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Brasil, una señal de alerta para el resto de los países emergentes

  • 08 octubre 2013 /

La mayoría de las personas considera a Brasil un país pobre que depende casi por completo de las exportaciones de materias primas.

SÃo Paulo, Brasil

Al igual que millones de brasileños pobres, Odete Meira da Silva se endeudó para agilizar su ascenso a la clase media durante el auge económico del país. La madre soltera compró una computadora, un televisor de pantalla plana y comenzó a construir una vivienda de cemento en el sur de São Paulo.

Las compras han terminado. La dueña de 56 años de un pequeño negocio ahora se aboca a un aspecto menos glamuroso: pagar las deudas. Después de que las facturas de su tarjeta de crédito excedieran lo que podía costear, redujo todos sus gastos y paralizó la construcción de su casa. Una escalera de concreto que asciende desde su sala de estar a un segundo piso sin terminar sirve como un recordatorio de su propio ascenso a medias por la escalera económica de Brasil. “Aún planeo terminar la casa, pero tendrá que hacerse poco a poco, quizás en tres años”, señala, sentada en la sala, la única parte que alcanzó a completar antes de que se le acabara el dinero.

La mayoría de las personas considera a Brasil —uno de los principales productores de mineral de hierro y soya del mundo— un país pobre que depende casi por completo de las exportaciones de materias primas. Pero gran parte del reciente auge de la economía fue impulsado por compradores como Silva, que aprovecharon que los créditos de consumo casi se duplicaran en cinco años para bordear los US$600.000 millones.

Ahora, algunos de estos nuevos consumidores están dejando de pagar tarjetas de crédito cuyos intereses anuales pueden llegar a 80% o más. Ante la perspectiva de afrontar más cesaciones de pago, los bancos son más cuidadosos antes de extender nuevos préstamos.

El consumo, por ende, está creciendo a su menor ritmo desde 2004. Eso agrava otros problemas, como la caída de las exportaciones a China y un bajón manufacturero causado por el fortalecimiento del real, que ya estaban desacelerando el crecimiento. Se prevé que Brasil se expanda 2,4% este año, frente al 7,5% alcanzado en 2010.

No es sólo un problema de dinamismo. El boom del consumo contribuyó a disparar la inflación a 6% conforme la demanda por productos superaba la habilidad de la economía de proveerlos. Esto ha obligado al banco central a subir las tasas de interés para controlar la inflación, lo cual podría disminuir el crecimiento aún más. Los economistas prevén que la entidad eleve su tasa de referencia, que ya está en 9%, en medio punto porcentual durante la reunión fijada para hoy.

Los problemas de Brasil son una señal de advertencia para otros mercados emergentes que han protagonizado uno de los acontecimientos económicos más atractivos de la última década: el ascenso de los consumidores de clase media.

Desde Brasil a Indonesia y Sudáfrica, un crecimiento acelerado sacó a millones de personas de la pobreza en los últimos 10 años y depositó a muchas de ellas en la clase media, proporcionándoles por primera vez acceso al crédito. Aunque los economistas consideran la expansión del crédito como un fenómeno positivo, el caso de Brasil demuestra cómo un exceso de deuda puede descarrilar el crecimiento de la clase media.

La deuda de los hogares en Tailandia, por ejemplo, se disparó 88% entre 2007 y 2012. En Sudáfrica, los préstamos de consumo llegaron a casi 40% del PIB, mientras que los consumidores rusos gastaron casi 80% más en sus tarjetas de crédito en 2012 que el año previo. China, por su parte, está en medio de una ofensiva para incentivar el consumo.

De todos modos, los problemas del crédito de consumo en Brasil sobresalen entre las grandes economías en desarrollo. Este tipo de crédito creció a una tasa anual promedio de 25% en los cuatro años tras la crisis financiera global de 2008. Hasta junio de 2013, cerca de 5% de los préstamos de consumo brasileños acumulaban un retraso de 90 días, el doble de la tasa en India y más que en México, Sudáfrica y Rusia, según la calificadora Fitch Ratings.

“Todas estas personas han estado gastando más de lo que tienen, generando una ilusión de crecimiento económico”, afirma Vera Remedi, ejecutiva de Procon São Paulo, una agencia gubernamental que asesora a gente como Silva sobre cómo manejar o renegociar sus deudas.

La fiesta del consumo llega en Brasil a su fin

Parte del problema, señalan algunos economistas, es que Brasil se centró demasiado en políticas para estimular el consumo en lugar de terminar puertos y carreteras que sirven para aumentar la productividad a largo plazo. Los brasileños compraron muchos televisores de pantalla plana, pero los puertos del país siguen tan atascados que algunos buques los pasan por alto en vez de esperar su turno.

Funcionarios brasileños dicen que atribuir los recientes problemas económicos a políticas mal diseñadas no tiene sentido. El ministro de Hacienda, Guido Mantega, y otros funcionarios sostienen que Brasil es parte de una desaceleración global y que la situación sería peor sin las medidas para aumentar el consumo.

Pese a los problemas, no se prevé que Brasil vuelva a vivir las crisis que destruyeron la clase media en generaciones pasadas, aclaran los economistas. El total de préstamos pendientes de los bancos de Brasil, una cifra que abarca deuda de consumo y comercial, se ubica alrededor de 55% del PIB, una cifra baja para los estándares internacionales. Igualmente, los bancos están bien capitalizados y las reservas del banco central rondan los US$372.000 millones, 10 veces más que hace una década.

Sin embargo, los temores generados por la deuda de consumo han provocado un replanteamiento sobre hasta dónde ascenderá la nueva clase media brasileña, y cuán rápido. El porcentaje del ingreso familiar dedicado a pagar deudas es inusualmente alto. En Brasil supera el 20%, según el banco central, mientras que en EE.UU. es de 10%, según la Reserva Federal.

Las ventas de autos son un ejemplo de cómo se gestó el auge crediticio. Los préstamos automotores crecieron más de tres veces entre 2004 y 2010, a unos US$70.000 millones al año. Los bancos prestaban sin exigir un pago inicial, un concepto antes impensable en el país. “En un momento, vendía autos con financiación a 80 meses a personas que ganaban US$500 al mes”, cuenta Adalberto Fava, gerente de ventas de un concesionario de Hyundai en un barrio de clase obrera en las afueras de São Paulo. “Sabía que no podían pagarlo”.

Los líderes políticos se esforzaron para expandir el consumo, con la esperanza de cerrar la brecha entre ricos y pobres. Bajo la batuta del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva y su sucesora, Dilma Rousseff, el gobierno contrató a decenas de miles de trabajadores y amplió la red de seguridad social. Subsidió la gasolina y la electricidad, y le indicó a los bancos que entregaran miles de millones en préstamos de consumo.

La estrategia ayudó a elevar los estándares de vida y alimentó el crecimiento. Pero las autoridades no lograron acompañarla con medidas para mejorar la productividad y el crecimiento a largo plazo, señalan muchos economistas.

En tanto, personas como Silva en su casa sin terminar en São Paulo deben encontrar formas de recortar sus gastos.

Su familia apaga las luces y toma duchas cortas para ahorrar energía. De a poco, va pagando sus deudas. Pero se avecinan otros desafíos y conseguir un préstamo esta vez será más difícil. Silva no parece preocupada: “Creo que las cosas están mejorando”, señala.