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Consejos financieros de Flaubert, Dickens y Tolstoi

  • 01 diciembre 2013 /

Washington, Estados Unidos

Algunos acuden a los asesores financieros para resolver sus problemas de dinero. Yo prefiero los libros. No me refiero a títulos como La ciencia de hacerse rico o El millonario automático que adornan las estanterías de muchos que no son millonarios. Prefiero la ficción, particularmente las novelas del siglo XIX.

El dinero provoca tantos estragos en las novelas victorianas —donde aparece y desaparece de manera mágica en las primeras páginas— que ofrece una especie de curso general sobre lo que no se debe hacer. “Nunca se había producido tal acumulación de riqueza financiera como ocurrió en el siglo de XIX gracias a la revolución industrial”, afirma el historiador de la Universidad de Harvard, Niall Ferguson. Las novelas victorianas a menudo aparecían serializadas en las mismas publicaciones que informaban sobre las crisis económicas del momento, indica Nicholas Dames, profesor de literatura comparada en la Universidad de Columbia.

“Explicar cómo estas cosas podían suceder se convirtió en una de las funciones de la novela”, señala. “Los relatos nos enseñan que nadie está exento del peligro financiero, a pesar de que una persona tenga una conducta intachable”. A continuación cuatro lecciones financieras para los lectores del siglo XXI.

Lea a Flaubert antes de pasar la tarjeta de crédito. Decir que Madame Bovary tiene que ver con los peligros de las tarjetas de crédito es como decir que El rey Lear de Shakespeare trata acerca de la deficiente planificación patrimonial. Pero la verdadera perdición de Emma Bovary es la usura, no el adulterio. El comerciante Monsieur Lheureux sirve como su Amazon.com y su MasterCard, ofreciéndole objetos de primera calidad a tasas de interés incluso más altas. “No necesito nada”, dice al principio, pero mientras le sigue mostrando bufandas y baratijas divinas, Emma no puede resistir. “¿Cuánto cuestan?”, pregunta y después termina hundida en deudas, utilizando un crédito para pagar el otro y ahogando sus miserias en una botella de arsénico.

Lea a Dickens para distinguir entre ahorrar y acaparar. Cuando su sobrino le desea una feliz Navidad, Ebenezer Scrooge, el más famoso de todos los amantes del dinero, ve sólo rojo: es decir, números rojos. Su famosa respuesta (“¡Bah! ¡Tonterías!”) podría parecer estar demasiado arraigada en la cultura popular como para ayudar a los tacaños de hoy a detectar sus errores.

No obstante, Ted y Brad Klontz, un equipo de padre e hijo de psicólogos financieros y Rick Kahler consideran en su libro The Financial Wisdom of Ebenezer Scrooge (algo así como “La sabiduría financiera de Ebenezer Scrooge”) a los tres fantasmas de Cuento de Navidad esencialmente como tres terapeutas, que le ayudan al mezquino a reconciliarse con su pasado, reconsiderar creencias rígidas de su presente y evitar un futuro no deseable.

Brad Klontz utiliza un método similar, aunque menos sobrenatural, con sus propios clientes. “Vemos a personas que son muy exitosas, tienen millones de dólares en el banco, pero se niegan a ir al dentista y a tomar vacaciones” señala. ¡Bah! Es mejor cambiar su forma de ser y disfrutar un poco de sus ahorros responsables.

Lea a Tolstoi antes de comprar un auto. Aunque Ana Karenina es más recordada como (otra) novela sobre el adulterio, es también un espléndido manual para negociar con los vendedores de autos. En un momento determinado, Oblonsky, un noble de Moscú, visita la finca de su amigo Levin, anuncia que acaba de vender un terreno y pregunta si consiguió un buen precio. Levin se limita a preguntar, “¿Contaste los árboles?” Oblonsky no lo hizo, pero Levin le asegura que su comprador sí lo hizo. Sólo un tonto compra o vende algo sin conocer su verdadero valor. Eso parece sencillo, ¿pero con qué frecuencia nos sentamos a hablar con el vendedor de autos sin conocer el valor real del vehículo? Siempre hay que contar los árboles. Cuéntelos con calculadoras, planillas o aplicaciones, si es necesario. Incluso mejor, cuéntelos en su forma ideal: tras haber sido transformados en papel y encuadernados en un buen libro.