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La inflación ahoga el auge de la exportación de vinos en Argentina

  • 10 agosto 2014 /

Los aumentos de costos están restando competitividad al sector vitivinícola.

Mendoza, Argentina.

Por años, José Manuel Ortega exportó un tipo de Malbec de su viñedo en las faldas de la Cordillera de los Andes que los ca­tadores estadounidenses calificaron de “tinto taciturno” con “un sabor monumental”.

Pero hace poco detuvo la producción de la lí­nea Massimo de sabor frutal y color granate. En medio de la galopante inflación argentina, los costos de la mano de obra se están yendo por las nubes, y Ortega ya no generaba ganancias de sus botellas más económicas, cuyos precios al por menor van de US$9 a US$12. La recesión que golpea desde las automotrices a las inmo­biliarias no ha discriminado a esta industria nicho del oeste de Argentina.

Ortega, que fundó el Grupo Bodegas y Viñedos O. Fournier en 2000, aún vende su vino premium Alfa Crux, en honor a las es­trellas de la constelación Cruz del Sur que alumbran el Hemisferio Austral. Pero, dijo Ortega, se vieron obligados a dejar de pro­ducir los vinos más baratos. “Cuando la si­tuación mejore, podemos volver a esos pro­yectos”, sostuvo.

Este ex banquero de inversión de 46 años llegó a Argentina desde España después de ver el potencial extraordinario para los vinos en los suelos pedregosos y arenosos y los cielos claros del Valle de Uco. Pero ahora se encuentra entre los cultivadores perjudicados por una tasa de inflación que algunos economistas colocan en cerca de 40% anual.

El sector vitivinícola de Argentina ha sido una historia de éxito. La demanda internacio­nal de sus Malbec de buena calidad pero bara­tos impulsó el crecimiento del sector durante casi una década, para convertir a Argentina en el quinto mayor productor en 2011, según la Organización Internacional de la Viña y el Vino. Pero los ingresos por exportaciones ca­yeron 5% el año pasado respecto de 2012, a US$877 millones, según la organización Bo­degas de Argentina. En ese mismo periodo, el volumen de vino exportado bajó 14% a medida que los proveedores argentinos encontraron que era más difícil competir y seguir generan­do ganancias.

Este año también ha sido gris. Según Bo­degas de Argentina, un grupo del sector, las exportaciones de vino fraccionado (botellas, envases de cartón y otras presentaciones in­dividuales) cayeron 5,5% a 77 millones de li­tros en los primeros cinco meses de 2014. Se­gún el gremio, las ventas al exterior de estos vinos cayeron 3,6% en el periodo, a US$301 millones. El volumen de exportación a Esta­dos Unidos, el mayor mercado para Argenti­na, descendió casi 8%.

“No se debe al vino o al manejo de sus marcas”, dice Stephen Rannekleiv, un ana­lista de vinos y licores de Rabobank Group. “El tema de la inflación está realmente fuera de su control”.

El vino ha sido más golpeado que produc­tos agrícolas como la soya porque la cosecha de uvas requiere una mano de obra intensa. Los costos de los productores, dicen los ana­listas, han subido al menos 100% en los últi­mos cuatro años.

Eso se traduce en menos botellas de vino argentino barato en los restaurantes y licore­rías en EE.UU. y Europa. “Las personas quie­ren algo económico para la noche”, dice Víctor Márquez, gerente de Beverage Depot en Dallas. El ejecutivo cuenta que por años, las botellas de Malbec de US$8,99 eran una elección popular, “pero en este momento, no tenemos ninguna en las estanterías”.

Uno de los viñedos más antiguos de Argen­tina fue fundado por los jesuitas en el siglo XVI para hacer vino para la misa, según Ian Mount, autor de un libro sobre el sector vitivinícola argentino, titulado The Vineyard at the End of the World (algo así como ‘El viñedo en el fin del mundo’). Luego, un agrónomo introdujo los vinos Malbec al país, y los productores des­cubrieron que las uvas cosechadas en la par­te occidental seca de Argentina tenían menos riesgo de contraer hongos, lo que permitió un florecimiento de la producción.

“Es uno de esos países donde (el vino) es prácticamente considerado una categoría de alimentos”, dice Mount sobre Argentina.
En los años que siguieron a la cesación de pagos de Argentina en 2001 y a la devalua­ción de su moneda, inversionistas audaces se volcaron a la región vitivinícola. Muchos cultivadores encontraron una ventaja en re­cibir dólares por sus exportaciones de vino a EE.UU. mientras cubrían sus costos con pe­sos argentinos débiles. Aunque hay muchos vinos argentinos de alta calidad y precios al­tos, los exportadores se forjaron un camino en el mercado estadounidense al promover Malbec y mezclas como productos superiores a precios bajos.

Pero ahora esa estrategia impide cobrar más a los consumidores. “Ellos mismos se pu­sieron contra la pared porque la gente espera que la mayoría de los Malbec cuesten menos de US$20”, dice Kathleen Smith, encargada de adquisición de vinos para la tienda de licores Castle Wine & Spirits, en Connecticut.

Mendoza, una ciudad de 1,8 millones de habitantes, vive de la industria vitivinícola. Hoteles y restaurantes apuntan a los turistas que llegan por la bebida. Botellas de vino de seis metros adornan un parque en las afueras del pueblo en honor al corazón de la región.

“La gente aquí invirtió bastante y traba­jó duro, y está frustrada con la situación”, dijo Juan Carlos Pina, gerente de Bodegas de Argentina.

Michael Evans, cofundador de The Vines of Mendoza, un viñedo que vende parcelas a personas que quieren probar con la produc­ción de vinos, dice que hace poco redujo las exportaciones, incluyendo botellas de Mal­bec de US$18, debido al alza en los costos de mano de obra. “Acabamos de darles un aumento de 15% a nuestros trabajadores, y con eso apenas cubren la inflación de este año”, dice Evans, quien conservará las bo­tellas y esperará un momento más rentable para exportar.

Encontrar un público en el mercado nacio­nal argentino es difícil. Aunque los argentinos están acostumbrados a digerir aumentos de precios, están apegados a sus marcas y a los nuevos se les hace difícil ganarse un espacio.

En un intento por aliviar la presión de la inflación, algunos viñedos están exportando más vino al por mayor, para ser embotellado por distribuidores internacionales, donde los costos son menores. Pero los productores más pequeños generalmente no tienen la infraes­tructura y los contactos para recurrir a esa es­trategia, dicen los expertos locales.

Algunos han estado invirtiendo más en el lado turístico del negocio. O. Fournier tie­ne un restaurante de lujo en su viña. Ortega también vende parcelas en sus tierras de hasta US$170.000 la hectárea, dándoles a los com­pradores la oportunidad de producir su propio vino o construir una casa de veraneo.

Pero mientras daba un tour de la bodega de su propiedad, que contiene barriles de roble de 120 años, Ortega recalcó que su pasión era el vino. Dice que él, al igual que otros productores, tiene la esperanza de que una vez que finalice el mandato de la presidenta Cristina Fernán­dez de Kirchner el próximo año, habrá nuevas políticas económicas para aliviar la inflación y atraer la inversión extranjera directa.

“Espero que una política económica más coherente beneficie a nuestro sector”, dice. “Claro, Argentina produce mucha soya, pero la gente no va a un lugar de sushi y dice: ‘¡Esta es soya argentina de gran calidad!’ Con las exportaciones de vino, en realidad estás creando una marca país en el exterior”.