Todo comenzó con un campesino muy pobre, que vivía en tiempos de Nicolás en Myrna. El campesino tenía tres hijas, a las que apenas podía alimentar. Pero una mañana encontró una bolsa con monedas de oro en uno de los calcetines que sus hijas habían dejado fuera de la casa para secar tras lavarlos. Al otro día apareció una segunda bolsa de monedas de oro...
El campesino, intrigado, se quedó la noche siguiente escondido entre unos arbustos, para ver de dónde salían los misteriosos regalos. Vio entonces que se acercaba un hombre con una tercera bolsa de monedas de oro. Se dirigió hasta él para darle las gracias.
Reconoció entonces que se trataba de Nicolás, quien había visto las penurias por las que pasaban el campesino y sus hijas. Había decidido regalar a cada una de ellas una cantidad de monedas de oro. Y lo hizo a escondidas, para no avergonzarlas.
Pero el padre de las jóvenes se encargó de contar a todo el pueblo el gesto de Nicolás, quien se hizo famoso por su generosidad. Después de su muerte, un 6 de diciembre, la Iglesia Católica lo nombró santo y se le comenzó a recordar haciendo regalos a los hijos en esa fecha. Como la fecha del día de San Nicolás era cercana a la fiesta de Navidad, se pasó en algunos países a realizar la ceremonia de los regalos en la Nochebuena.