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El racionamiento amarga el día a día de los venezolanos

  • 23 octubre 2014 /

A pesar del giro tecnológico que supone el uso de la huella frente a la libreta de raciones cubana, el nuevo programa está enfureciendo a los consumido­res.

Maracaibo, Venezuela.

En medio de una escasez cada vez más aguda, Venezuela alcan­zó hace poco un hito de dudosa distinción: al igual que Corea del Norte y Cuba, ahora raciona los alimentos de sus ciudadanos.

En una reciente y sofocante mañana, María Varge hacía fila afuera del supermercado Centro 99, lista para entrar a la caza de productos escasos como aceite de cocina y leche. Antes, tuvo que escanear su huella digital para garantizar que no fuera a comprar más de lo que le co­rrespondía.

A pesar del giro tecnológico que supone el uso de la huella frente a la libreta de raciones cubana, el nuevo programa está enfureciendo a los consumido­res, quienes dicen que crea es­peras tediosas, no alivia la esca­sez y pasa por alto las reformas económicas que el país necesita para resolver el problema.

“Estas máquinas hacen las fi­las más largas”, dijo Varge, de 50 años, mientras otros comprado­res la empujaban. “Entras y aun así puede que no tengan lo que quieres”.

El gobierno lanzó el sistema el mes pasado en 36 supermerca­dos del estado fronterizo de Zu­lia, cuya capital es Maracaibo, y hace poco lo extendió a un selec­to número de mercados estatales en Caracas.

Venezuela ha recurrido al racionamiento debido a la esca­sez causada por lo que los econo­mistas llaman una combinación tóxica de una industria parali­zada por nacionalizaciones y la intervención del gobierno, y un complejo régimen de divisas que priva a los importadores de los dólares que necesitan para pagar por bienes básicas.

El desplome del precio del pe­tróleo de Venezuela, que ha caído casi US$15 por barril desde sep­tiembre para cotizar a US$77,65 la semana pasada, producirá incluso más escasez en un país ya corto de efectivo, dicen los economistas.

Según un sondeo reciente de la encuestadora Datanálisis, sólo 30% del nivel normal de bienes básicos estaba disponible, y bajo controles de precios, en un se­lecto grupo de supermercados de Caracas.

“El gobierno es el que deja que los problemas crezcan”, dijo Eliseo Fermín, miembro de la oposición en el congreso esta­tal de Zulia. “Ahora, el ciudadano promedio lleva la carga”.

Los artículos básicos con pre­cios controlados —incluyendo leche, arroz, café, pasta dental, pollo y detergente— son racio­nados con la ayuda de máqui­nas lectoras de huellas digitales, que se usan para asegurar que el comprador no vuelva una y otra vez para reabastecerse. Los consumidores están limitados a comprar cada semana hasta un kilo de leche en polvo, llamada “oro” por su rareza.

Las autoridades culpan a contrabandistas que presun­tamente compran productos controlados aquí para vender­los por una jugosa ganancia en la vecina Colombia.

Aunque los economistas esti­man que cerca de 10% de la mer­cadería para el consumidor ve­nezolano termina en Colombia, el presidente Nicolás Maduro ha dicho que esa cifra es de 40%. Maduro ha cerrado puntos de control a lo largo de toda la fron­tera de 1.374 kilómetros durante la noche para reducir el tráfico, y una ofensiva contra los trafican­tes ha conducido a arrestos de compradores que las autorida­des creen que estaban planeando vender en Colombia los artículos adquiridos en Venezuela.

Hace poco, Francisco Arias, gobernador del estado de Zulia y miembro del Partido Socialis­ta de Maduro, dijo en televisión que era responsabilidad de to­dos unirse contra el contraban­do. Arias y otras autoridades dicen que las huellas dactilares son más efectivas para prevenir las compras en masa que las tar­jetas de identificación nacional, un método que se usa para ras­trear y limitar compras en algu­nas tiendas de Caracas.

Muchos economistas asegu­ran que deshacerse de los con­troles de moneda y precios, así como relajar las restricciones a los productores locales, aliviaría la escasez.

Aquí, en los supermercados de Maracaibo, consumidores acalorados e irritados que es­peraban en fila hace unos días resaltaron la ironía de que Ve­nezuela, un país con ventas de US$114.000 millones en crudo el año pasado, deba racionar el pa­pel higiénico. “Es casi para reír­se, pero no puedo”, dijo Nayibi Pineda, una mucama de hotel. “¿Cómo es posible que hayamos llegado a este extremo?”

Los compradores dicen que el tiempo de espera en filas se puede extender por horas debido a escá­neres defectuosos. “Estuve cinco horas parado en línea, sufriendo bajo el sol”, relató Luzmaría Var­gas al borde del llanto.

Salvador González, secretario de Administración y Finanzas de Zulia, que supervisa las máquinas, dijo que las autoridades requieren que haya escáneres en cada caja registradora para acortar las filas. Los supermercados deben asumir el costo de las máquinas, de alre­dedor de US$150 cada una. “Nues­tro objetivo es garantizar comida barata”, dijo en una entrevista.

Aquí no sólo se raciona la co­mida. Las autoridades han corta­do el agua a los hogares por hasta 108 horas a la semana, dicen los ciudadanos, por problemas como el sistema de distribución.

En la cuna de la industria pe­trolera de Venezuela, donde el primer pozo fue perforado en 1914, la venta de gasolina tam­bién es severamente controlada. Los escáneres leen los códigos de barra que se exigen que estén pegados al parabrisas para pre­venir que los conductores llenen sus tanques más de dos veces por semana. La medida está diseñada para evitar que la gasolina alta­mente subsidiada de Venezuela —donde cuesta menos de un cen­tavo de dólar por litro— se venda en la vecina Colombia, donde el precio del litro es de aproxima­damente US$1,15.

“Este país se está cayendo a pedazos”, dijo el chofer Darwin Padilla, mientras se secaba el su­dor del rostro en una fila de autos parados en la que llevaba ya una hora. “Como puede ver, tampoco puedo conseguir piezas para re­emplazar el aire acondicionado de mi auto”.

“Si no puedo encontrar pa­ñales desechables, uso de tela”, dice Rosa Fernández, madre de un bebé, que señaló que para comprar pañales debe enseñar el certificado de nacimiento de su hijo. “Luego no encuentro de­tergente. Y si encuentro deter­gente, no hay agua”.

Algunos artículos que no es­tán bajo los controles de precios, como el desodorante, también son difíciles de encontrar. “¡Mi­ren lo que encontré!”, exclamó una mujer agitando una loción para el cuerpo ante otros com­pradores al salir de una farma­cia. “Pero ya se acabó”.