidas describe la situación como una “hemorragia cultural”. Arqueólogos dicen que el robo de antigüedades en Grecia ha aumen­tado después de que los recortes de gastos a raíz de la crisis económi­ca dejaron desprotegidos algunos complejos arqueológicos.

En Perú, el clima seco de la cos­ta ayudó a preservar un rico te­soro de textiles de miles de años de antigüedad hechos de alpaca, vicuña y algodón, así como cerá­micas coloridas y joyas bañadas en oro. Eso ha sido un imán para los arqueólogos que han acudido en masa a Perú desde la época de Hiram Bingham, el explorador es­tadounidense al que se le atribuye el descubrimiento de la ciudadela inca de Machu Picchu en 1911. Sin embargo, es un obstáculo para las inmobiliarias que enfrentan retra­sos burocráticos.

Contugas, una filial del colom­biano Grupo Energía de Bogotá, afirma que se topó con 10 sitios ar­queológicos cuando construía un gasoducto de casi 300 kilómetros para transportar gas natural a la ciudad de Ica, en el sur de Perú. El proyecto, que se completó en abril, tuvo un retraso de 200 días debido a solicitudes del gobierno para que esquivara las zonas ar­queológicas, dijo un vocero de la empresa.

Los arqueólogos señalan que nuevos proyectos de inversión, entre ellos un gasoducto de casi 1.000 kilómetros que será cons­truido por la brasileña Odebrecht y la española Enagás, afectarán decenas de sitios arqueológicos. “Están enfrentando un reto increí­ble”, reconoce Luis Jaime Castillo, un arqueólogo que es viceminis­tro de Patrimonio Cultural e In­dustrias Culturales del Ministerio de Cultura.

Las compañías deben contar con un arqueólogo en el lugar para excavar y recuperar los objetos y tumbas para protegerlos en casos en que no es posible detener o al­terar el proyecto, pero eso causa retrasos. El Ministerio de Cultura dice que está en busca de un equi­librio entre la protección del pa­trimonio y asegurarse de que la arqueología no sea un obstáculo para el desarrollo.