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Rio de Janeiro también siente la caída del imperio de Eike Batista

  • 15 enero 2014 /

El hospital Pro Criança Jutta Batista es un nuevo centro médico para niños con problemas cardíacos.

RIO DE JANEIRO, Brasil

El hospital Pro Criança Jutta Batista es un nuevo centro médico para niños con problemas cardíacos. Sigue teniendo olor a pintura fresca y sus pisos blancos resplandecen. Pero sus amplios pasillos están en silencio y el plástico cubre los equipos médicos de última generación, a pesar de contar con una lista de niños de escasos recursos que requieren cirugía.

El hospital cerrado es otro legado de la caída del magnate brasileño de materias primas Eike Batista, cuyo imperio petrolero y de construcción de buques se desplomó el año pasado en la mayor quiebra de una empresa en la historia de América Latina.

Batista pagó unos US$15 millones, cerca de la mitad del costo total, para ayudar a construir el hospital, que lleva el nombre de su difunta madre. Pero desde que empezaron sus apuros financieros, el flujo de dinero hacia el hospital ha disminuido significativamente y se necesitan US$7 millones adicionales para empezar a operar. “Estoy segura de que si Eike pudiera ayudar, ese hospital no estaría cerrado”, señala Rosa Celia Pimentel Barbosa, fundadora del hospital. “Pero no le pediría más dinero. Él dio todo lo que había prometido e incluso más de lo que le pedimos”.

El declive del magnate —que habría perdido unos US$30.000 millones en los últimos dos años— ha afectado a inversionistas de renombre, incluyendo el mayor fondo de bonos del mundo y los principales bancos brasileños. Pero también ha aquejado a personas de menores recursos, incluyendo algunas en Rio de Janeiro, la segunda ciudad más grande de Brasil y el hogar adoptado por el empresario.

Batista emprendió un puñado de proyectos locales que van desde el hospital infantil, que espera destinar un tercio de sus camas a familias que no pueden costear un seguro de salud, hasta la limpieza de una laguna en el corazón de la ciudad. También remodeló hoteles históricos, compró equipos y vehículos para la policía carioca y patrocinó un equipo de voleibol.

En un país con poca cultura de filantropía, al extravagante ex piloto de carreras de lanchas le gustaba comentar que no sólo quería convertirse en el hombre más rico del mundo y de Brasil, sino también en el más generoso.

No todos estaban contentos con su labor filantrópica. “Daba a la caridad dinero que pertenecía a los accionistas y tenedores de bonos”, dice el inversionista Aurelio Valporto, que tiene intención de demandar a Batista este mes. “No era su dinero. Se lo dimos para que invirtiera en la producción de la empresa”. Valporto sigue teniendo acciones de la empresa petrolera de Batista.

Batista declinó ser entrevistado para este artículo.

Ahora, en un momento en que la ciudad esperaba lucir sus mejores galas de cara al Mundial de Fútbol de este año y los Juegos Olímpicos de 2016, muchos de los proyectos que Batista respaldó están en pausa. “Rio perdió y Brasil perdió”, dice Julio Bueno, secretario de Estado de Desarrollo Económico, Energía, Industria y Servicios de Rio de Janeiro.

La construcción de una nueva sede local de la Unidad de Policía Pacificadora de Rio, UPP, en la favela de Batan, en la zona oeste de la ciudad, está paralizada. La UPP es una división especial de la fuerza policial de Rio que tiene como misión arrebatarles a las pandillas y los narcotraficantes el control de las favelas.

La petrolera de Batista, OGX, había acordado donar unos US$34,5 millones a lo largo de los próximos cuatro años para ayudar a apuntalar la iniciativa, uno de los intentos más importantes de Rio para combatir la delincuencia.

“Esta construcción ha sido interrumpida, el pasto ha crecido por todas partes y las parejas ahora vienen aquí de noche para verse”, señala Luciene Antero, una empleada doméstica que vive en el barrio de la sede abandonada.

Una de las señales más visibles del colapso del imperio de Batista es el Hotel Gloria, un ícono diseñado por el arquitecto del Copacabana Palace Hotel, Joseph Gire, para celebrar el centenario de la independencia de Brasil en 1922.

Batista lo compró en 2008 por US$50 millones con la idea de restaurarlo para el Mundial y los Juegos Olímpicos. La remodelación ha sido suspendida y Batista espera vender el inmueble a otro inversionista, según fuentes al tanto.

Los vecinos se quejan de que la obra abandonada es un imán para ratas, mosquitos y vagabundos, lo que conduce a un alza de la delincuencia. “Lo que sucedió aquí fue algo muy megalomaníaco, con muy poca responsabilidad social”, señala Flavio Colker, un fotógrafo que vive en un edificio junto al Gloria.

Otro proyecto hotelero suspendido es el Hilton Gonçalves dos Santos, un extenso edificio que Batista arrendó de Flamengo, un conocido club de fútbol de Rio. El empresario planeaba transformarlo en un hotel de alto nivel con 452 habitaciones, en anticipación a los Juegos Olímpicos. REX, la empresa de bienes raíces de Batista, está en negociaciones con varias compañías que podrían continuar el proyecto, indicó Alexandre Wrobel, un director de Flamengo, quien cree que no es demasiado tarde para que una constructora termine el proyecto a tiempo.

En el hospital infantil, en tanto, las familias con niños que necesitan cirugía deben esperar que otro inversionista llene el vacío dejado por Batista.

“Muchos nos dieron dinero. Pero él fue de lejos el donante más grande”, expresa Barbosa. En Brasil, “no se oye hablar de una institución filantrópica que reciba cerca de US$15 millones de la misma persona”.