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El gasto social marca la diferencia en las elecciones brasileñas

  • 22 octubre 2014 /

Los votantes pobres y rurales, beneficiarios de la ayuda federal en los 12 años de gobierno del Par­tido de los Trabajadores (PT), ma­yormente respaldan a Rousseff.

Paulistana, Brasil.

Al igual que la mayoría en este árido rin­cón del empobrecido noreste de Brasil, Bartholomew Francisco quiere que la presidenta Dilma Rousseff gane la reelección en los cerrados comicios presiden­ciales del domingo.

La razón: gratitud por la ayu­da que su familia ha recibido del gobierno en un año en el que una sequía acabó con sus cultivos y dejó sin alimento a sus vacas. Más de la mitad de su golpeado estado de Piauí recibe asistencia, y 70% de los votantes respalda­ron a Rousseff en la primera vuelta del 5 de octubre.

A más de 2.250 kilómetros, en São Paulo, el desdén por la presidenta de 66 años es alto, lo que aumenta las posibilidades de triunfo de su rival, el conservador Aécio Neves. En el partido de in­auguración de la Copa del Mundo aquí, en junio, miles de brasile­ños, en su mayoría personas con solidez económica, silbaron e in­sultaron a Rousseff cada vez que aparecía en la pantalla gigante.

En unas elecciones reñidas en medio de un auge de las ma­terias primas que se desvanece, los votantes están divididos en­tre los que tienen un mejor pa­sar y los que no.

Los votantes pobres y rurales, beneficiarios de la ayuda federal en los 12 años de gobierno del Par­tido de los Trabajadores (PT), ma­yormente respaldan a Rousseff.

Los electores más adinera­dos, concentrados en las ciuda­des, tienden a culpar a la man­dataria por socavar la economía con medidas intervencionistas y permitir que la corrupción flo­rezca, y apoyan a Neves como el candidato del cambio.

“Lo que tenemos ahora es más que una polarización, es una división, y casi un conflicto de clases”, dijo Mauro Paulinho, director de la encuestadora bra­sileña Datafolha.

Las elecciones son unas de las más cerradas desde que el país regresó a la democracia en 1985. Una encuesta que Da­tafolha publicó el lunes coloca a Rousseff a la cabeza con 46% de la intención de voto, frente a 43% de Neves, un resultado den­tro del margen de error.

Hay mucho en juego para una economía rica en recursos que ha sido golpeada por la caída de los precios del mineral de hie­rro y otros commodities. Brasil registró un crecimiento de 7,5% en 2010, pero ahora enfrenta una estanflación, una combinación de estancamiento y creciente infla­ción. Desde que Rousseff asumió el poder en enero de 2010, el mer­cado bursátil de Brasil ha caído más de 20% y su moneda ha per­dido un tercio de su valor frente al dólar. Los inversionistas creen que si Rousseff gana el clima em­presarial podría empeorar y los mercados han caído cada vez que ella ha subido en las encuestas.

El declive está exponiendo antiguas divisiones sociales y económicas en un país que por mucho tiempo ha sufrido una de las brechas entre ricos y pobres más amplias del mundo. La di­visión seguramente complicará el panorama político para el can­didato que gane, lo que eleva los obstáculos para un país que bus­ca una fórmula para volver a la senda del crecimiento.

Para muchos votantes en me­jor condición económica, lo que más les atrae de Neves en este mo­mento es que no es Rousseff. El ri­val que hasta hace unas semanas era dado casi por descartado, se impuso a la otra contrincante, la ambientalista Marina Silva, para quedarse con el segundo lugar detrás de Rousseff en la primera vuelta del 5 de octubre. Los electo­res que querían un cambio habían apoyado a Silva, pero luego trans­firieron su respaldo en masa hacia Neves tras una ola de publicidad negativa en contra de Silva.

Neves, de 54 años, es descen­diente de una dinastía política en el más desarrollado sur de Brasil. En un esfuerzo por alcanzar lo más posible a la base de la pirá­mide económica, ha prometido mantener los programas socia­les populares, pero también se vende como un mejor gerente económico. En discursos y de­bates, ha prometido combatir la inflación, que ronda el 6,75% anual, y ha socavado profunda­mente los presupuestos de las familias trabajadoras.

Su público objetivo son per­sonas como Luiz Carlos Coutin­ho, un camionero de 47 años de las afueras de São Paulo. El tra­bajador gana mucho como para recibir ayuda del gobierno. Los servicios públicos que sí utili­za, como hospitales y colegios, son deprimentes. “Es hora de un cambio”, dijo Coutinho, quien votó por Rousseff en 2010 pero que ahora respalda a Neves.

El candidato critica lo que dice es la mano dura de Rous­seff en la economía y su resul­tante ineficiencia y corrupción. Se ha comprometido a reestruc­turar instituciones como Petró­leo Brasileiro SA, la petrolera es­tatal investigada por supuestos desvíos de fondos públicos.

Rousseff, una ex guerrillera marxista convertida en políti­ca, dice que la investigación de­muestra su posición firme con­tra la corrupción. Señala que sus políticas económicas han levan­tado a las clases bajas de Brasil y han mantenido bajas tasas de desempleo incluso durante la turbulencia global.

La mandataria también con­traataca y acusa a su oponen­te de ser un miembro de la élite contraria a los pobres que rever­tirá la filosofía de su gobierno de utilizar compañías y bancos esta­tales para crear empleo y a la vez financiar programas de gran esca­la para erradicar la pobreza.

En 2013, el predecesor de Rousseff, Luiz Inácio Lula da Silva, fundador del PT, inició un programa al que hoy se le atribu­ye haber sacado a 36 millones de brasileños de la pobreza extrema. El programa, Bolsa Familia, paga a 14 millones de familias un esti­pendio mensual para que manten­gan a sus hijos en el colegio.

Solo días después del inicio de la campaña electoral, Rous­seff elevó los pagos de Bolsa Fa­milia en 10%.
Cerca de 60 millones de vo­tantes, o 42% del electorado de Brasil, viven en hogares que ga­nan menos de US$590 al mes, el ingreso más bajo según Datafol­ha. Rousseff tiene el apoyo de 55% de este grupo, frente a 34% para Neves. Eso sería suficiente como para permitir que Rousseff quede segunda en todos los grupos eco­nómicos más altos y aún ganarle a Neves, dicen los analistas.

El legado político del progra­ma es visible en el apoyo arrai­gado a Rousseff en el noreste del país, una región conformada por nueve estados de barriadas cos­teras y zonas rurales áridas que se ha visto golpeada por una fuerte sequía este año. La región recibe más de la mitad del gasto de Bolsa Familia.

“Este es el primer gobier­no que se acuerda de nosotros, y antes nos podíamos morir de hambre aquí”, dijo Francisco, el simpatizante de Rousseff en Paulistana.