El placer del placer

El placer es parte integral de los seres humanos, una habilidad más para despertar la conciencia. Ir hacia el placer nos abre y nos expande el mundo.

  • 15 sep 2018

¿Cómo te enseñaron a ver el placer? ¿En tu familia se reprimía o se celebraba? Por ejemplo, ¿se le daba importancia a pasear o irse de vacaciones, a la buena comida, al juego y a la risa? ¿O el mensaje era que había que reprimir el deseo y volcarse en el sacrificio como medio para ser una buena persona y agradar a Dios?

Partamos del hecho de que el placer es una energía, un regalo de la vida, un poder biológicamente natural cuyo fin es invitarnos a la procreación, al gozo y al desarrollo.

El placer es parte integral de los seres humanos, una habilidad más para despertar la conciencia. Ir hacia él nos abre y nos expande para regresar al mundo lo que éste necesita de cada uno de nosotros. Además, es tan benéfico y necesario para vivir como el alimento y el aire.

Disfrutar el placer nos cimbra, nos relaja, nos hace sentir vivos y nos conecta con el todo; sin embargo, para que eso suceda, nos exige estar presentes y valorar nuestros sentidos, los cuales nos permiten recrearnos con la experiencia.

Si algo o alguien nos es placentero, es muy probable que deseemos explorar más nuestra relación, movernos hacia él, hacerlo parte de nuestra vida; puede ser desde un trabajo o un lugar hasta una persona. En cambio, si algo no es placentero, tendemos a evitarlo o negarlo.

Ignorar el placer no es una opción
Cuando nos cerramos al placer nos negamos a nosotros mismos, rechazamos el poder de la vida y su potencial, perdemos la habilidad de encausar nuestro camino por el sendero que nos proporciona paz y nos lleva al éxito.

Cuando reprimimos el placer, el cuerpo se vuelve rígido y se desconecta del mundo exterior. Sobreviene la sensación constante de que nos falta algo para sentirnos plenos, sin que podamos apuntar bien a bien de qué se trata. En cambio, cuando lo dejamos fluir con libertad, el cuerpo, el espíritu y la mente se cargan de energía.

Lo interesante es que hay placeres que nos buscan, que tienen inscrito nuestro nombre y provocan que la vida fluya.

Lo notamos en la manera en que nos enamoramos de algo o de alguien: así, sin más, nos hace ser y sentir que somos mejores personas, más auténticas, más éticas y más bellas. Con esto nuestro potencial se desarrolla y puede llegar a su máxima expresión.

¿Desde qué lugar?
¿Que pasaría si eligiéramos vivir desde el poder del placer? Hay varios niveles en que lo experimentamos: desde uno superficial hasta uno profundo. Todos nutren si se disfrutan de forma consciente. Me refiero a experimentarlo con la gratitud de estar vivos y presentes.

¿Qué sucede cuando los riñones no funcionan, los pulmones fallan o el estómago lo hace? De inmediato nos sentimos mal y peligra nuestra vida. El simple hecho de que el cuerpo funcione en equilibrio es ya un gozo.

Comencemos entonces con la habilidad de recibir y apreciar el placer de que el cuerpo funcione a la perfección y la gama completa de regalos que dan los cinco sentidos. Apreciemos el placer de las imágenes, las fragancias, las caricias y la escucha; cada sentido encierra un mundo infinito.

Cuando valoramos el placer, notamos los colores, las texturas, el aire y los tonos de la naturaleza. Cuando nos damos permiso de disfrutar todo lo que la vida nos procura, descubrimos que tenemos más que ofrecer de lo que habíamos imaginado.