El mundo: reflejo de nosotros mismos

La percepción no es la realidad. No existe un adentro y un afuera. Todo lo que ves, imaginas o experimentas viene de adentro de ti y de mí

  • 07 may 2017

“Este caballo negro tiene una característica muy peculiar: en cuanto ve que una persona entra al potrero comienza a dar pequeños y constantes golpes en el piso con su pata derecha delantera, hasta que ese alguien se le acerca y lo acaricia.


¿Es una manía, es su manera de saludar, de pedir atención o de exigir algo? No lo sé. Lo que sí sé es que no he visto a otro animal hacerlo.
Sin embargo, lo curioso no es observar al caballo y su gracia, sino la interpretación que cada persona le da y el diálogo que entabla con el corcel al llegar a su lado.


“Me quieres, ¿verdad, Chotis? Sí, sí, yo sé que me quieres y te emocionas cuando que me ves.”, le dice Maru, una mujer que ama estar en la naturaleza y en especial ama el contacto con los animales.


En otra ocasión escuché a un amigo, que llamaré Pedro, decirle: “Ah, qué Chotis, ¡siempre pidiendo más de comer! No es posible, tienes que vigilar más tu dieta, amigo”; pero por su propia pancita parecía decírselo a sí mismo.
De igual manera, otras personas como Rodrigo, quien tiene un puesto relevante en una empresa trasnacional y trabaja todo el día lo consoló: “¿Estás nervioso y estresado, Chotis o por qué siempre das pataditas? Quieres salir a pasear, a correr el campo, ¿verdad?”.

Me parece fascinante constatar a partir de este caso, que los humanos vemos en el mundo exterior lo que traemos dentro; cada individuo ve al caballo, a las personas o a lo que sea, a través de sus propios lentes de auto percepción. ¡Todos lo hacemos!
El mundo no es físico, es mental. Al igual que un cinematógrafo, el proyector es la mente, la película son los pensamientos y la pantalla es tanto el mundo, como la vida en general y nuestra vida en particular.
A través de nuestra lente bañamos el entorno con nuestras introyecciones y nuestra percepción. Nos proyectamos en todo lo que hacemos, en lo que vemos, en las palabras que usamos, en los juicios que hacemos. Conferimos sentido a la existencia gracias a lo que experimentamos y traducimos esa experiencia en reglas que gobiernan la naturaleza.

Cuando peleamos con el mundo exterior somos como un niño asustado que blande su espada hacia todos lados, combatiendo nuestras propias batallas. En cambio, cuando el mundo nos parece bueno y armónico es porque estamos en paz, inmersos en la proyección de nuestros pensamientos bondadosos.

Así nuestra pareja puede convertirse en un cielo o infierno personal, de acuerdo a como cada cual decida ver al otro. Si decido ver su luz interior y amarlo por como es, mostrará su mejor versión. ¡Es todo un poder!
Otro ejemplo de esto sería un turista occidental que tiene la oportunidad de viajar a la India. Si antes de visitar ese país la persona estudia y se prepara para conocer las tradiciones históricas y religiosas del lugar así como su cosmovisión, la persona disfrutará muchísimo su visita.

En cambio, si el turista llega a ese hermoso país sin preparación alguna y lo ve con sus lentes y percepciones occidentales, la visita le parecerá una verdadera pesadilla y querrá regresar cuanto antes. Las creencias formadas limitan nuestra percepción del mundo y de la vida.

Conclusión: la percepción no es la realidad. No existe un adentro y un afuera. Todo lo que ves, imaginas o experimentas viene de adentro de ti y de mi.


Aprendamos a detenernos unos segundos antes de hacer un juicio para preguntarnos: “¿esto es la realidad o mi percepción?”.
Si sólo tuviéramos la humildad de comprenderlo y ponerlo en práctica cotidianamente, seríamos sin duda más felices.